La fuerte dependencia del gas convierte a nuestro país en un caso paradigmático. El derrotero del autoabastecimiento y los riesgos del “modelo Aranguren”.
En línea con el promedio mundial, Argentina consume un alto porcentaje de hidrocarburos: el petróleo y el gas comprenden casi el 90% del total de su oferta energética. Según un informe del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (CEEPYS), nuestro país tiene un consumo muy bajo de carbón en relación al resto del mundo, con apenas el 1,8% de la matriz primaria; y concentra en el gas casi el 50% de la energía destinada a hogares, industria y generación eléctrica. La mayor parte de la electricidad (60 por ciento) se genera en centrales térmicas que funcionan con gas como combustible. El petróleo continúa siendo el combustible estrella a nivel mundial. En la Argentina representa aproximadamente el 38% del consumo, principalmente asociado al transporte que, globalmente, depende en más del 90% de ese hidrocarburo.
Argentina tiene una fuerte dependencia de los combustibles fósiles. Actualmente, la matriz energética argentina está explicada en un 52% por el gas y en un 35%por el petróleo. La dependencia del gas es un caso excepcional a nivel mundial. Es una matriz un poco más limpia que la de aquellos países que dependen casi exclusivamente del petróleo por la emisión de gases de invernadero, pero, al mismo tiempo, conlleva los limites de explotación de largo plazo de un recurso no renovable, explica Ignacio Sabbatella, investigador del Conicet y del Instituto Gino Germani de la UBA.
El ¿mito? del autoabastecimiento
El autoabastecimiento fue una meta central en las diferentes etapas y versiones de la política energética argentina. Ese objetivo también convierte a nuestro país en un caso paradigmático. Internacionalmente no aparecen otras experiencias con un recorrido similar, señala Sabbatella. La pretensión de ese punto de llegada ideal tuvo hitos fundantes: el descubrimiento del primer pozo petrolero en 1907 en Comodoro Rivadavia; la creación del Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y de Gas del Estado, en 1922 y 1946, respectivamente; el descubrimiento de Loma de la Lata que, en los 70, propició la gasificación de la matriz; la construcción de grandes centrales hidroeléctricas como Salto Grande y Yacyretá; la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica en la década del 50; y la construcción de tres centrales nucleares, una verdadera novedad para un país periférico.
Si bien estuvo presente en toda la historia energética argentina, la promesa de la diversificación no llegó a hacerse realidad. Todos estos hitos acompañaron a la industria, pero no fueron suficientes para generar una real diversificación de la matriz, puntualiza el investigador de la UBA.
Sabbatella discute con la corriente de especialistas liderada simbólicamente en la figura de Jorge Lapeña, ex secretario de Energía de Raúl Alfonsín- que cree que la Argentina logró el autoabastecimiento desde 1989 hasta 2010 con un Estado superavitario a nivel comercial del sector subsector energético. Esa situación tuvo serias consecuencias en el horizonte de largo plazo para la sustentabilidad del modelo energético porque el país exportó básicamente recursos no renovables como el petróleo crudo y el gas natural y se generó un deterioro de las reservas. Nos convertimos artificialmente en un país exportador. La importación de gas natural produjo un impacto negativo importante en la balanza comercial y la disponibilidad de dólares para otro destino, confronta.
El cambio
La inédita bendición de un CEO de Shell como ministro de Energía convierte a la ruta trazada por el gobierno de Cambiemos en materia de energía en un nuevo punto de inflexión. A pesar de la vigencia de la ley de soberanía hidrocarburífera sancionada en 2012 y que justamente declara de interés público el logro del autobastecimiento- la entronización de Juan José Aranguren comenzó a señalar un nuevo horizonte. En boca del propio ministro, al gobierno no le interesa el objetivo de una energía propia. Estamos abandonando el paradigma del autoabastecimiento por el de seguridad energética. Por la evolución de estos dos años, vamos hacia la liberación y desregulación total del sector, advierte Sabbatella.
El alineamiento con los precios internacionales aparece como uno de los principales riesgos del nuevo estado de cosas. Desregular significa que en los segmentos donde el país está en condiciones de ser exportador, será exportador; y en los segmentos donde se perfila importador, será importador. Es una tendencia en camino porque hay una firme presión empresarial y el Ministerio está claramente colonizado. Significa pensar, por ejemplo, al gas como un commodity que se importa y se exporta de acuerdo al precio internacional, o impulsar la importación de combustibles como gasoil premium en lugar de promover la producción local, concluye.
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