Desde el ministerio que conduce Mario Lugones hasta Plaza de Mayo, miles de médicos, enfermeros, administrativos y pacientes se manifestaron en contra del brutal recorte que lleva adelante el gobierno nacional. La protesta se replicó en todo el país.
El centro porteño es una sopa. No hace falta moverse para transpirar. Fernanda le pone el pecho al calorón y al exagerado operativo policial que aísla el ministerio piloteado por el recortador serial Mario Lugones. “Es un empleado del sector privado, que piensa a la salud como un negocio, y además miente todo el tiempo para justificar la destrucción de la salud pública, gratuita y de calidad”, analiza la trabajadora social del Hospital Muñiz. Luego enumera un rosario de penurias que aquejan a la sanidad del pueblo. Desde los recortes en los programas de VIH y tuberculosis, las faltas de vacunas y de remedios oncológicos, el ataque al Instituto Nacional del Cáncer y las paritarias a la baja para los profesionales. ¿La respuesta del ministro? Al conflicto negación. “Hace oídos sordos a las necesidades de los trabajadores y de los pacientes -cierra Natalia y empieza a caminar rumbo a Casa Rosada-, por ahí le hace falta visitar al fonoaudiólogo”.
La gruesa columna baja por Belgrano encorsetada por la policía. La engordan la Asociación de Profesionales y Técnicos del Hospital Garrahan (APyT), despedidos del Ministerio de Salud de la Nación, trabajadores de los hospitales Posadas, Laura Bonaparte y Sommer, organizaciones sanitarias de todo el país. Listos para la guerra, los hombres de negro de la Policía de la Ciudad sudan la gota gorda con sus armaduras. “Si se desmayan, los atendemos. La salud pública es para todos”, susurra un galeno.
Tres generaciones de médicos tiene la familia de Damián. Su abuelo se ganaba el pan dignamente curando en dos hospitales, su viejo ejerció el oficio en cuatro y pudo abrir su propia clínica, él llega justo a fin de mes con los magros salarios que suma en sus seis laburos públicos y privados. El poliempleo es la regla en estos tiempos de crisis. Especialista en lectura de imágenes, Damián lee el oscuro presente: “Este gobierno entiende a la salud como un gasto, como un negocio más. Milei y Lugones son parte de esta pantomima que es el capitalismo en el presente, nos llevan al acabose. En la salud y en la educación se juega la democracia. Hay que defenderla en las calles”.
En el cruce con Perú, a la deriva de la columna se suman las Madres de Plaza de Mayo. Una piba agita un cartel: “Los recortes en salud matan. El ministro ‘Menguele’ Lugones lo sabe muy bien, por eso lo planifican. Memoria, Verdad y Justicia”. Ahora y siempre.
Camila vive con VIH hace 30 años. Se arrimó a la marcha desde Rosario. Con su amigo Juan, un joven cordobés que también le da batalla al virus, luchan contra la motosierra haciendo arte. La performance se llama “Las traganadas”. Les jóvenes reparten las drogas retrovirales que el ministerio escatima. Víctimas del vaciamiento, explican: “Cuando el ministro habla de saneamiento, en realidad habla de recorte, de falta de medicamentos, de gente que queda a la deriva, cerca de la muerte. Es necropolítica”. Sin las drogas que le brinda el Estado, Camila tendría que conseguir 700 dólares para seguir viviendo. Su cumpa Juan no se calla, porque sabe que el silencio no es salud: “Cuando los libertarios usan ‘sidoso’ como insulto, como provocación en sus discursos en las redes o en la calle, nosotros lo resignificamos. No le tenemos miedo a esa palabra, porque nosotros vivimos con sida, luchamos con sida. Siempre damos pelea, ahora más que nunca”.
Unidad de los trabajadores. Frente al escenario en Plaza de Mayo, laburantes del Bonaparte y el Garrahan se abrazan en la lucha. Maira es psicóloga del vaciado centro de salud mental. “El hospital brinda asistencia a los sectores vulnerables, a los olvidados por el sistema. ¿Ahora quién los va a atender? -se pregunta la trabajadora y lamenta-. Sobrevive el que puede pagar, esa es la regla que quieren imponer”.
A unos pasitos, Gonzalo, técnico de farmacia del Garrahan, mira en silencio la apagada Casa Rosada, nido del régimen libertario. Cuenta que la situación en el hospital está al límite. El centro pediátrico, referencia mundial en la materia, agoniza por los recortes, la expulsión de profesionales y los salarios de miseria. Antes de dejar la plaza, el laburante dispara: “Al final se supo; los médicos, los enfermeros, los pacientes, nosotros éramos la casta”.
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