La maestra Elvira

Por: Alejandro Wall

Elvira Sánchez no hablaba de ella. Hablaba de Miguel, su hermano, atleta desaparecido en dictadura. Luchó por su recuerdo hasta su muerte, el último miércoles.

Elvira Sánchez no hablaba de ella, hablaba siempre de Miguel. Tenía una dulzura en la voz que se convertía en potencia pura cuando se subía al escenario, cuando reivindicaba a su hermano, el militante peronista, el trabajador bancario, el que jugaba al fútbol en las inferiores de Gimnasia, el atleta, el poeta, el hombre al que besó por última vez el 7 de diciembre de 1977. Miguel viajó ese día a San Pablo para la carrera de San Silvestre, la última que correría. “Chau, petisa”, le dijo antes de irse. Elvira tuvo el impulso de darle un abrazo. “Por algo sentí que tenía que besarlo”, contaba. El 8 de enero de 1978, a la vuelta de Brasil, Miguel Sánchez fue secuestrado en su casa de Villa España, en Berazategui, por agentes de la dictadura. Elvira luchó por él hasta su muerte, el pasado miércoles, a los 80 años.

Tardó en contar sobre Miguel, decía ella misma, porque había miedo. La madre no quería tener otra hija desaparecida. Eran diez hermanos, Miguel era el menor. Clara, que era enfermera, empezó a decirles a las demás que tenían que salir a buscarlo cuando leyó una nota de Víctor Pochat y Ariel Scher en el diario Clarín. Comenzó la lucha, pero murió. Elvira sintió ese compromiso. «La tía tomó la posta. Eran muy unidas con mi abuela. Las dos vivían en la casa de la que se llevaron a mi tío», dice Angie Rossi, una de sus sobrinas nietas que la acompañaba a las carreras.

Le llevaba once años a Miguel, que desapareció a los 25. Era maestra de primaria, luego fue maestra de adultos y se jubiló como preceptora del instituto Atanasio Lanz. Pero su docencia la llevó por todos lados. “Tenía una capacidad fantástica de conectarse con los chicos -dice el periodista italiano Valerio Piccioni, creador de la Corsa di Miguel, en homenaje al atleta tucumano-. Un día en Pinerolo, cerca de Turín, proyectamos La noche de los lápices para estudiantes de una escuela católica. Después de verla, cayó un silencio de tumba y el cura no sabía qué decir. Ella empezó a explicar el contexto de la dictadura y de la desaparición de Miguel y todos quedaron fascinados”.

Elvira decía que era por su hermano pero también por los 30 mil desaparecidos. Podía estar en la Corsa di Miguel en Roma, en la Carrera de Miguel en Buenos Aires o en las que se organizaban en la Escuela Nº 7 Ernesto Che Guevara de Villa España, su barrio. “Fue un motor para un montón de pibes, un ejemplo de lucha para todo el mundo. Yo la tengo ahí arriba, a la par de las Madres”, dice Andrea Díaz Kelly, que fue docente en la Che Guevara. “En la primera carrera, por su timidez, no se animaba a entregar los premios o hablar en el escenario, hasta que se soltó. Y era didáctica y pedagógica para contar”, recuerda Ana Paredes, también docente de la escuela. “Después no largó más el micrófono -sigue Andrea- y empezó su lucha. Era increíble verla, de un lado para el otro siempre”.

Era imposible no querer abrazar a Elvira, tan chiquita, flaca, pero con la fuerza suficiente para seguir la lucha. Mantenía siempre la esperanza de saber qué había pasado con Miguel. Un ex detenido en El Vesubio declaró en una oportunidad que lo había visto en ese centro clandestino. Elvira tenía la esperanza de saber más, siempre estaba en la búsqueda permanente. Contaba que confiaba en el periodista y abogado Pablo Llonto, también en el historiador Gogo Morete, y siempre estaba alerta de quien pudiera darle un dato más. Pero no había más rastros de lo que los genocidas habían hecho con Miguel. Sí llevaba lo que había hecho él, su hermano. «Guardaba una grabación muy emocionante donde Miguel les enseña algunas cosas del atletismo a un grupo de estudiantes de Bella Vista, Tucumán», recuerda Piccioni.

En sus últimos días, luchó contra un cáncer. Hasta que no pudo más. El 25 de diciembre cumplió 80 años. Cuatro días después, murió. Elvira pidió que siga esa pelea por la memoria. «Mi tía fue una gran abuela. Nos hacía regalos, nos educaba, nos cuidaba. Pero además fue una referente de lucha», dice Angie, su sobrina. Elvira no tenía hijos, pero los tenía a ellos, a sus sobrinos, a sus sobrinas, al incansable amor por educar. «Elvira Sánchez fue tanto y será tanto porque lo que logró queda en la Carrera de Miguel pero sobre todo en las personas», dice Valerio. «Cuando decimos que Miguel está corriendo, ahora será con Miguel y Elvira, me gusta imaginarlos juntos», agrega Ana. Será también la Carrera de Elvira, la maestra luchadora.

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