El 6 de octubre de 1973 se inició la llamada Guerra de Yom Kippur o de Ramadán. Petróleo y geopolítica.
Como entonces, las luchas geopolíticas atraviesan este nuevo conflicto. En aquel momento, plena Guerra Fría, los dos contendientes globales eran Estados Unidos y la Unión Soviética, y el Medio Oriente una de las aristas de esa puja en todo el planeta. Esa vez, el conflicto se inició cuando tropas egipcias y siras cruzaron sus fronteras hacia Israel. El apoyo de Washington a Tel Aviv era clave desde la creación del Estado de Israel, y Moscú brindaba su respaldo tanto a El Cairo como a Damasco.
En ese contexto, los países árabes productores de petróleo anunciaron como represalia un fuerte incremento en el precio del oro negro, que pasó de 3 dólares el barril a 5,75 en un día, más de un 90 % en 24 horas. La Organización de Países Exportadores de Petróleo, (OPEP), redujo la producción un 25% y empujó a las corporaciones a buscar el preciado elemento en otras regiones. Mientras tanto, la cultura de los países del entonces llamado Primer Mundo cambió radicalmente: ya no se podía dilapidar combustible sin consecuencias dramáticas para cada economía. Ya nada fue igual.
Lo concreto es que Estados Unidos –diríase mejor su secretario de Estado, Henry Kissinger- logró maniobrar como para que Egipto abandonara su alianza estratégica con la URSS y tendió a un acercamiento a Occidente, que culminó en acuerdos de paz con Israel en la residencia de Camp David, ya con Jimmy Carter en el poder, entre el líder egipcio Anwar Al Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin, en 1978. Ambos ganaron el Premio Nobel de la Paz por esta acción. Como parte de esos acuerdos, Israel devolvió la península de Sinaí, tomada en 1967. Sadat fue asesinado por soldados egipcios durante la celebración del 8 aniversario de aquella incursión en territorio israelí, en 1981.
Detrás de esta nueva escalada también está la sombra de Washington y de Moscú, aunque no aparecen hasta ahora de un modo tan directo. Tras la disolución de la URSS quedó en pie una Federación de Rusia con menos territorio e influencia ideológica, pero con su enorme poderío nuclear y una recuperación a nivel militar que se fue haciendo más evidente desde que el gobierno de Vladimir Putin puso todas las fichas para sostener a Bachar al Asad en Siria en 2011, tras la embestida de la llamada Primavera Árabe que impulsaba la administración de Barack Obama. Una posible extensión del conflicto podría derivar ahora en una guerra a escala local de imprevisibles consecuencias que se sumaría a la situación en Ucrania.
Un dato no menor es que Rusia integra junto con Brasil, India, China y Sudáfrica el grupo BRICS, de naciones que disputan el podio de las potencias dominantes con Estados Unidos. En la última cumbre, en agosto pasado en Johannesburgo, decidieron ampliar la membresía a otros seis países. Entre ellos está Argentina, pero también –y no se trata de casualidad o de simpatías personales- Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto e Irán. Juntos suman alrededor del 80% de las reservas de petróleo internacionales y también tienen el control de los principales pasos para el transporte del fluido: Los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb y el Canal de Suez.
El gobierno saudita ha sido un tradicional aliado de Washington y el principal sostén del dólar por su comercio petrolero en esa moneda. Pero esa fe monetaria y estratégica viene declinando y ahora está en el lugar de socio no confiable. Aun así, mantiene negociaciones para normalizar sus relaciones con Israel, al tiempo que dio un batacazo al reanudar sus lazos con Teherán. Irán sigue siendo el enemigo más claro para los israelíes, por eso estuvo entre los primeros gobiernos en brindar su apoyo a Hamas en esta ofensiva de 2023.
Según indican varios analistas, la guerra en Ucrania desvió recursos que estaban destinados a Israel, y eso puede haber inclinado la balanza en Gaza a favor de una incursión sorpresiva. Pero no se debe olvidar que el primer ministro Benjamin Netanyahu llegó nuevamente al poder de la mano de los partidos más extremistas, lo que exacerbó los ánimos entre árabes e israelíes. Otro dato es que la embestida del primer ministro contra el poder judicial renovó fisuras en la sociedad que quizás solo una guerra puede cauterizar.
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