Columna de opinión.
Como un dejá vù de hace casi 40 años atrás, la ciudad de San Bernardo de Campo fue el epicentro de la lucha política de Brasil. Principalmente por la concentración de los obreros metalúrgicos que se pusieron en pie de guardia para evitar la despótica acción del Poder Judicial brasileño al servicio de una tiranía implantada desde que se consumó el golpe parlamentario que destituyó a la expresidenta Dilma Rousseff.
Es claro y manifiesto que el poder fáctico avasalla la democracia para garantizar la continuidad de un proyecto económico y social que condena al pueblo brasileño a perder derechos conquistados a lo largo de más de un siglo de lucha y que el gobierno de Lula plasmó en concreto para la inclusión de amplios sectores populares.
Por eso, de nada serviría explicar el proceso legal que condena a Lula, porque es claro que a pesar de haberse comprobado que no recibió un triplex, sin embargo el Poder Judicial avanza arbitrariamente en la condena al líder petista para apresarlo como hizo la dictadura cívico-militar que rigió Brasil entre 1964 y 1985. Lo que deja a ese país con un impasse del funcionamiento de su Estado de Derecho.
La urgencia del Tribunal Regional de Justicia N° 4, que tardó meses en expedirse en este caso cuando en otros se toma casi dos años, muestra que el principal objetivo era maquillar una proscripción política y evitar que Lula pueda ser candidato, bajo una ley que paradójicamente el mismo PT impulsó.
Los caminos a octubre parecen inciertos. Si bien Lula tiene aún varias instancias de apelación, es claro que la respuesta ya no depende del proceso legal sino de un marco político. Principalmente porque Michel Temer, cabeza del golpe parlamentario, no supera el uno por ciento de intención de voto. Y el bloque del poder económico no encuentra un candidato confiable para sostener sus intereses. Y de continuar esta situación no se habilitará la candidatura.
Ante este escenario que remotamente podría cambiar, cabe preguntarse qué prospectiva se abre para el PT, cuya conducción sostiene no tener plan B, pero cuando el 15 de agosto se defina la postulación, deberá pensar una estrategia de continuidad. Ahí, cuenta con ventaja, porque la misma voracidad con la que actúa el establishment fortalece el liderazgo de Lula dejándolo con la llave de la política brasileña.
Queda así en una lucha pacífica, asemejándose a líderes mundiales como Gandhi, Luther King o Mandela. Una resistencia política cuyo desenlace es incierto y de ella depende la dignidad del pueblo brasileño. De lo que no cabe duda es de que Lula seguirá escribiendo hojas en la historia de Brasil, Latinoamérica y el mundo entero. «
*Politólogo/UBA
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