La Educación Sexual Integral (la “ESI”, como la llamamos ya como marca) es una ley que está por cumplir diecisiete años. Y viene de una historia bastante anterior: la identificación limitaciones culturales en las políticas de prevención de contagio de infecciones o del embarazo no planeado; las denuncias de diferentes colectivos de mujeres, que lograron poner en común su experiencia de la desigualdad y de la violencia cotidiana; la manifestación creciente de personas que no se sentían identificadas con la división binaria entre lo femenino y lo masculino, y padecían en consecuencia; y más.
La ESI propone pensar que la sexualidad es una parte constitutiva de la vida humana, y que por lo tanto “el problema” no es la sexualidad, sino las relaciones de desigualdad, las presiones, las omisiones, la medicalización vinculada con la sexualidad. La ESI es un proyecto que busca una vida libre de violencias, en la que cada persona pueda desarrollarse lo más ampliamente posible y en la que la vida en común no sea una amenaza sino una oportunidad.
Sabíamos desde hace tiempo que algunas familias y algunos sectores se resistían a la ESI. En general a partir de cierto desconocimiento, del consumo de ciertos estereotipos. Por ejemplo, hay familias que se oponen a la ESI porque creen que busca la iniciación sexual temprana o que fomenta el sexo desenfrenado. El trabajo allí fue y es seguir mostrando que la ESI es justamente lo contrario: busca formar sujetos autónomos, que, por ejemplo, no cedan a la presión de estar en situaciones en las que no quieren estar.
Para otros sectores el problema es más profundo. Quienes entienden que la educación sexual es solo patrimonio familiar, están militando un paradigma que es anterior a nuestra época, anterior a la Convención de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, que colocó al sistema de derechos por encima del sistema de la tutela parental. Pero, aquí también tenemos argumentos para compartir: la convención no niega que las familias tengan responsabilidad sobre las infancias, lo que sí introduce como novedad es que las familias no pueden decidir “cualquier cosa”. Y si hay violencia de cualquier tipo, debe intervenir porque es garante de los derechos infantiles. Si las familias educan, alimentan y sobre todo aman a niños, niñas y adolescentes, el Estado no tiene nada que decir y habrá que llevar tranquilidad una y otra vez en este sentido.
También hay resistencia de algunos varones. Y es evidente, sí, que la ESI amenaza al modelo machista. Pero no resulta tan evidente que el machismo es violento también para los propios varones. Si un chico tiene que demostrar que es “macho” agarrándose a las piñas con otro, pagando las cuentas o escondiendo sus sentimientos, pierde también. El patriarcado es un sistema violento para todas las personas y en estos tiempos habrá que seguir conversándolo una y otra vez.
En otros casos se impugnan leyes votadas en el congreso nacional. Es el caso de la ley de Identidad de Género, del Matrimonio Igualitario, de la Interrupción Voluntario al Embarazo. Si cada una fue discutida ampliamente y aprobada en el Congreso, será que “el problema” es la impugnación del Congreso mismo como poder de la democracia. Evidentemente la discusión es otra.
Es evidente que las pintadas y los argumentos que se plantean en los medios se inscriben en un proyecto político que pugna por llegar al poder. El problema es que manipulan a las familias buscando instalar “pánico moral”, haciendo creer que lo que más quieren está en peligro.
Y estamos en un momento complejo en que los grandes relatos o los conceptos abstractos parecen insuficientes; un momento de frases cortas y videos breves, por ejemplo.
Hagamos ese ejercicio y pensemos una educación sin ESI. Seguramente habrá más noviazgos violentos, más violencia contra las mujeres, más violencia entre varones, porque no habrá ningún lugar donde discutir el sinsentido de matarse a golpes. Sin la ESI va a haber muchas menos oportunidades de hablar en clase lo que no se habla en casa. Seguramente volveremos a una etapa anterior de pensar que hay trabajos para mujeres y trabajos para varones, o que las mujeres son las que se tienen que encargar de los hijos y de las hijas, y que tienen que arreglarse como puedan para conciliar trabajo y estudio.
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