La directora Amparo Aguilar acaba de filmar Las Conversaciones, a partir de los diálogos entre la sobreviviente de la ESMA Thelma Jara de Cabezas y su hijo Daniel.
-¿Cómo fue el encuentro con ese material? ¿Vivís como un desafío contar esta historia?
-Sí, pero es el desafío que más me interesa. Daniel me llamó para hacer una asesoría de guión, que es algo que habitualmente hago. Había que decidir para dónde podíamos rumbear con el material que tenían y fue ahí que escuché la cinta por primera vez. Lo que se presenta ahí para mí es muy revelador de muchas cosas. Creo que a pesar de los relatos familiares, a pesar de las lecturas, a pesar del cine, a pesar de todo, nunca había tenido una dimensión tan cabal de lo que implicaba el terror en la vida cotidiana. Yo nací en democracia y creo que una se puede imaginar hasta un punto qué significa vivir en clandestinidad o qué significa tener miedo de que te escuche la vecina, cosas que quienes nacimos en democracia no nos representamos. Escuchar esas conversaciones es lo más parecido a la vida, es algo que entra por los poros… Me impresionó mucho y me pareció que por ahí valdría la pena entrarle a la película. Armamos este proyecto pensando a quién le queríamos hablar con esto que íbamos a emprender.
-¿Y a quién le habla la película finalmente?
-Para mí es importante pensar que estamos hablando con gente que no vivió la dictadura, que quizá incluso no tiene ya siquiera un relato directo. Partiendo desde el punto de quien escucha -que soy yo, nacida en democracia- en adelante, esta película tiene una cantidad de condimentos que la vuelven vigente. Estamos viviendo un tiempo donde el arrasamiento psíquico, la mentira sistemática como forma de confundir a los otros, estar constantemente “atajando” mentiras y maldades en el discurso público, es algo que ya ocurrió antes. ¿Por qué había gente que sobrevivía y gente que no? Era incomprensible en ese momento. Y no poder ordenar la lógica de justicia arrasa psíquicamente también. Eso fue lo que hizo la dictadura y es lo que está haciendo ahora la extrema derecha con nosotres. Hay algo en las cintas, una materia muy viva que es escuchar una conversación y que luego en la película se despliega: hay una reunión (NdE: la entrevista fraguada en la confitería Selquet de Núñez, titulada “Habla la madre de un subversivo muerto” que salió el 29 de septiembre de 1979 en la revista Para Ti, de Editorial Atlántida) orquestada desde el Estado terrorista con el fin de, por un lado, decirle a la señora que leía Para Ti que todo lo que ya le estaba empezando a asustar era falso. Y por otro lado, para deslegitimar dentro del movimiento de derechos humanos a sus propios representantes, para generar discordia en su interior. Estamos hablando de una operación de un nivel de perversión y a la vez de eficiencia que también está bueno volver a mirarla porque nos permite pensar otras cosas: yo hago cine argentino. Las cosas que se dijeron e instalaron en redes y medios respecto del cine argentino este último tiempo son nefastas y esto hace que la gente nos trate como ladrones.
– Y es también correr el eje de las producciones culturales en sí, para poner el foco en su productividad en términos económicos, ¿no?
– Yo estoy segura de que si convocaran al sector cultural y nos dijeran “necesitamos que este dinero se asigne en estos próximos años como plan de emergencia a estos tres programas sociales que van a resolver la pobreza estructural” la mayoría aceptaría. Pero el problema es que todo el sector cultural está sin trabajo, están retrayendo la economía y no le están dando nuestro dinero a los chicos del Chaco.
-En películas anteriores como Relatos de Archivo trabajaste con documentos del pasado reciente.
-Ya vengo con algún trabajo en relación a qué preguntas le hacemos a los archivos. Estamos ordenados por un mundo tan visual que la idea de que el cine proponga la escucha como forma de acercarnos de otra manera a la información para mí es muy interesante. A veces no nos damos cuenta pero cuando pensamos en la dictadura, hay imágenes que vienen inmediatamente a la cabeza. Y esto es por el archivo al que recurrimos para ilustrar el imaginario que construimos. Mientras que el archivo sonoro es otra cosa. El sonido es una forma de vinculación nueva para mí, que permite un acercamiento desde una posición de escucha y expectación, un acercamiento muy virgen y limpio.
-¿Podrías dar un ejemplo sin spoilear?
-Pensemos que nosotros tenemos dos personas en estas grabaciones: uno en México exiliado y la otra en Argentina, que primero estaba en el mundo de los muertos porque estaba desaparecida, después aparece, según la falsa entrevista, viviendo en Uruguay y siendo extorsionada por los Montoneros pero resulta que estaba en la ESMA pero aparecía cada tanto en su barrio, en Muñiz… pero de golpe se la llevan de nuevo y no se sabe dónde. Es una situación de una fragilidad total. Entonces lo que nosotros tenemos en la película son esos dos pequeños mundos privados: la señora que está hablando por teléfono en la casa de una vecina y el muchacho que está en otro país lejano, con un cigarrillo que se consume en un cenicero mientras espera. Hay una tensión constante, algo que parece todo el tiempo estar a punto de apagarse, quebrarse o romperse. Algo importante es que quien escucha en este momento es otra persona. Esta conversación no fue hecha para escucharse y mucho menos para escucharse 45 años después. Entonces ahí está la presencia de mis notas como testigo: son las preguntas que surgen desde el hoy y que tienen una participación gráfica en la peli. Lo que se escucha es una conversación dura: no aparece de manera tan evidente como podríamos pensar la ternura, por ejemplo. Y eso es muy sorprendente para alguien como yo, que viene del feminismo, de elaborar el cuidado como una cuestión política. Escuchamos a militantes en los 70 años que eran madre e hijo, hay un ordenamiento ahí de la afectividad que es muy fuerte.
-¿Te considerás activista cultural, una educadora, todas esas cosas a la vez?
–Soy docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Fui docente muchísimos años en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC). Soy peronista, activista formada en el transfeminismo desde hace muchos años. El cine político -que es en definitiva lo que con el tiempo me doy cuenta que hago- es un cine que está bastardeado como cine panfletario. Y a mí me parece que en la vida democrática e incluso desde el feminismo, porque nos atrevemos a pensar todo de nuevo, el cine político puede aportar en relación a crear una experiencia sensible que permita abrir conversaciones. «
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