El viernes pasado, en el programa radial Pasaron cosas, el primer candidato del FdT en la Ciudad, Leandro Santoro, accedió a una interesante discusión con el conductor Alejandro Bercovich y equipo, que versó fundamentalmente sobre el problema de lo posible. Infrecuente en los medios –donde el único realismo es un pacato sentido común conservador–, pero hace tiempo también entre la militancia –que pretende resolver todo con un latiguillo sobre la “correlación de fuerzas”–, la honestidad de la discusión dejó ver las virtudes y los aspectos endebles de los argumentos. El disparador fue la deuda y, en particular, si se puede o no declarar un default. Para Santoro, las consecuencias del cuestionamiento efectivo al endeudamiento resultarían catastróficas por sus efectos sobre el tipo de cambio y los mercados, e insiste en que casi no se puede hacer política con un bajo nivel de reservas en el Banco Central y escasez de dólares. Pero, ¿no hay U$S 12.963 millones de saldo comercial favorable acumulado y Reservas Internacionales Brutas por U$S 42.911 al tercer trimestre? ¿No vuela la soja (Usd/Tonelada) a U$S 433,22? Y en relación a la capacidad de negociación de la deuda, ¿no fue el propio gobierno el que desistió de una posibilidad fresca de presión como el default heredado del gobierno de Macri?
Los datos tampoco apoyan con claridad el argumento del candidato del Frente de lo Posible. La matriz posibilista es arrogante cuando somete la coyuntura y la historia a su lógica, cuando no permite ser ella misma historizada. Es decir, que unas veces (¡no siempre!) es admisible el cálculo político desde una definición de lo posible según determinadas correlaciones de fuerza, mientras que otras lo incalculable predomina y la imaginación política habilita lo que de otro modo no hubiera sido posible. En ese sentido, cuando el ejemplo de la revolución cubana es lanzado a la mesa como disparador (o como chicana), la respuesta de Santoro no pudo ser más dogmática (ese dogmatismo de lo posible que algunos llaman, curiosamente, pragmatismo): le atribuyó a Castro y los suyos una correcta lectura de la correlación de fuerzas, un cálculo exitoso de lo posible. En este tipo de razonamientos lo posible no se distingue de lo dado, se dice tautológicamente que la revolución existió porque era posible, del mismo modo que hoy se dice todo lo que no es posible. Como si el acto no comportara una dimensión contingente y hasta indeterminada, como si la improvisación, la audacia y hasta cierta confianza parecida a la fe no intervinieran en los momentos acuciantes de la historia.
El riesgo de la posición que pretende correr por izquierda al FdP (el FdT devenido en FdP), como fue bien señalado por el candidato, es la fe ciega en la voluntad. Sobre todo, en esta época de gran complejidad, en que resulta muy difícil asegurar que una determinada acción producirá el resultado deseado, que un encadenamiento de acciones y relaciones organizarán por gracia de la voluntad o mérito de la lucha un Bien deseado o un efecto emancipador largamente esperado. Eso que llamamos “voluntad” se integra con dificultad en sistemas de relaciones que cierta epistemología (recuperada últimamente por Miguel Benasayag) llama “multiagente”, donde la resultante no responde a un solo factor, sino a una multiplicidad que guarda algo de impredecible y nos exige artesanalidad en el hacer o directamente disponernos como en algunas tradiciones orientales a “no hacer”. Pero la respuesta a la simplificación voluntarista no es la simplificación posibilista. Además, el señalamiento de Bercovich no tenía nada de voluntarista, en todo caso, percibía en la posición de Santoro un razonamiento que tachaba cualquier forma de lucha o inventiva que se propusiera perforar esa alianza conservadora entre lo dado y lo posible. ¿O también hay un McCarthy progresista?
Otro de los latiguillos característicos de los últimos años es aquel que acusa a las miradas críticas de “hacerle el juego a la derecha”. El candidato, entre la honestidad intelectual y la incontinencia, no se lo ahorró. Reconoció que, como ante lo poco de lo que es capaz el gobierno la derecha lo tilda de estatista o incluso de filocomunista, su espacio político se siente interpelado en ese sentido. No sea cosa de hacerle el juego a la izquierda… Eligió como ejemplo de las tendencias actuales la victoria de Bolsonaro y el riesgo del avance de la ultraderecha en nuestro país. Pero su análisis omite un dato importante, la caída de Dilma, impeachment mediante, no ocurrió en el momento más dinámico de ese proceso político. Como señalamos junto a Salvador Schavelzon en un texto sobre el fin de ciclo progresista en Latinoamérica publicado por El Salto (España), “el PT no estaba, precisamente, reformulando la vieja reforma agraria, ni estatizando servicios o bajando el costo de los transportes para la población, ni mucho menos reconstruyendo su base social, sino que el país transitaba un ajuste económico, concomitante con el endeudamiento y fragilización de las economías domésticas, mientras la desigualdad se pronunciaba cada vez más.” Dilma había nombrado como ministro de hacienda a Joaquim Levy (formado en Chicago y ex presidente de Bradesco Asset Management) para encabezar un ajuste típico de las orientaciones económicas ortodoxas.
En algún punto, cuando el escenario político engendra criaturas como Milei, Espert, Bullrich, entre otros, los actores más poderosos encuentran la ocasión de inclinar el campo de lo posible en el sentido de sus intereses (por ejemplo, volviendo a reflotar una reforma laboral antes neutralizada desde la manifestación callejera), más allá de las posibilidades (o incluso de las intenciones) reales de dichos candidatos. Ahora bien, ¿no se concede demasiado cuando se justifican las propias agachadas o las propias inclinaciones conservadoras como una forma de prudencia en un escenario tensionado por esos extremismos? ¿Es preferible dejarse correr por derecha antes que dejarse correr por izquierda? Si el objetivo de esas posiciones hilarantes entre antipolíticas y ultra reaccionarias es, entre otros, bajar el piso de la discusión, el posibilismo del gobierno resulta funcional y, como consecuencia, el campo popular (figura, hoy día, algo vaga) es derrotado en la contienda del sentido aun antes que en las elecciones.
En el FdT existen posiciones como la de Claudio Lozano que, junto a una diversidad de actores y espacios (desde la CTA A, hasta Diálogo 2000, con Norita Cortiñas y Adolfo Pérez Esquivel entre otres), insisten en la necesidad de auditar e investigar seriamente la deuda externa y, en particular, cuestionar ante la ONU el endeudamiento contraído por el gobierno de Macri con el FMI, e investigarlo localmente con toda la fuerza necesaria. Lozano no desconoce ni relaciones de fuerza, ni argumentos y posiciones contrarias, con los que debatió durante muchos años, además, conoce mucho mejor el panorama económico y sus posibles vaivenes que Leandro Santoro. Sin embargo, Santoro es primero en la lista a diputados del FdT en CABA y Lozano séptimo, por el mismo espacio. ¿Qué explica mejor esa distribución en las listas? ¿Las correlaciones de fuerza generales o las relaciones de fuerza internas del FdT? Entre uno y otro se encuentran la expresión cabal del PJ Capital, el posibilismo bajo la forma de un banquero “cooperativista” y el massismo. Tal vez sea esa la distancia entre el FdT y el FdP. ¡Quién puede arrogarse la decisión sobre lo posible! En todo caso, un gobierno está en condiciones de orientar sus acciones de acuerdo a la interpretación (o incluso al modo de interpretar) que proponga a la sociedad. La diversidad de actores dinámicos del campo popular es parte de la correlación de fuerzas, cuyo dinamismo depende también de su capacidad de organización, movilización y, sobre todo, de su imaginación política. A su vez, no se puede dejar de reconocer la fragilidad que nos atraviesa; eso que llamamos “pueblo” también está atravesado por el posibilismo (a veces militante) y permeado por la reacción antipolítica y orientaciones reactivas del descontento. El desafío de la prudencia incluye a la “imprudente prudencia” entre sus variables, la imaginación política no excluye cálculos sobre lo posible, siempre y cuando no pierda de vista lo que hay de incalculable en la política como en la vida.
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