En una entrevista de la revista Anfibia, la hija del genocida contó que fue la marcha en contra del 2x1 y pidió que su padre no salga nunca más de la cárcel.
Hace un año que la hija del genocida se cambió el apellido y el miércoles fue por primera vez a una marcha organizada por organismos de derechos humanos. Ahora se llama Mariana D. y cuenta esta situación: Siento calma, perdí el miedo y adquirí la madurez necesaria. Lo de la marcha fue conmovedor. Hay que tener la memoria despierta. Me siento acompañada porque somos millones.
Durante muchos años, Mariana se limitó a ver por televisión y emocionarse ante cada marcha en conmemoración por el 24 de marzo de 1976, pero nunca se animó a asistir junto a su marido por miedo a los sentimientos que podría despertar en ella. Pero ahora se siente mejor y se anima a contar cómo fue tener a Etchecolatz de padre. Su sola presencia infundía terror. Al monstruo lo conocimos desde chicos, no es que fue un papá dulce y luego se convirtió. Vivimos muchos años conociendo el horror. Y ya en la adolescencia duplicado, el de adentro y el de afuera. Por eso es que nosotros también fuimos víctimas. Ser la hija de este genocida me puso muchas trabas, afirmó Mariana en un tramo de la entrevista. En ningún momento Mariana nombra al represor como papá. Lo llama por su apellido, el mismo apellido que ella decidió quitarse. Etchecolatz hizo todo lo que un padre no hace. Era un ser invisible, que usaba la violencia y no se le podía decir nada. Aparentaba tener una familia, pero nos tenía asco y era encantador con los de afuera. Vivíamos arrastrados por él, mudanzas todo el tiempo, sin lazos, sin amigos, sin pertenencias. Una realidad cercenada. Nos cagó la vida. Pero nos pudimos reconstruir, aseguró y al mismo tiempo contó que su madre también fue una víctima porque vivía amenazada de muerte cada vez que ella le decía que quería irse junto a sus hijos. Se resistió pero era como luchar sola contra toda una fuerza policial. Y cuando cortamos relación con él, empezamos de cero, mi mamá nunca había trabajado y vivimos con lo justo, pero con un alivio descomunal, contó Mariana, quien ahora es psicoanalista y vive en Buenos Aires junto a su familia, mientras que su madre formó una nueva pareja y se fue al exterior.
Consultada sobre qué sentía cada vez que escuchaba el apellido de su padre en los medios de comunicación, Mariana fue muy clara: Me invadía el terror. Me angustié desesperadamente con lo de Julio López. Me temo que aún sigue sosteniendo poder desde la cárcel, no es un ningún viejito enfermo, lo simula todo. Y agregó: Es un ser infame, no un loco, alguien que le importan más sus convicciones que los otros, alguien que se piensa sin fisuras, un narcisista malvado sin escrúpulos. Antes me hacía daño escuchar su nombre, pero ahora estoy entera, liberada.
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