Esta semana, como antesala a su día el 8 de noviembre, se realizó un histórico primer Encuentro Nacional en Entre Ríos, con acciones de lucha. Más de dos millones de afroargentinos buscan ser visibilizados. Piden no ser tratados con una visión paternalista.
En vísperas de un nuevo Día Nacional de las y los Afroargentinos, el 8 de noviembre, varios organismos del Estado idearon acciones para mitigar la enorme deuda que Argentina mantiene con este colectivo, tras siglos de negación y racismo.
En el último censo de 2010, poco menos de 150 mil personas se reconocieron como afrodescendientes. El número dista mucho de las estimaciones que hacen las organizaciones que trabajan la temática y las del propio gobierno: según sus cálculos, aquí viven alrededor de 2 millones de personas que compartirían este mismo origen. La cifra exigua del censo la atribuyen a la predominancia de cierta identidad nacional vinculada a la negación del negro en contraposición de lo europeizante, una tendencia de tiempos de la colonia que continúa hasta estos días.
Una bisagra en nuestra historia afro ocurrió el lunes y martes pasado en Paraná, Entre Ríos, donde se desarrolló el Primer Encuentro Nacional de Organizaciones de la Comunidad Afroargentina, organizado por la Secretaría de Cultura de Entre Ríos y por la Comisión para el Reconocimiento Histórico de la Comunidad Afroargentina (CRHCA), conformada hace un año en el seno del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI). El evento, llevado a cabo en una región icónica de la cultura afro (ver Recuadro), contó con invitados internacionales y locales, capacitaciones, conferencias y mesas de trabajo.
“El encuentro buscó crear un espacio donde se construyan políticas públicas focalizadas hacia y desde la comunidad afroargentina”, explicó a Tiempo Federico Pita, director de la CRHCA, el organismo que se propuso llevar el Padrón Nacional de Organizaciones de la Comunidad Afroargentina, asesorar jurídicamente a estas entidades; y avanzar en la declaración de monumentos, lugares y hechos históricos para la confección del Mapa de Sitios de Memoria de estas comunidades, silenciadas y borradas de la historiografía oficial.
Otro tema es la dispersión de los distintos grupos, atomizados, y en muchos casos sin representación institucional. Pita, politólogo especializado en racismo y afrodescendencia, describió: «desde marzo estuvimos recorriendo varias provincias hablando con las distintas organizaciones, incentivándolas a ser parte, para poder impulsar una política pública verdaderamente federal y que tenga como protagonista a la propia comunidad”.
Deuda
María Fernanda Silva es un emblema para la comunidad: en mayo del año pasado, la politóloga y diplomática de carrera, hija de padre argentino y de madre caboverdiana, se convirtió en embajadora ante la Santa Sede. La primera diplomática de alto rango de color. Desde Roma, afirmó: “estamos en un momento en el cual el Estado nos convoca y asume la lucha contra el racismo. Y eso requiere una respuesta nuestra”.
En esa misma línea, reclamó que no haya una visión paternalista, sino una invitación a participar: «lo que pedimos no es el reconocimiento de una comida o de un baile. Es el reconocimiento, es la voz de la comunidad hablando por sí misma. Que el silencio en el que vivimos se acabe de una vez. Que sepan que nuestras voces suman a la construcción de la Patria todos los días. Y que sin la mirada nuestra la democracia está en deuda, y está en deuda también la construcción de un modelo de derechos y de justicia social”.
El Encuentro –adelantó Pita– va a plasmar «las demandas históricas que tienen que ver con revisar la agenda vinculada a la educación, al desarrollo, y la justicia. La idea es que en un segundo encuentro podamos evaluar los avances o retrocesos y que sea la propia comunidad que controle horizontalmente el éxito o fracaso de esta política”.
María Remedios del Valle, por quien se conmemora el 8 de noviembre, es considerada la Madre de la Patria por haber acompañado al general Manuel Belgrano en batallas contra las tropas españolas cuya heroica actuación le valió el grado de capitana. Sin embargo, casi pasa el resto de sus días pidiendo limosnas en las calles de Buenos Aires hasta que finalmente fue rescatada del ostracismo, y sus labores fueron reconocidas por el Congreso y por Juan Manuel de Rosas, en cuyo período la población afro llegó a ser el 30% del total y que terminó siendo «carne de cañón» en la Guerra de la Triple Alianza.
Historia y presente, con sus luchas e invisibilizaciones, confluyen. El grueso de las y los actuales 2 millones de afroargentinos provienen de tres grandes migraciones: en la primera fueron traídos como esclavos desde Centroamérica y África entre 1777 y 1812; después llegaron libres de África huyendo del proceso de colonización de ese continente por parte de las potencias europeas; y, por último, se dieron las nuevas migraciones desde países como Senegal o Sierra Leona.
Hace un año, impulsada por el INADI y conformada de manera interministerial, se creó la Comisión Nacional para el reconocimiento histórico de la Comunidad Afroargentina con acciones que van desde la mayor presencia en la administración nacional hasta la visibilización de su historia (clave en las guerras de la independencia) en los planes de estudio.
La discriminación llega hasta en la connotación negativa del color. Como planteó tiempo atrás Miriam Gómes, integrante de la comunidad de Cabo Verde y militante afro: «se dice trabajo en negro al trabajo no registrado, se dice tarde negra si a alguien le fue mal. Se desconoce o se niega la contribución de los afrodescendientes a la formación de la sociedad en términos culturales lingüísticos, filosóficos, religiosos y gastronómicos”.
Jesica Lamadrid, sexta generación descendiente de africanos esclavizados
“Soy, como mínimo, sexta generación descendiente de africanas y africanos esclavizados en la época de la colonia, previo a la independencia de Argentina”, se describe Jesica Salinas Lamadrid, de 36 años, quien milita en la Asociación Misibamba, de la Comunidad Afroargentina de Buenos Aires, y la Red Federal Afroargentina del Tronco Colonial. Sin embargo, no siempre militó activamente: “no me reconocía como negra ni tampoco estaba orgullosa de mi ascendencia”.
Durante su escolaridad, en un instituto privado de La Matanza, Jesica padeció el racismo de sus compañeros y la naturalización de esa discriminación por parte de los docentes. De pequeña trataba de esconderse, “pasar desapercibida y no llamar la atención. Evitaba las lecciones orales para no pararme frente al aula y ser objetivo de burlas”. Tampoco solía usar pollera: “los chicos me la levantaban porque sentían que podían hacerlo, mientras que al resto de las chicas no se lo hacían”.
Jesica pudo reconstruir su árbol genealógico desde 1816 en adelante, a partir de una partida de bautismo, aunque algunos nombres y apellidos se tornan confusos: “hay que entender que la trata esclavista era legal y a la vez ilegal, no eran considerados seres humanos. Cuando eran secuestrados de África se les cambiaba el nombre por una cuestión fonética, se les negaba la identidad. Además, para que no se organicen ni armen quilombo, los juntaban con otros africanos que no hablaban el mismo idioma”.
De hecho, el apellido materno, Lamadrid, fue impuesto oportunamente por el esclavista: «por lo que sabemos, mis ancestros eran descendientes del general Gregorio Aráoz de La Madrid, lo que pasa que solían modificar el apellido para que no hubiera reclamo de herencias, porque muchos esclavizados también eran hijos del amo que solía someter sexualmente a las esclavas”.
Jesica y su familia pudieron establecer la región de la que provenían sus ancestros gracias a que mantuvieron de generación en generación un estilo de candombe y un dialecto propio al cantar, “que según pudimos saber tiene similitudes con la tribu Zulú y correspondería a la zona donde predomina el bantú”, un lenguaje utilizado en países como Nigeria y Camerún.
Enfermera y estudiante de Gestión Cultural, Jesica explica que milita porque “hay muchos chicos y chicas que no entienden que están en una estructura que los posiciona de manera desigual. Tienen que saber que hay herramientas para que puedan construir su identidad y sentirse orgullosos de su negritud para pararse de otra forma ante el mundo, siempre acompañados por el colectivo”.
La memoria viva de Los Manecos
El Encuentro Nacional eligió a Entre Ríos como sede. Y tiene su por qué. O su historia. La población negra comenzó a llegar a esa región litoraleña a partir de la Asamblea del año XIII, que aseguraba la libertad de vientres. Luego, en 1853, la Constitución Nacional suprimió por completo la esclavitud y arribar a estos pagos se convirtió en la meta de gran cantidad de hombres y mujeres negras provenientes de Brasil, donde las cadenas se cortaron recién en 1888. Gran parte de la comunidad afro se instaló en el departamento de Villaguay, en la zona conocida como La Capilla –hoy llamada Ingeniero Sajaroff-. Por eso, ese lugar en el mapa se convirtió en un punto clave para la identidad afroargentina.
Allí llegó un grupo encabezado por Manuel Gregorio Evangelista: “Maneco”, apodo portugués que daría nombre a todo el colectivo. Los Manecos construyeron un pequeño caserío y convivieron con gauchos y judíos, manteniendo costumbres que traían de Brasil y tenían sus raíces en África. “Se dio una convivencia muy linda entre los afrodescendientes, los criollos, los pueblos originarios y los judíos, muestra de lo que fue el pluralismo cultural en el campo de Entre Ríos”, contó al diario Uno el historiador Ricardo Moreyra, coautor –junto a Abraham Arcuschin e Irma Susana Muchnik– del libro Los Manecos de La Capilla, publicado el mes pasado.
El cementerio de Los Manecos, huella de aquella historia, permaneció largo tiempo abandonado y rodeado por un basural. En los últimos años se puso en marcha una investigación interdisciplinaria para su puesta en valor, en respuesta a los reclamos de descendientes de Manuel Gregorio Evangelista, ya que “Maneco” se había casado en La Capilla con Lorenza Pintos, y tuvieron doce hijos. Los trabajos incluyen la difusión en la comunidad, a través de talleres y visitas de escuelas, para conocer las raíces afro que aún perduran en la identidad del pueblo.
El proyecto, “Memorias, identidades y materialidades afroentrerrianas: arqueología histórica y antropología en torno a las familias afrodescendientes de Ingeniero Miguel Sajaroff, ex La Capilla”, incluyó el cerramiento del predio para su resguardo y conservación. Allí descansan los restos de descendientes de esclavizados que llegaron desde Brasil cerca del 1870.
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