La escritora chilena María José Navia llega a Argentina

Lo hace con Kintsugi, un libro de narrativa en el que una familia se quiebra y busca recrearse y sanarse como en el arte japonés que le da nombre al libro.

María José Navia nació en Santiago en 1982 y es una de las escritoras más prometedoras de la camada joven de la narrativa chilena. No solo ha sabido dejar bien parada a la literatura latinoamericana con premios en varios países sino que además se dio tiempo para perfeccionarse con un magíster en Humanidades y Pensamiento Social por la Universidad de Nueva York y un doctorado en Literatura y Estudios Culturales por la Universidad de Georgetown.

Desde 2010 viene con buen ritmo ya que ese año publicó Sant, pero le siguen Instrucciones para ser feliz en 2015; Lugar en 2017, obra que fue finalista del Premio Municipal Literatura, Kintsugi en 2018 y Una música futura que, en 2020, resultó ganadora del concurso Mejores Obras Literarias del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. También publicó la novela infantil El mapa secreto de las cosas, en 2020, que resultó ganador de la Medalla Colibrí IBBY Chile a la Mejor Ficción Infantil en 2021. Ha grabado también la versión audiolibro de tres de sus obras: Lugar (para Leolento), Kintsugi (para Storytel) y Una música futura (para Scribd).

La pandemia no la detuvo y, en 2022, fue finalista del prestigioso Premio Internacional Ribera del Duero por su libro Todo lo que aprendimos de las películas, publicado por la editorial Páginas de espuma en España en febrero de este año. Y ahora, de la mano de Concreto Editorial reedita Kintsugi que ya fue publicada en Chile, Colombia y México.

Esta obra va al hueso de lo que es una familia que se quiebra. Es una novela en cuentos, como María José la define, y en ella el lector va uniendo con el hilo de oro de su lectura, los pedazos que trae cada capítulo, haciendo referencia así al título de la obra.

A días de llegar a Buenos Aires para dar a conocer esta obra en la Feria del Libro, María José dialogó con Tiempo Argentino y contó del camino literario que se inició cuando le escribía cuentos a su abuelo y que hoy se desliza en un abanico de narraciones.

-Algunos de tus libros se pueden considerar “novela en cuentos” o “cuentos encadenados”, ¿por qué elegís esta forma de estructura?

-Es mi formato favorito. Mi género preferido es el cuento. Me gusta esa miniatura, la posibilidad de control y de trabajo minucioso que te da. Pero también me gusta encontrar distintas formas de enlazarlos unos con otros. En el caso de Kintsugi es la familia, en Una música futura es una cierta idea de futuro y la tecnología como máquina de construir ficciones; en mi más reciente Todo lo que aprendimos de las películas es el cine como ritual, el compartir la oscuridad y lo que yo llamo los vínculos del casi: casi madres, casi padres, casi parejas. Las relaciones que no caben en las categorías o cajitas tradicionales.

-En Kintsugi te sumergís en relaciones afectivas y familiares rotas o quebradas. ¿De qué te nutrís para estas historias: noticias del diario, datos autorreferenciales, historias que te cuentan, observación del entorno?

-Todo. Yo creo que cuando una escribe va absorbiendo todo. Lo que le pasa, lo que escucha, lo que lee, los emails, las películas, las canciones, las conversaciones escuchadas al pasar. También yo soy muy pero muy tímida y entonces siempre suelo estar en silencio y mirando mucho las cosas. Creo que esa atención también está en lo que escribo.

-Hay mucho escritor que habla de un ser torturado que busca redimirse en la escritura. Vos en cambio decís, “yo soy una escritora que es muy feliz escribiendo porque escribir siempre implica ese reencuentro con todo lo que me hace muy feliz, lo que me da un lugar en el mundo”.

-No entiendo mucho a los escritores sufridos. En mi caso la felicidad tal vez es muy extrema (se ríe) pero me parece terrible eso de escribir sufriendo. Yo escribo de la felicidad infinita que me da leer. Yo soy una lectora monstruosa que lee dos libros diarios y esa maravilla de las lecturas la siento como una ola que me levanta y me deja frente al computador. Yo escribo del puro desborde de ese goce. Cuando escribo a veces me siento como una niña pintando con crayones. Esa felicidad, esa despreocupación. Para mí además escribir es una forma de seguir leyendo. Está íntimamente conectado a la lectura y es continuar la conversación con todos los autores y autoras y libros que me han dado las ganas de escribir y que me han hecho la escritora que soy. A mí escribir me hace inmensamente feliz y siempre estoy escribiendo de a varios libros a la vez. Ahora, por ejemplo, estoy terminando una novela, a medio camino con otra y en las últimas correcciones de un libro de ensayos.

-Tenés un paso importante por lo académico (un doctorado en literatura y ahora sos profesora), ¿cómo te acerca eso al oficio de escritora?

-Creo que cada escritor o escritora es un caso distinto. Hay también distintos tipos de escritores académicos. En mi caso, la mezcla me funciona perfecto porque es un trabajo que me permite seguir leyendo todo el tiempo. Los tiempos de la academia, además, me parece, son amables con la escritura. Pero también, ser académica, me hace acercarme a la ficción con ojo de estudiosa. Yo cuando escribo algo me dedico a “estudiar la pirueta”. Si estoy escribiendo un libro de cuentos conectados, leo muchos libros de cuentos conectados; si estoy escribiendo ensayos, leo muchos ensayos y así. Disfruto muchísimo ese estudio y esa disciplina. Creo que también es una forma de honrar lo que una hace. Darse cuenta de que una no es la primera en inventar una historia, un punto de vista, que lo que hacemos es continuar la conversación y para eso hay también que entender lo que otras y otros han hecho antes o están haciendo ahora.

-En relación a Kintsugi, arte japonés de restaurar cerámicas y platos rotos dejando a la vista intencionalmente las grietas. ¿Qué opinás sobre el paso de los años y no saber asumirlo?

Opino que me gustaría que alguien me respondiera a esa pregunta (se ríe). Si me hubieses preguntado hace un par de años, quizás sería distinto. Justo en julio del año pasado cumplí cuarenta y me avergüenza reconocer que me pegó muy fuerte, así que estoy en proceso de asumirlo (se ríe). Lo del Kintsugi en mi libro iba más por el reconocer que las grietas son parte de la vida y de nuestra belleza. Salir de esa mentira del “todo está bien”, del éxito, de las expectativas y reconocernos como rotos, siempre.

-“Una familia que no hacía preguntas» dice uno de los personajes de Kintsugi. La reparación de esto significaría un final feliz, posiblemente.  ¿Qué opinás de los finales felices?

-No creo en los finales felices. Tal vez pueda haber comienzos felices. Pero los finales siempre traen un cierto duelo. Un final feliz es un final que se contó antes de tiempo, un final sin final, quizás. La verdad es que estamos continuando todo el tiempo. Hay un día después del Y vivieron felices para siempre, ja.

-¿Qué significa para vos estar este año en la Feria del Libro de Buenos Aires?

Es un sueño inmenso. Yo nunca he ido a la Feria del Libro de Buenos Aires y siempre me moría de ganas de ir, como lectora. Ahora ir por primera vez y además presentando dos libros en editoriales que admiro muchísimo es un sueño muy grande.

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