La doble moral de la cruzada del presidente contra el feminismo

Por: Ricardo Ragendorfer

Márquez, uno de los intelectuales orgánicos de Milei, tiene denuncias por el abuso de su hija.

 A simple vista, parecía un sketch de El show de Benny Hill, donde éste, tras un atril, exagera la interpretación de un estadista ficticio al momento de tomar la palabra en medio de un brote alucinatorio. En realidad, se trataba de Javier Milei anunciándole al mundo, desde el Foro de Davos, su disparatada epopeya contra lo que él llama “ideología woke”, una degeneración de la cultura contemporánea que –según su parecer– sacraliza a las personas trans (que violan en las cárceles a los presos), a las parejas gay (que incurren en relaciones pedófilas con sus hijos adoptivos), a los migrantes (que cometen todo tipo de acciones horrorosas contra la “gente”) y a las mujeres (que, con la excusa del feminismo, pretenden obtener privilegios sobre los hombres). En fin, una cosmovisión que ni siquiera el recordado dictador ugandés, Idi Amín Dada, se hubiera atrevido a exponer.

Claro que en su época no existían las redes sociales, de las que Milei se vale para mitigar su insomnio.

Tanto es así que, durante la madrugada anterior a su ponencia en Suiza, el tipo –refiriéndose a la polémica por el saludo nazi de Elon Musk– posteó en su cuenta de X (ex Twitter): “Zurdos hijos de puta, tiemblen”, no sin advertirles que él los irá a buscar “hasta en el último rincón del planeta”.

Al respecto hay quienes opinan que la lógica fascista del mandatario es, en rigor, su segundo problema, ya que aún más notable resulta su inestabilidad emocional. Por ello, no está de más reparar en las reacciones que sus dichos y actos generan entre sus principales colaboradores y adláteres, habida cuenta de que ellos, si bien comparten su ideario político, no todos padecen una patología psiquiátrica comparable con la que a él las malas lenguas le adjudican.

Por ejemplo, sin un ápice de amor propio, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, tomó a su cargo el intento de traducir al sentido común los exabruptos del presidente; a saber: “Lo que está diciendo es que (a los zurdos hijos de puta) los vamos a buscar… para debatir”.  Y con respecto a sus ataques a la población LGBT+ se mostró muy tolerante: “De las puertas de la casa para adentro, cada uno puede hacer lo que le parezca. Pero, dentro de las obligaciones del Estado, que venga a promover actividades de esta naturaleza, me parece que no tienen que entrar”, concluyó.

A su vez, fiel a su retórica cuasi bélica, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tuiteó desde Disneylandia (donde vacaciona con su nieto) el siguiente elogio hacia los pronunciamientos de Milei: “¡Excelente! El mensaje es claro. Se acabó la era de los débiles, empieza la era de los valientes”.

Quiso el destino que, justo en ese momento, se consumara una paradoja, protagonizada por un subordinado suyo (perteneciente al área de Custodia de la cartera a su cargo). Se trata del sargento de la Policía Federal, Germán Balma, quien acababa de ser detenido inmediatamente después de asesinar, con golpes y puñaladas a su tía, Lucía Martínez, de 70 años.

Raro que Bullrich no posteara su clásico: “El que las hace, las paga”.

Desde luego que el hecho no fue un femicidio, dado que su móvil era una deuda con la víctima que el matador persistía en no honrar.

Es que no todos los crímenes de mujeres son femicidios. Por ejemplo, los que se cometen en ocasión de robo no pueden ser considerados como tales. Pero hay otros que sí; específicamente, los que son perpetrados en el país a raíz del género femenino de la víctima (uno cada 30 horas en 2024; o sea, 292 casos, y ya en lo que va del presente año, unos 23).   

Esto viene a cuento de que la figura penal del femicidio resultó también cuestionada por Milei en su discurso:

–Si uno mata a la mujer se llama femicidio y eso conlleva una pena más grave que si uno mata a un hombre sólo por el sexo de la víctima.

Por cierto, la ley que establece tal delito como agravante fue aprobada en 2012 por el Congreso y uno de los votos fue el de Bullrich.

Pero ella ahora escupe: “Ya no va más la corrección política”. Hay que reconocer que, en tal sentido, el intelectual libertario y biógrafo presidencial, Nicolás Márquez, fue mucho más didáctico, al ser entrevistado por la señal La Nación+:

–Nadie mata a una mujer por el hecho de ser mujer. Pero uno puede matar a una mujer por infidelidades…

Claro como el agua. Pero el bueno de Márquez fue por más, esta vez en referencia a la pedofilia, que –como se sabe– Milei asocia a la homosexualidad.

–Es muy fácil –dijo–. Si alguien de 48 años se autopercibe de ocho, podrá estar con un menor porque ya no sería un abusador sino un equivalente.

Tal vez este sujeto sepa de lo que habla.

Ocurre que él, un católico integrista y crítico acérrimo de la interrupción voluntaria del embarazo, no sólo fue denunciado por golpear a su exesposa para que aborte sino que, además, exhibe un procesamiento por el abuso de su hija, iniciado en 2008, cuando ella tenía apenas cuatro años, en una circunstancia que él, sin poder demostrar su ajenidad al hecho, consideró simplemente como “un juego”. Ahora, su sobreseimiento está debidamente apelado por la víctima, ya mayor de edad.

Pero regresemos a la temática del femicidio. Porque, horas después del discurso de Milei en Davos, entró en escena otro gran personaje de esta historia: el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona.   

Con gesto adusto, no demoró en anunciar que el gobierno tiene “la firme decisión de enviar al Congreso un proyecto que busca eliminar el agravante por femicidio del Código Penal en defensa de la igualdad ante la ley” y, por remate, hasta se permitió un eslogan: “No es Ni una Menos; es Nadie es Menos”.

En este punto, resulta inevitable recordar un trágico episodio de su vida.

En 1998 saltó a la luz pública el caso del contrabando de armas a Croacia y Ecuador, decidido por Carlos Saúl Menem durante su primera presidencia y supuestamente ejecutado por su cuñado, Emir Yoma, tal como fue denunciado por su secretaria, Lourdes Di Natale, quien tuvo el tino de registrar los detalles de su operatoria en una agenda. 

A comienzos de la década siguiente, el expresidente fue condenado por ello a siete años de prisión. Y Yoma resultó sobreseído. Su abogado fue Cúneo Libarona.

Pues bien, el mundo es un pañuelo: en 1994, él tuvo una fugaz relación sentimental con Lourdes, de quien nació una niña bautizada Agustina. Ya en la época del proceso judicial en cuestión, la exsecretaria, víctima de presiones y amenazas, empezó a mostrarse fuera de sus cabales.

Los signos más visibles de semejante deterioro fueron los conflictos que tuvo con sus vecinos del edificio de la calle Mansilla 2431, en el cual vivía. Su animosidad hasta incluyó botellas arrojadas contra ellos y el corte del cable de coaxil para dejarlos sin TV. Su mezcla de paranoia y agresividad empezó a ser tan problemática que derivó en una denuncia ante la Justicia. En esa puja –de la que Cúneo Libarona no fue ajeno–, ella perdió la tenencia de la niña por orden de un juez.

Desde entonces, esa niña –ya de nueve años– vivió con el abogado, su esposa y sus dos medios hermanos.

Aquella circunstancia incidió en el alicaído ánimo de Lourdes.

Ella falleció el 3 de marzo de 2003, a los 43 años, al caer al vacío desde una ventana de su domicilio en el décimo piso. ¿Asesinato, accidente o suicidio?

En torno a esas tres hipótesis corrieron entonces ríos de tina.

La investigación judicial abrió y archivó la causa en varias ocasiones sin probar la participación de terceros en el asunto, pero tampoco descartándola. 

Lo cierto es que la sombra de tal desgracia (¿acaso un femicidio?) salpicó desde ese día el destino del actual ministro libertario.

Otra paradoja del presente. «

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