El reality ¡A ordenar con Marie Kondo! transformó a la escritora japonesa en un fenómeno del streaming. ¿Soluciones prácticas o autoayuda?
La autora devenida en presentadora mira a cámara al principio de cada envío y explicita su técnica KonMarie, que consiste en ordenar el hogar desde cinco categorías: ropa, libros, papeles, diversos elementos agrupados bajo el nombre de komono y objetos con valor sentimental. La diégesis se traslada a relatar una situación familiar particular –la espera de un hijo, presentar una pareja a los padres, un matrimonio que pelea asiduamente– atribuyendo parte de la tensión al desorden con el que conviven. Sin explicitar cómo llegó allí, Marie Kondo con su traductora llaman a la puerta y comienzan a dialogar con la familia. Desde esta estructura circular se desarrolla cada episodio.
Con una bella y constante sonrisa Kondo enseguida genera empatía con los anfitriones, que depositan en su técnica la solución a sus problemas. La experta pide «saludar a la casa» y se sienta en el suelo con los ojos cerrados unos segundos. Desde allí les propone comenzar con el orden. Como gurú, coach o maestra, les encomienda tareas semanales que vuelve a supervisar en siguientes visitas. Las elipsis, propias de los realities de makeover, evidencian que para cumplir los cinco pasos del orden se deben invertir al menos dos meses.
El final es inexorable. El problema está prácticamente resuelto, mientras vemos en un «antes y después» los lugares de la casa ordenados y simétricos. Las imágenes de ropa doblada, libros en estantes, objetos similares en cajas, tranquiliza y apela al equilibrio que brinda el desenlace feliz que esperamos en todo relato.
Puede leerse como un programa más de autoayuda, ya que respeta cierta forma de evangelización capitalista. Asemejando el éxito con propósitos individualistas, apolíticos, ligados al consumo y producto de decisiones banales. Es cierto que esta dimensión aparece cuando se hace hincapié en la búsqueda de la felicidad y puede atribuirse al marketing que realiza Netflix en la construcción de una figura oriental exótica y esotérica propia de la mirada occidental. Allí es clave cómo interpela a una audiencia cool desde una figura que viene del exterior, hablando en otro idioma, para enseñarles a vivir.
El desconocimiento de algunas características de la cultura japonesa y de elementos de su vida cotidiana también influyen en creer que la técnica de orden se relaciona más con un plano espiritual que material.
El territorio japonés cabe siete veces en el argentino y sólo en la zona metropolitana de Tokio habitan casi 40 millones de personas. Es como si todos los argentinos viviéramos en la provincia de Buenos Aires. De allí que en Japón la relación con el espacio sea otra que en la mayoría de los países occidentales. Además de tratarse de una sociedad adepta a las regulaciones y prescripciones, el orden puede verse sin mayor esfuerzo en la vida cotidiana del espacio público: debiendo mantener la izquierda al caminar por veredas o subir escaleras, esperar en los costados reglamentados de la entrada del metro a que salgan primero los otros pasajeros, mantener una sutil distancia con los cuerpos de los demás. El orden japonés es tan funcional como identitario.
El programa parte de clases medias acomodadas que recién ante la montaña de ropa sobre su cama pueden imaginar cierta acumulación como innecesaria, pero aún sin problematizar las desigualdades sociales. De allí que no proponga una perspectiva crítica al consumismo como sí lo hace el documental Minimalismo, también de Netflix.
Más allá de eso, el reality es efectista y con un montaje preciso que aporta tensión dramática a escenas tan cotidianas como previsibles. Un formato que extiende la franquicia de Kondo y abre la narrativa a otras pantallas. Juega por momentos con las formas de los tutoriales de YouTube cuando en medio del programa la autora enseña con mirada a cámara a doblar medias o a guardar juguetes. Finalmente, aunque sepamos que menos no es más, la moda minimalista interpela de manera adictiva tanto a imposturas snob como a almas maníacas de la limpieza, que al menos verán en el programa una normalización y un refugio para sus obsesiones de orden. «
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