La revista villera intenta un acercamiento con los habitantes del archipiélago sin intermediación de la dirigencia de cada país y sin hablar de soberanía territorial.
Luego de contar que les quieren hacer sellar el documento, algo a lo que se niegan, señalan que no existe en esos parajes controlados por la corona británica más que una publicación periodística que sigue los lineamientos del gobernador. Sin críticas, sin disgresiones.
Y enumeran las primeras impresiones en las islas: Bajo tenues luces y picos nevados, entre las cruces de 649 chicos asesinados, 2300 hombres y mujeres llevan sus nombres, sus quehaceres y sus emblemas, sobre una tensa calma heredada; una vida sin problemas, con el alma automatizada. No hay teatro, no hay mezquitas, no hay canal, no hay psiquiatra.
¿Qué fueron a hacer a Malvinas? Ellos mismos lo aclaran, sembramos la idea de formar una asamblea con hermanos de países latinoamericanos y un par de isleños que prefieren vivir sin dueños, no para definir la soberanía, sino para vivir mejor cada día, levantando el suelo de la participación y rompiendo ese anzuelo de la incomunicación.
En el fondo, el planteo de esta publicación de cultura villera es cubrir un bache que ninguna diplomacia pudo lograr y quizás no quiera. Si realmente queremos descolonizar urgente, no queda otra que avanzar lenta y culturalmente, porque por supuesto hay un sentimiento honesto de empatía que no pasa por la economía.
A continuación se preguntan: ¿Podremos? No saben y no sabemos, pero nos prometimos que construiríamos organización en cada rincón, a toda hora, bajo esa maldita manta del bien que acalla tantas esquinas argentinas…
La crónica de la Garganta Poderosa no olvida desmenuzar en un par de pinceladas como viven los kelpers. Nadie se recibe de ingeniero, pero todos pueden comprar sus alimentos (
) un carpintero gana 2600 dólares por mes (
) no conocen de hurtos, ni tampoco el abrazo, porque habitan otra matriz y porque nadie le roba a nadie (
) tienen una cárcel que alberga a 6 presos (
) se van al supermercado sin revisar si el portón quedó cerrado y al bajar dejan el auto abierto.
La publicación de la Poderosa se convierte así en un intento de acercamiento entre pobladores de dos mundos muy diferentes pero que comparten no solo inquietudes sino padeceres comunes. Y que en un diálogo profundo se encuentran enlazados en una misma realidad, más allá de los gobiernos de turno y de la persistencia del colonialismo físico y mental.
Lazos que los gobiernos no están en condiciones de establecer por intereses particulares.
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