La inteligencia artificial está acusada de plagio

Por: Mónica López Ocón

La canadiense Margaret Atwood y los estadounidenses Jonathan Franzen y Nora Roberts encabezan las firmas de una carta abierta a las compañías relacionadas con esta nueva tecnología solicitándoles un resarcimiento por imitar el lenguaje literario creado por escritores y escritoras de carne y hueso.

En la era de la posverdad el concepto de “realidad” se ha vuelto cada vez más difuso y con la irrupción de la inteligencia artificial ha entrado definitivamente en crisis. Por eso, esta nueva tecnología, que si bien cuenta con adeptos, cada día recibe nuevas acusaciones. Hoy, la inteligencia artificial está acusada de plagio.

Si la inteligencia artificial puede escribir una novela al estilo de cualquier novelista, la tarea de los escritores parece haber perdido sentido. Sin embargo, para que exista una novela a lo Margaret Atwood, la famosa autora de El cuento de la criada que se convirtió en un emblema de las reivindicaciones feministas y sobre el cual se hizo una serie,  fue preciso que Atwood creara el estilo Atwood.

Por eso, tanto ella como Jonathan Franzen  y Nora Roberts y otros menos conocidos firmaron una carta remitida a los CEO de OpenAI, Meta,  IBM y Microsoft en la que argumentan que «Estas tecnologías –dice la carta –  imitan y regurgitan nuestro lenguaje, historias, estilo e ideas. Millones de libros, artículos, ensayos y poesías protegidos por derechos de autor proporcional el ‘alimento’ a los sistemas de IA, comidas interminables por la que no se nos ha pasado factura». Lo dicho: la inteligencia artificial está acusada de plagio.  

El perjuicio de este plagio sería doble. Por un lado la producción de los escritores reales, de la poesía al ensayo, es la materia prima de que se nutre la inteligencia artificial, con lo cual se ejerce una suerte de expropiación no autorizada del patrimonio de los autores verdaderos. Por otro, la multiplicación de libros producto de la inteligencia artificial, que es probable que inunden el mercado, no tardará en hacer que los libros escritos por autores de carne y hueso vean reducidas sus ventas aún más drásticamente que hoy  y, en consecuencia, incluso los autores de carne y hueso consagrados vean reducidas sus ganancias.

Lo que exigen los firmantes es un resarcimiento y también una regulación del uso de esta nueva tecnología.

Foto: AFP

El plagio de la inteligencia artificial y la «minería de datos»

El reclamo de los escritores tiene fundamento. Para que la inteligencia artificial pueda generar algo, existe un acto previo imprescindible que es analizar y explorar una gran cantidad de datos que den cuenta de patrones y regularidades ocultas. En el caso de los escritores y escritoras, esas regularidades y patrones ocultos constituyen ni más ni menos que su “estilo”.

En la utilización de este procedimiento llamado “minería de datos” hay por lo menos dos atropellos: esta disección de las obras se lleva a cabo sin el consentimiento de los autores reales de las obras y de esta expoliación inconsulta las compañías generan productos que producen ganancias de las que los autores no participan hasta el momento.

Si el futuro y la ciencia son dos ítems fundamentales de la literatura de Atwood, la inteligencia artificial parece crear por ella la peor pesadilla distópica: un mundo en el que los escritores dejan de tener lugar y sus obras sólo sirven para el canibalismo tecnológico que garantice la producción de literatura sin la intervención de escritores.

Atwood se ha encargado de recalcar más de una vez que su literatura no pertenece a la ciencia ficción, una clasificación en la que han pretendido encasillarla, porque todo lo que plantea ocurre en nuestro mismo planeta. Algo similar ocurre con el tema de la inteligencia artificial. Parece una novela de ciencia ficción, pero no lo es, es una realidad palpable que ya está ocurriendo en nuestro propio mundo.

El 5 de mayo de este año una nota de Télam se refería a un artículo del “Washington Post” que advertía que Amazon estaba inundada de libros escritos por inteligencia artificial. El periódico titulaba: “Escribió un libro sobre un tema raro y horas después apareció una réplica de ChatGPT en Amazon». La nota se refería a Chris Cowell, un ingeniero en software quien denunció que su libro había sido plagiado a una velocidad inusitada.   

Los campos electromagnéticos es el primer libro en español escrito por el escritor y crítico Jorge Carrión quien junto a los ingenieros y artistas del Taller Estampa de Barcelona, alimentaron un sistema GPT-2 y generaron este libro que pertenece al género ensayo.

Los especialistas afirman que es muy difícil un libro de un autor humano de ese plagio sui generis que hace la inteligencia artificial.

Foto: Penguin Random House

Los números cantan

La inteligencia artificial plantea un problema ético, moral y también monetario.

La carta, reproducida por el Washington Post dice en un párrafo: “Como resultado de que nuestros escritos sean introducidos en sus sistemas genera daños (…) En la última década los escritores han experimentado una disminución del 40 por ciento en sus ganancias y en 2022 el promedio de dinero recibido por escritores full-time por su trabajo ha sido de 23.000 dólares. Esto hace difícil e incluso imposible para los escritores, especialmente para los más jóvenes, vivir de su profesión.”

“Solicitamos a los líderes de las empresas  de inteligencia artificial que, para compensar el daño infligido a nuestra profesión, sigan los siguientes pasos: Solicitar permiso a los autores para el uso de material por material por el que deben pagarse derechos de autor  para ser utilizados por sus sistemas de IA. Compensar a los escritores de manera justa y continua por el uso de nuestros escritos en los sistemas de IA.”

Inteligencia artificial, defensores y detractores

Toda tecnología ofrece resistencia. Aunque hoy parezca increíble, la máquina de escribir también tuvo sus detractores, según lo consigna  Marty Lyons en su libro “El siglo de la máquina de escribir”.

Más aún, Víctor Hugo se negó terminantemente a dejar de utilizar la pluma de ganso como instrumento de escritura cuando nacieron las plumas metálicas.

La fotografía y el cine aún generan asombro si se tiene en cuenta que son capaces de retener las imágenes y las voces de gente que ha muerto.

Cuando se proyectó la primera película sobre la marcha de un tren, los espectadores se corrieron de sus asientos por temor de ser atropellados.  

Hoy, todos esos prodigios se han naturalizado a tal punto que nadie advierte su condición de tales. El asombro disminuye con la frecuentación reiterada de una determinada tecnología.

Es probable que con la inteligencia artificial suceda lo mismo, aunque es cierto que parece marcar un punto de inflexión al cuestionar el concepto mismo de realidad, lo que produce todo tipo de incertidumbres.

Por otro lado, también es cierto que las empresas de tecnología  constituyen verdaderos imperios que avasallan con toda naturalidad los derechos individuales como es evidente en el caso de los escritores.

El reclamo es justo porque quienes manejan los hilos de la inteligencia artificial, más que ante una máquina de hacer prodigios se sienten ante una máquina de hacer dinero a cualquier precio.

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