Se celebró el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, por eso nos preguntamos acerca de las ideas regresivas que existen en este ámbito.
En el último tiempo, el feminismo radical transexcluyente (o TERF, por sus siglas en inglés) ha ganado mucha popularidad. En países como España y Estados Unidos, las teóricas más conocidas de esta corriente agotan libros y aparecen en rankings de intelectuales influyentes. La premisa básica de esta posición es la siguiente: como las mujeres son socializadas como tales a partir de la observación de los genitales, el origen y la causa de su opresión reside en características físicas que las mujeres trans no poseen, por lo tanto, decir que las mujeres trans son mujeres modificaría la categoría mujer e invisibilizaría una identidad política particular. Si bien las TERF se definen a sí mismas como feministas, en este artículo separaremos esta corriente del feminismo, ya que, como mostraremos a continuación, se oponen a derechos obtenidos por las personas trans como la ley de identidad de género, lo que es contrario al igualitarismo, fundamento político feminista por excelencia.
Las TERF sostienen que esto supone un peligro para las mujeres, que podrían perder derechos basados en el sexo (como los cupos femeninos y legislaciones específicas), ya que cualquier persona podría declararse mujer y esto bastaría para ser sujeto de estas políticas. Por otra parte, afirman que las mujeres trans, a través de la imitación de los estereotipos femeninos, cimentan la idea de que ser mujer es igual a ser femenina, lo que contribuye al ideario sexista acerca de qué es una mujer.
¿Qué tiene que ver esto con la ciencia? Que el feminismo TERF sostiene que existe una dicotomía excluyente entre biología y cultura que se traduce en el par sexo/género. Así, afirman que el ser mujer se basa en un sustrato material, en un “hecho biológico”, mientras que ser una mujer trans es una performance. Sin embargo, la propia idea y definición de lo que es el sexo para la biología es un terreno en disputa.
La idea de que el sexo es material y el género es social se remonta a los experimentos de John Money durante la década del 60 con personas intersex. Money propuso un nuevo modelo del sexo en el que identificó varias “capas sexuales”: cromosómica, gonadal, hormonal, interna reproductiva, genital y cerebral. Según este modelo, las personas intersex constituían un caso en el que estas capas no coincidían entre sí en términos masculino/femenino. Para Money, el género era una capa que comenzaba a formarse luego del nacimiento ante la respuesta social a la identificación genital y de esta forma justificaba la intervención quirúrgica de las personas intersex al momento de su nacimiento, afirmando que mientras la imagen genital femenina/masculina coincidiera con una educación en los mismos términos, la persona podría mejorar su calidad de vida.
El feminismo, entonces, tomó críticamente el modelo de Money. Como pudimos ver, la noción del sexo como un constructo biológico multifactorial se propuso en un principio como algo que, de no manifestarse en forma binaria, configuraría una patología que el género puede arreglar. Las feministas, en cambio, lo interpretaron con la famosa fórmula “la naturaleza no es destino”, rompiendo con el determinismo biológico que a ciertos cuerpos les atribuye características comportamentales y cognitivas de forma inherente. La corriente TERF, entonces, ha adoptado la idea de Money de que la genitalidad hace al género en tanto configura la respuesta social que nos asigna ciertos roles, mientras que el feminismo interpretó dicho modelo como la confirmación de que no existe un sustrato biológico que defina qué es ser mujer.
De esta forma, para las TERF, una mujer es una persona con vulva a la que se la oprime mediante la exigencia de cumplimiento con ciertas conductas que se consideran femeninas. Así, el género en el terfismo se iguala a los estereotipos y el sexo a la genitalidad. Sin embargo, como bien explican Danila Suárez Tomé y Natalí Incaminato en respuesta a los dichos TERF de la escritora colombiana Carolina Sanín, la teoría feminista ha propuesto otras definiciones para el sexo y el género. Por un lado, el género es una categoría sociológica que analiza las experiencias para caracterizar cómo se dan las relaciones de poder. El sexo, en cambio, es una categoría biosocial. Como se ve en muchísimas investigaciones, no estamos determinados corporalmente solo por componentes materiales. El ambiente, por ejemplo, influye muchísimo en nuestra expresión genética.
Si se observan los componentes del modelo de Money, veremos que el único binario son los gametas, todos los demás se expresan en espectros. Decir que ser mujer “es biológico” es afirmar que la identidad se basa en los gametos, lo que iguala un dato biológico con una categoría ontológica. Es decir, un tipo de célula con un constructo sumamente complejo y multicausal sobre el que no hay una definición filosófica unificada.
Hasta aquí se han discutido brevemente las ideas acerca del sexo y el género en el campo de la teoría feminista, sin embargo, ¿qué pasa con la biología? Como se señaló anteriormente, el sexo no tiene un solo componente ni es estable, por lo que no es un concepto explicativo en sí mismo a menos que se esté hablando de gametos. Como las gametas tienen un solo propósito (el reproductivo), esta distinción tal y como se propone desde el terfismo, es decir, machos y hembras, solo tiene sentido en contextos experimentales sobre reproducción. En otro tipo de investigaciones, la categoría sexo se usa en sentidos diferentes.
Por lo tanto, lo que podría parecer una discusión específica de la teoría feminista o de la investigación biomédica se vuelve aquí una cuestión de derechos humanos. La definición de mujer de las TERF, al basarse en la genitalidad, negaría la posibilidad a las personas trans de afirmar su identidad mediante instrumentos legales, como por ejemplo el cambio de sexo en el documento. Implica también que, en el acceso a la salud, lo trans sea considerado patológico, un caso de no coincidencia de capas sexuales, que, aunque no se proponga que debe ser “arreglado”, fortalece la idea de que algunas “son” mujeres, mientras que otras simplemente “lo parecen”, lo que impide la atención integral.
Las ideas TERF no son solo regresivas respecto a la garantía de derechos, sino también al interior de las ciencias, al adherir a nociones sobre el sexo que ya no se condicen con las investigaciones biomédicas actuales ni con el desarrollo de la teoría feminista al respecto.
En otro Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia vale preguntarse ¿para quiénes se construye el fomento de vocaciones científicas en niñas si las ciencias no dan la disputa necesaria dentro del feminismo acerca de la definición de niña? ¿Quiénes quedan afuera cuando se diseñan políticas afirmativas para que las mujeres permanezcan en las carreras científicas si se deja creer que la definición científica de sexo es la posesión de cierta genitalidad? Ya pasaron muchos 11 de febrero en los que las científicas se dedicaron a dar a conocer sus caras, llegó la hora de que digan “no en nuestro nombre”.
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