Otro país europeo infectado de nazismo, así lo demostraron las elecciones del último domingo, tras un siglo de plana neutralidad se mete en una guerra, como la del Este. La renuncia de Sanna Marin.
El domingo hubo elecciones en las que un muy bien publicitado gobierno que representaba las políticas sociales más estables y avanzadas de Europa fue derrotado por partidos de ultraderecha que se parecen mucho al nazismo que ha vuelto a campear por el decrépito continente. El martes, después de más de un siglo de haber conservado la neutralidad en todas las guerras y todas las entreguerras, el país se incorporó a la OTAN, una estructura guerrera que Occidente creó para mejor cubrir las espaldas de Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría.
Europa, que hace sólo 78 años vivió los últimos episodios que todos identificaron como los del fin del nazismo, revive ahora esa nefasta etapa de la historia. En la cuna del hitlerismo, el legal partido Alternativa para Alemania asomó la cabeza en los primeros años de la segunda década del siglo y se consolidó con miles de actos criminales –chicos, medianos y grandes– hasta que estalló electoralmente en 2021. Ya entonces se habían detectado células nazis en los cuarteles. En otros países –Italia, Francia, Holanda, Suiza, Suecia, Hungría, Austria, España– el nazismo quedó circunscripto a los civiles, que no ocultan su ideología. Ahora se consolidó en Finlandia, donde quedó bendecido por voto popular como el segundo partido del Parlamento, con el que el triunfante Partido de la Coalición Nacional deberá negociar, necesariamente, para formar gobierno.
Podrá hablarse de la falta de gimnasia política de los finlandeses, lo que en principio queda desmentido por el alto índice de asistencia electoral (el 71,9%), un porcentaje inusual para los países europeos. Lo que ocurrió, en realidad, es infinitamente más preocupante, porque el leit motiv del voto pasó por lo económico, ignorando lo social, y por la absorción de una elevada cuota de mentiras que la ultraderecha sembró exitosamente en un campo que ya se vislumbraba fértil para el nazismo. Como las falsedades que permearon a la sociedad, a la que el hitlerista Partido de los Finlandeses hizo tragar el sapo de que la inflación y una potencial pérdida de fuentes de trabajo (pérdida a futuro) se deben a los extranjeros, cuando en realidad la inmigración es de sólo el 6,8% de la población total.
El que perdió las elecciones fue el Partido Social Demócrata (SDP) y la que quedó afuera del futuro gobierno es la primera ministra, Sanna Marin. Quedó tercera en una elección en la que, sin embargo, obtuvo más votos que en las anteriores y en la que la diferencia con el ganador fue de menos de un punto: el 0,9% de los sufragios.
Sanna
Como se dijo, los comicios giraron en torno a la economía, básicamente al tema de los impuestos. En un contexto de recesión y ligera inflación (casi el 8%) y endeudamiento manejable (73% del PBI), la ultraderecha proponía reducir algunos impuestos y volver a las políticas de ajuste perpetuo, beneficiar al capital y exprimir al trabajo. El SDP, en cambio, habló de aumentar impuestos (al capital y la herencia) para volcar lo recaudado a políticas sociales y educativas.
Quizás correctamente, aunque también favorecidos por una insistente campaña publicitaria, se ha presentado a los países nórdicos –Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, Islandia– como el último reducto de la socialdemocracia mundial. Esa campaña ha llegado a los límites de la estulticia cuando, con respaldo de una de las agencias de la ONU, durante seis años se ha designado a Finlandia como el país más feliz del mundo.
«A lo mejor quieren decir que no nos quejamos, pero eso es otra cosa», dicen burlonamente los propios finlandeses. También se insiste en hablar de la juventud de la dirigencia socialdemócrata, en primer lugar Sanna Marin, que fuma marihuana y sale a bailar con sus amigas. Con igual sorna, el diario conservador catalán La Vanguardia resaltó que hay diferencias entre cómo los medios hablan de esos líderes –»jóvenes, acicalados, fotogénicos»– y cómo son percibidos por sus electores.
Pero Sanna Marin no es sólo la chica soltera que sale a divertirse con amigos y se prende, con las mismas contorsiones de Travolta, a la fiebre del sábado por la noche. Cuando hace política en serio, la paloma se vuelve halcón y compite (compitió) en la sobreactuación de la dirigencia europea cuando hubo que salir a demostrarle a Estados Unidos, en Ucrania, quién es más papista que el papa. Tanto que el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, habló de ella calificándola como «una líder maravillosa», elogiando sus acciones ante la invasión a Ucrania y destacando que Finlandia aportará a la Alianza un sustancial número de efectivos militares (280.000 soldados y el segundo arsenal del grupo).
«Marin –dijo Stoltenberg cerrando el capítulo de los elogios– es la responsable de la alta inversión militar de su país, de los pocos que, pese a no pertenecer a la alianza, durante la Guerra Fría no redujo su inversión en defensa». Al noruego tampoco se le olvidó rescatar que fue durante el gobierno de Marin que comenzó la construcción de una valla que impedirá el paso entre Finlandia y Rusia, con quien comparte una frontera viva de 1.340 kilómetros. Se trata de una barrera metálica –»¿cortina de hierro», acaso?– de tres metros de alto, coronada con una trama de alambres de púa y una red de cámaras de visión nocturna, lámparas y altavoces. Hasta febrero, cuando comenzaron las obras, el tránsito de personas era libre, en la frontera sólo había unas vallas de madera para impedir el paso de ganado. La República Popular China, que es una voz cada vez más audible en el concierto mundial, observa con recelo cómo la Europa pro norteamericana encierra a Rusia en sus propias fronteras, desplegando ante sus narices soldados, blindados y misiles. En su edición del 5 de abril, el tabloide Global Times, dependiente del Diario del Pueblo, vocero oficial del Partido Comunista, presentó un informe para explicar y comentar la anexión finlandesa del día anterior a la estructura de la OTAN. En las altas esferas chinas, advirtió el diario, «que Finlandia abandone su histórica neutralidad y se ponga al frente de la confrontación de la OTAN contra Rusia, aumentará los riesgos de seguridad de la propia Finlandia y puede impulsar a Moscú a poner en disposición su enorme poderío nuclear».
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