La derecha se monta sobre los efectos de la inflación para proponer un cambio de raíz.
Derrotar al macrismo era movilizador. Habían sido cuatro años de persecución política; pérdida de poder adquisitivo de los salarios; crecimiento del desempleo. La maquinaria del endeudamiento se había vuelto a encender a todo vapor. Macri había hecho retroceder a la Argentina a principios de la década de 1980, cuando los niveles de endeudamiento externo que había dejado la dictadura eran tan grandes que condicionaban toda la política del país. Había que derrotar ese modelo.
Ahora la pulsión predominante es cierto desinterés. Una porción de la población cree que no se juega nada especial en este partido. El motivo –hay que decirlo– es que un sector de los votantes que en 2019 respaldaron al entonces Frente de Todos creen que las cosas no cambiaron demasiado. Hay muchos indicadores que rebaten esta visión: crecieron la industria, el empleo, y la obra pública. Sin embargo, la inflación de tres dígitos anuales es un tsunami que arrasa con lo demás.
No da lo mismo quién gane. La historia demuestra que todo puede empeorar. Los países pueden hundirse y el fondo no existe.
Ocurre además algo distinto al 2015. En ese momento Macri se ofreció durante los últimos cuatro meses de campaña como un postkirchnerista, un presidente que no modificaría las bases del modelo económico y social que habían impulsado Néstor y Cristina. Ahora la campaña se centra en proponer un cambio de fondo. La derecha sentó las bases para que la inflación se dispare. Dejó a la Argentina acogotada con la deuda y no hay flujo de dólares que alcance. Ahora se monta sobre la suba de precios para proponer dar vuelta todo. La inflación a estos niveles no tiene un efecto sólo en el bolsillo; también impacta en la psicología. Genera la percepción de que todo anda mal, aunque no sea así. Y cuando todo está mal surge el plafón para imponer un cambio de raíz. Hay muchos votantes que no escuchan el contenido concreto del supuesto cambio, se ilusionan con que hacer borrón y cuenta nueva. Es lo que queda del mensaje.
¿Se les ha dicho a los jubilados de modo contundente que van a perder los remedios gratis que reciben si gana la derecha, por ejemplo? Hay que volver a explicar que la mayoría del «gasto público» nacional son las jubilaciones, cerca del 60%. Cualquier ajuste empezará por ahí: por las personas que se deslomaron para construir este país y hoy cobran una jubilación que seguramente no alcanza, pero que puede alcanzar menos todavía. A quienes mandan a sus hijos a la escuela pública, la mayoría de la población, hay que volver a decirles que ahí habrá recortes. Y tendrán que gastar en educación privada o que sus hijos reciban una educación en perores condiciones, aunque las actuales no sean las ideales. A los trabajadores que han podido lograr buenas paritarias hay que reiterarles que la apuesta central es bajar los salarios.
Las propuestas de Patricia Bullrich –las de Horacio Rodríguez Larreta también, pero con matices– son un calco de la gestión de Macri: devaluar, bajar impuestos a los ricos, subirle las tarifas a la mayoría de la población, pedir más dólares al Fondo. ¿Acaso va a lograr un resultado diferente con la misma receta?
Sergio Massa ha logrado instalarse como un buen piloto de tormenta, pero para el oficialismo resulta difícil pedir el voto basándose en la continuidad en esta ocasión. Al mismo tiempo, proponerse como «el cambio», siendo gobierno, no es creíble. ¿Qué queda entonces? Seguir desnudando que la derecha viene con las mismas fórmulas fracasadas de siempre y que, en esta ocasión, quizás no se vote por amor sino por espanto. «
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