El apoyo que tuvo Fernando Haddad por parte del ex presidente encarcelado parece no haber sido suficiente.
Tenía menos de un mes para convencer al electorado de que era el doble del encarcelado expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el gran favorito.
Pero si su principal lema, «Haddad es Lula», le permitió acercarse a la población del empobrecido nordeste, bastión histórico del Partido de los Trabajadores (PT), ese puede ser su mayor obstáculo en el balotaje del 28 de octubre, dado que el exmandatario (2003.2010) genera también un fuerte rechazo.
El exministro de Educación (2005-2012) y exalcalde de Sao Paulo (2013-2016), de 55 años, salvó además in extremis a su Partido de los Trabajadores de una debacle histórica.
Si hay algún punto en el que Haddad ha demostrado personalidad es en el dominio de sí mismo ante los ataques de sus adversarios, que algunos confunden con distancia.
«Soy hijo de un comerciante libanés y de una estudiante de magisterio. Aprendí en casa a conversar, a negociar, y tengo en general un comportamiento tranquilo, incluso en las situaciones más adversas. Las personas confunden eso con frialdad y no lo es», explicó en un artículo publicado en junio de 2017 en la revista Piauí.
También pueden perjudicarlo acusaciones como la de la Fiscalía de Sao Paulo, que le denunció en septiembre por supuesta corrupción en su gestión como alcalde, algo que niega rotundamente.
Licenciado en Derecho, con una maestría en Economía y un doctorado en Filosofía, Haddad, casado con una dentista y padre de dos hijos, llegó en 2005 al Ministerio de Educación, una de las carteras de las que Lula se sentía más orgulloso.
Su trayectoria lo colocó en el corazón de la maquinaria del PT, pero sin salir nunca de la sombra de su mentor. «Haddad sólo hablaba cuando le preguntaban algo», contó un antiguo aliado de Lula a la Gazeta do Povo.
No es la primera vez que Haddad, que asegura haber aprendido tanto de la vida en la tienda de telas de su padre como en la universidad, arranca mal una elección. Su perfil no era el más cotizado cuando se planteó competir por la alcaldía de Sao Paulo en 2012, y acabó ganando.
Aquellos, sin embargo, eran otros tiempos. Los del inicio del gobierno de Dilma Rousseff (2011-2016), todavía bajo los destellos de aquel Brasil que se comía el mundo de la mano de Lula y que parecía no tener techo.
Pero lo tuvo y el propio Haddad sufrió el golpe, cuando en 2016 tuvo que salir cabizbajo de su despacho en el corazón de Sao Paulo tras la humillante derrota en la primera vuelta de las municipales ante el empresario liberal Joao Doria.
Muy criticado tras las manifestaciones de 2013 desencadenadas por el alza de los transportes, su caída fue otro grave revés para el PT, pocos meses después de la destitución de Rousseff por el Congreso.
Aunque Haddad siempre supo que regresaría a la primera línea.
«No soy una persona ansiosa, espero que las cosas pasen para tomar decisiones. Soy un ser político, en el sentido de ser participativo de la vida pública, desde los tiempos de la facultad», declaró en diciembre de 2016 al diario El País, al ser interrogado sobre una posible candidatura nacional.
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