Desde comienzos del siglo XX las organizaciones de derecha tuvieron partidarios afines a sus intereses de clase.
Hay que reconocer que, al respecto, Argentina fue un país moderno, dado que, con sólo meses de diferencia, en su suelo también nació la Liga Patriótica (LP), fundada en 1919 por Manuel Carlés.
De hecho, su bautismo de fuego ocurrió en enero de ese año, cuando una entusiasta muchachada perteneciente a sus filas secundó a las fuerzas policiales en el asesinato de unos 1500 huelguistas, durante la llamada “Semana Trágica”. De allí en más, sus acciones represivas fueron profusas.
Si bien, en ocasiones, esta falange se valía de elementos reclutados en los márgenes del entramado social, sus recursos humanos provenían de las mejores familias del país. Un caso testigo: Jorge Ernesto Pérez Millán, de 26 años.
Se trataba de un joven de abolengo, muy católico y nacionalista. Eso lo llevó a sumarse a la LP. Como tal, intervino, bajo las órdenes del teniente coronel Héctor Benigno Varela, en las ejecuciones de unos mil obreros rurales durante los episodios que pasarían a la historia con el nombre de “Patagonia Trágica”. Después vengó el ajusticiamiento de ese militar, en manos del anarquista Kurt Wilckens, al colarse en la Penitenciaría Nacional disfrazado de carcelero. Y sus días terminaron al ser baleado por otro ácrata en su propio lugar de detención.
Lo que se dice, un héroe de su clase.
No cabe duda de que quienes hace más de un siglo pertenecieron a la LP ahora verían con buenos ojos la epopeya presidencial de Javier Gerardo Milei.
¿Pero sus esbirros tienen algún punto de comparación con ellos?
Un caso testigo: un tal Tomás Fernando Nierenberger (a) “Varela”, de 29 años, quien adquirió módica celebridad al arrojar gas pimienta a los estudiantes de la Universidad Nacional de Quílmes durante una asamblea. Ya había dado la nota en un acto ante la sede del INADI y, además, meses antes, su presencia fue detectada entre quienes provocaban a los trabajadores de Télam, tras su cierre.
Este tipo carece de empleo formal registrado y quiso ser policía, pero su ingreso a La Bonaerense fue rechazado.
Ahora se sabe sobre su pertenencia a un grupo de choque que reporta a la concejal de Quilmes, Epifanía Albasetti, una puntera del secretario de Culto de la Nación, Nahuel Sotelo.
Idéntica vocación policial amasó Iván Matías Cheang, el individuo que, también con gas pimienta, le salvó el pellejo al streamer libertario Fran Fijap en la movilización contra el veto a la Ley de Financiamiento Universitario. Pero lo echaron de la Escuela de Suboficiales de la Federal. Ahora, sencillamente, es un desocupado.
En cambio, su colega de gesta, el repartidor de Rappi, Matías Vincent, de 22 años, aseguró haber conseguido tal changa unos días antes, no sin proclamar en un video su simpatía hacia las fuerzas del orden con las siguientes palabras: “Hay que terminar con la idea de que el poli es malo. ¡Pongámonos la gorra!”.
En fin, ninguno de los tres es un héroe de su clase.
Este, por cierto, es un punto central del debate en torno a la arrasadora irrupción de Milei en el escenario político. ¿Cómo es que un sujeto al servicio de los sectores más concentrados del poder económico logró semejante adhesión en las clases populares?
Pues bien, no es un hecho menor que ello coincidiera con el florecimiento de “enojados” entre la masa de votantes.
Lo notable es que la simpatía de éstos con los postulados esgrimidos por La Libertad Avanza superen a la de –por caso– Paolo Rocca o Héctor Magnetto.
Pero el asunto parece, en realidad, más complejo.
Ya a comienzos de 1852, en su libro El 18 brumario de Luis Bonaparte, Marx se refiere al “lumpenproletariado”, situado al margen de la clase obrera y sin conciencia de tal. Dicho de otro modo, es una capa social compuesta por mendigos, criminales y desempleados crónicos.
Desde lo coyuntural, él hizo foco en una circunstancia específica: el golpe de Estado con el cual, a fines del año anterior, concluyó la Revolución Francesa para dar pie al Segundo Imperio, agudizándose la puja entre la aristocracia y la burguesía, con una incipiente clase obrera por telón de fondo.
Sólo que por debajo de ésta también se deslizaba el lumpenproletariado, cuyos integrantes, a veces, solían ser de utilidad a los intereses monárquicos.
Es cuando Marx dice que “la Historia suele repetirse en forma de farsa”.
Pues bien, la pregunta es: ¿cuántas veces se repite?
Tal interrogante nos regresa a la Argentina del presente.
La cuestión es que, desde comienzos del siglo XX en adelante, todas las organizaciones y partidos de derecha –ya sea de cuño liberal o del nacionalismo católico– se nutrieron con partidarios y dirigentes afines a sus intereses de clase. Una monotonía que La Libertad Avanza acaba de romper.
¿Acaso es la hora de los lúmpenes?
Más allá de que el propio Milei y su hermana Karina hayan accedido a la suma del poder por la ventana de lo insólito, personajes como Lilia Lemoine y Sandra Petovello no le van a la saga.
A ellos se les suman sus operadores más encumbrados. ¿Qué decir entonces de Fernando Cerimedo, el alfil digital del régimen?
El tipo fue taxista en Mar del Plata, hasta ser procesado por estafas, luego de vender tres veces el mismo departamento.
¿Y Daniel Parisini, (a) “Gordo Dan”?
El tipo, quien desde las redes sociales se erigió en comisario político del régimen, supo describirse por años como médico y cirujano, cuando –de acuerdo a lo que se dice– únicamente habría sido enfermero en un hospital.
¿Y Daniel Adler, el extraño sujeto que presume ser su jefe de seguridad?
El tipo se presenta como un experto en finanzas y geopolítica, además de ser uno de los comandos mejor entrenados en contrainteligencia por el Ejército de Israel, cuando en la actualidad es sólo un prestamista a cambio de hipotecas.
La lista es larga. La zozobra también. «
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