La biografía escrita por el periodista y crítico Osvaldo Andreoli pone nuevamente en primer plano el talento y la ética de un artista sin par. Su legado para las nuevas generaciones.
“Por mi actividad –Andreoli es un reconocido crítico teatral- tengo un gran archivo y Alfredo Alcón siempre me llamó particularmente la atención por su enorme talento y la gran admiración que despertaba y despierta. Con los años puede recopilar muchísima información y reunir una gran cantidad de testimonios, pero también armar un relato que tiene tintes filosóficos, en cuanto muestra la ética y estética que sin dudas marcaron su trabajo. Es una indagación sobre la poética y sus características cotejadas con las técnicas del siglo XX y sus repercusiones. Aparecen evaluaciones críticas, mías y de distintos colegas, relacionando lo que hacía con los contextos sociales y políticos que nos tocaban como país. Siempre digo que Alcón era un hombre apasionado que buscaba permanentemente la perfección. Fue un espíritu idealista que siempre intentó superarse. La personalidad de Alfredo Alcón es uno de los aspectos que más me atrapó. Fueron años y años de ver su crecimiento constante y su autoexigencia por mejorar cada vez más”, afirma el crítico y escritor. “Era un buscador de utopías aunque su última obra fue una distopía, la obra de Beckett Final de partido -agrega Andreoli-. Es un emblema que representa la importancia de la cultura nacional”.
Andreoli también toma testimonios de gente que lo vio actuar para tener una visión de la potencia de su interpretación y sus huellas en la memoria colectiva: “Fue un trabajo apasionante. Alcón es pasible de diferentes lecturas: era un creador, un investigador natural, todo lo que hacía proponía una metáfora para hablar de los aspectos más diversos del ser humano. Buscaba reflejar a otros, buscando el ser o no ser. Por ejemplo, se preparó toda su vida para hacer el Rey Lear, su personaje predilecto”.
“Hice un recorrido por las facetas humana y profesional de Alfredo, arriba y abajo del escenario -revela Andreoli-. Me lo imagino hablando de problemas de hoy en cuanto al ciberpatrullaje, al silenciamiento, la censura y la violación al derecho de la intimidad. La vida privada de Alfredo era sagrada, la cuidaba por motivos éticos. Enfrentaba el mito de la fama. Es decir: una cosa es el reconocimiento que supo crear, que era un consenso por su tarea profesional, que se fue armando a través del tiempo y otra cosa la fama solo por ser famoso. Alfredo es un símbolo moral de la cultura nacional, de compromiso por la tarea y de lo que el teatro puede decir. Para Alcón nunca se terminaba de conocer un personaje: los estudiaba hasta antes de salir al escenario. Era un profesional obsesivo del detalle. ‘El que encuentra rápido, es porque busca poco’, decía”.
Muchos actores lo tuvieron como gran referente y guía: de Raúl Risso a Joaquín Furriel, pasando por Leonardo Sbaraglia, Monica Biglia y Patricia Etchegoyen, entre muchos otros. “Era un imán para el camino de la actuación. Su influencia es insoslayable. Él nunca se dedicó a la docencia, pero dejó una enseñanza de cómo encarar su labor y el aspecto artístico de las expresiones. En este mundo de redes sociales donde lo mediocre gana si tiene muchos seguidores, generando una dependencia alienante de la aprobación en la que se estimula la vanidad y la envidia, una figura como la de Alfredo es un faro y una esperanza. Por eso quiero reivindicar su manera de ver el mundo. Él nunca valoraría la cantidad por sobre la calidad, nunca estaría de acuerdo en la avaricia y la mezquindad por sobre la solidaridad. Su trabajo enaltece a la especie humana”.
Alcón se destacó por haber representado personajes de William Shakespeare, Federico García Lorca, Arthur Miller, Tennessee Williams, Henrik Ibsen, Eugene O’Neill y Samuel Beckett, entre grandes autores. En 1966, con dirección de Inda Ledesma, interpretó a Edgar Allan Poe en Israfel, de Abelardo Castillo. Fue uno de los mayores éxitos del momento. Ese trabajo lo hizo sufrir un ataque de la ultraderecha. Pero era alguien muy popular porque en cine hizo grandes éxitos con Torres Nilson, personificó a San Martín, a Güemes… También se recuerda su trabajo en Boquitas pintadas, del escritor Manuel Puig. Su carrera es de una riqueza abrumadora.”
El crítico y escritor señala una anécdota que pinta de cuerpo y alma al gran actor: “En 1981, en plena dictadura, el Hamlet de Alcón decía: ‘En este país se puede sonreír siendo un canalla’. En cada función había murmullos, algo que el actor lo percibía permanentemente, en ese ida y vuelta con el público. Porque a través del arte dejaba ver su opinión sobre la dictadura”.
Alfredo Alcón. El actor de la utopía
De Osvaldo Andreoli. Páginas 286. Editorial Leviatian.
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