La historia de cómo la camiseta de Maradona terminó en manos de un futbolista inglés

Por: Andrés Burgo

Diego usó dos camisetas el 22 de junio de 1986 pero la de mayor valor es la del segundo tiempo. Se la quedó Steve Hodge, un volante británico que se la pidió en los pasillos del Azteca.

La TV interrumpe su señal después del partido, pero el 22 de junio de 1986 continúa. Al llegar al túnel del estadio Azteca, que tiene rampa en vez de escaleras, los argentinos reciben escupitajos e insultos desde las tribunas. Son algunos de los hooligans esparcidos en el anillo inferior del Azteca. Pumpido y Ruggeri se acercan al alambrado y les responden. Algunos futbolistas ingleses, en cambio, ya perdido el duelo deportivo, buscan una revancha sentimental.

“Al final quise la camiseta de Maradona pero había un poco de cola, muchos pretendientes —escribe Barnes en su biografía, y es como si todavía lo lamentara—. La tradición es intercambiarla con el rival más cercano que tuviste en el partido y Steve Hodge lo marcó a Diego en los últimos cinco minutos, así que se quedó con la camiseta”. Barnes tiene razón a medias: Hodge se quedará con la camiseta de Maradona pero no por una cuestión geográfica sino por un guiño del azar, acaso la única vez en que el 22 de junio de 1986 favoreció a un futbolista inglés.

“Cuando terminó el partido, un par de compañeros quisieron la camiseta de Maradona —escribe Hodge en su libro—. Al principio ni pensé en eso. Nunca lo había hecho en el Mundial, y solo quería irme rápido. Los argentinos festejaban como locos. Pero como ya estábamos eliminados, me dije: “Bueno, puedo probar” y me acerqué a darle la mano a Maradona. Chris Waddle —delantero— estaba en lo mismo. Había mucha gente, era un caos, así que le deseé lo mejor y me fui. En eso me pidieron que hablara con Gary Newbon —el encargado de las entrevistas para un canal inglés, ITV—, y eso me retrasó, así que tardé un par de minutos en irme de la cancha. Los equipos tenían dos túneles separados, pero bajo tierra se unían y nos llevaban a los vestuarios. Yendo para el mío, veo cómo Maradona también iba para el suyo. Nos miramos y estiré mi camiseta, como pidiéndole un cambio. Él dijo que sí con la cabeza y listo. Fue pura casualidad. Juntó sus manos, como un gesto de agradecimiento, y se fue”. 

Para Hodge fue el momento más notable de su carrera, o eso se desprende del título de la biografía que publicó en 2010: después de un largo recorrido propio, que incluyó dos Mundiales, más de 300 partidos en la Primera División de Inglaterra y un título de liga con el Leeds en 1992, el libro en el que cuenta su carrera se llama “El hombre con la camiseta de Maradona”. La tapa es una imagen del 10 argentino y el 18 inglés a la caza de una pelota en México. Ese segundo de gracia en el subsuelo del Azteca, ese cruce de miradas con Maradona, sería también para Hodge su mejor negocio económico. Su jubilación anticipada.

“Al volver a Inglaterra, puse la camiseta en el ático de mi casa y se quedó ahí hasta 2002, cuando vi una noticia que me llamó la atención —cuenta Hodge en su libro—: una de las remeras que Pelé había usado en el Mundial 70 fue a subasta y se vendió por 150.000 libras —225 mil dólares, hasta entonces en manos de un futbolista eslovaco que la intercambió con O’Rei después de un Brasil-Checoslovaquia—. Supe que la de Maradona en 1986 podía ser comparable y la camiseta que guardaba se convirtió en tema de conversación. Me invitaron a un programa de televisión, en Londres, y viajé el día previo. A las once de la noche me llamaron para preguntarme si la había traído. No la tenía, así que llamé a mi suegra para que la buscara y me la enviara en moto a través de un mensajero. Me puse muy nervioso, hasta que me la entregaron a las dos de la mañana. En otro programa, uno de los conductores quiso ponérsela. Como toda la indumentaria de entonces, la de Maradona era muy pequeña, así que empecé a transpirar más por eso que por las luces del estudio. Tuve miedo de que se rompiera, y eso me sirvió para que me decidiera a asegurarla, pero fue difícil porque ninguna compañía quería ponerle un valor. Entonces la dejé en el Museo Nacional del Fútbol, en Preston. La gente me hace más preguntas por la camiseta de Maradona que por otra cosa. Nunca la lavé, todavía tiene su transpiración y su ADN en la tela”. 

—Ahora está en el Museo Nacional del Fútbol, en Manchester, la presté para que la exhiban —dice Hodge, por correo electrónico, como si la camiseta de Maradona fuera una confirmación de que los grandes tesoros de la humanidad terminan en los museos ingleses—. Tuve ofertas para venderla pero no quise hacerlo: es el gran momento de mi carrera, y un recuerdo del mejor futbolista que jugó a este deporte.

Tras el partido, aquel 22 de junio de 1986, Hodge entra al vestuario inglés con la camiseta de Maradona apretada en un puño. Lo que encuentra es un paisaje yermo. Glen Hoddle patea las cosas que tiene a su alrededor. Muchos jugadores, incluso el técnico, se enteran de la ilegalidad del primer gol. Es como un test de la verdad. O un parte de guerra.

“Estábamos devastados —cuenta Shilton en su libro—. Bobby Robson entró y preguntó: “¿Él no tocó la pelota —en referencia a Maradona y la mano del primer gol—?”. Todos le respondimos: “Sí, él lo hizo”. Bobby miró el piso con tristeza y dijo: “Entonces fuimos engañados”. Yo estaba tan mal por la eliminación que no me detuve en la controversia de la mano. Sin embargo, eso no iba a desaparecer. Me acompañaría toda la vida, hasta hoy”. 

“Cuando abrí la puerta del vestuario, había lágrimas —dice Robson en su biografía—. Los jugadores estaban enfermos, y nada de lo que les dijera podría ayudarlos. Yo mismo estaba en trance. El ómnibus, en el viaje de regreso, se parecería a un coche fúnebre».

«Miré a mi alrededor y estaban todos agotados —recuerda Barnes en su libro—. Por dentro, en cambio, yo estaba emocionado por el solo hecho de haber compartido la cancha con Maradona en un Mundial”.

“Llegué al vestuario —recuerda Hodge— y los jugadores se quejaban de la mano. Fue entonces cuando me enteré de lo que había pasado. Butcher estaba enojado, había un estado de ánimo agresivo, todos hablaban de eso. La sensación de haber sido engañados era abrumadora. Se habló de que Ted Croker -el presidente de la Federación Inglesa- iba a hacer una queja oficial a la FIFA. Seguí tranquilo y puse la camiseta de Maradona en mi bolso”. 

“No había manera de que yo quisiera intercambiar camisetas con cualquiera de los argentinos —escribe Sansom en su biografía, siempre enojado, en especial con Hodge—. De hecho, todo se puso un poco caliente en los vestuarios cuando algunos de nuestros rivales —minutos más tarde— buscaron intercambiar su indumentaria por la nuestra. A algunos de nosotros nos hubiera gustado más una pelea que una muestra de alegría. Irónicamente, la única persona con ganas de poner sus manos en la camiseta de Maradona fue el propio “Señor Olvidadizo”, Steve Hodge. Él todavía la tiene, y vale una fortuna: se estima que algo así de 250.000 libras —380 mil dólares—. Ojalá la tuviera yo”.

—Nunca oculté que me había quedado con la camiseta de Maradona —me aclara Hodge—. Tengo una foto de un diario, del día siguiente al partido, en la que la tengo puesta, y ninguno de mis compañeros estaba molesto. Habíamos quedado eliminados del Mundial, y eso era lo único que pensábamos.

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