Los primeros capítulos de la serie Súbete a mi moto priorizan las luces del éxito y postergan las denuncias de explotación y abuso infantil.
Desde las primeras escenas resulta obvio que el punto de vista de la biopic será el de Díaz. Y si queda alguna duda, el segundo episodio la despeja con un fundido en negro que aclara que “la ficción de hechos reales está inspirada en entrevistas realizadas a Edgardo Díaz”. Se trata de una decisión por lo menos cuestionable porque fue el responsable de, al menos, muy opacos manejos.
Díaz –interpretado cuando joven y mayor por los actores Yamil Ureña y Braulio Castillo, respectivamente– es la línea argumental permanente mientras pasan las diferentes generaciones de preadolescentes. Su rentable negocio basado en un gusto musical dudoso y la explotación de niños es disfrazado de “sueño personal” y producto de un trabajo incansable (“No me tomé vacaciones en 20 años”). De manera análoga, miserias capitalistas como el plagio son habilitadas como alegres picardías.
Las escasas críticas que recibe el Díaz de la serie se limitan a vagas alusiones. Ante el cuestionamiento sobre abuso y maltrato laboral a menores de edad que le hace una joven entrevistadora, Díaz se ampara en el trillado argumento de “eran otras épocas, el mundo cambió”.
Durante los primeros capítulos de la serie, lo épico y lo “bueno” parecen prevalecer sobre lo “malo” hasta extremos cuestionables. El prematuro bautismo de fuego al salvaje mundo capitalista parece no hacer mella en las mentes infantiles.
La serie apela en su tono y en sus trazos gruesos a la nostalgia de aquellas/os para quienes la música de Menudo permanece asociada a sus juventudes y a un mundo idealizado, en apariencia mejor. A eso contribuyen las escenas con las canciones populares del grupo, y el hincapié y los primeros planos puestos en la estética, los posters, los casetes, las tapas de discos, los reproductores de música y otros objetos de la época.
Pero lo ominoso se filtra desde los mínimos detalles hasta la misma concepción del grupo. En una de las primeras escenas, Díaz le pide a un diseñador que el logotipo de Menudo sea similar a los eslogans de las Olimpíadas de México de 1968, el evento deportivo que sirvió para silenciar los crímenes de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, y la canción más emblemática de la banda que da título a la serie, «Súbete a mi moto», es una oda casi explícita al consumo de drogas cantada por preadolescentes y festejada por preadolescentes y niños.
El cenit del cinismo son las reglas impuestas por Díaz, que rigen la dinámica del quinteto de varones: en sus inicios, el conjunto debía estar conformado siempre por adolescentes y por lo tanto los integrantes debían abandonar la agrupación al cumplir 16 años, si cambiaban la voz, les crecía el vello facial o devenían demasiado altos. Una utopía que parece inspirada en la institución de adultos y efebos de la pederastia griega. Curiosamente, esa regla que parecía destinar a Menudo al fracaso –cada vez que se iba un integrante se perdían las fanáticas del adolescente despedido– fue el secreto de una inusitada perdurabilidad de más de 20 años al renovar constantemente al grupo y su público.
Menudo se erigió en pionero de las llamadas bandas de varones –boy band– y desde sus inicios hacia fines de los ’70 hasta la actualidad fue incontablemente imitado en el mundo con desigual resultado en un arco que encuentra sus expresiones en Argentina desde Tremendo hasta Mambrú. Díaz tuvo el ojo de descubrir un nuevo mercado al poner al desnudo la sexualidad adolescente femenina. También de manera novedosa en Latinoamérica, los adolescentes varones aparecían como objeto sexual y con cada recambio la juventud recuperaba su ideal de eternidad.
El tono festivo con el que comenzó la ficción pareciera adelantar que eximirá de responsabilidades a Edgardo Díaz, que por ahora no tuvo consecuencias legales de las denuncias mediáticas por abuso sexual e incitación a las drogas que explicitaron los ex Menudo Roy Roselló y René Farrait, y que también involucraban –como víctimas– a Ricky Martin y Robi Rosa, entre otros. «
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