Hágase usted mismo es la última novela de Enzo Maqueira. En ella desnuda el individualismo salvaje que proponen los discursos que entienden el bienestar como un logro de la voluntad personal, omitiendo la dimensión social de todo intento de realización.
–¿Fue una elección consciente que responde a la realidad actual poner en escena un personaje que se dedica a dar charlas motivacionales?
–No, no fue consciente al principio. Pero a medida que iba releyendo y corrigiendo me fui dando cuenta de que tenía mucho que ver con lo que nos estaba pasando. Empecé a escribir esta novela en 2013, y ni en mis peores pesadillas estaba esto que vivimos hoy. En ese momento todavía estábamos en un gobierno nacional y popular. El hecho de que el personaje dé charlas en las empresas, cursos de autoayuda y «emprendedurismo», de cómo ser mejor y más creativo, que se quiera escapar de la ciudad, y que sea un tipo tan solo con sus recuerdos tratando de volver a la infancia creo que termina siendo un retrato de lo que nos está pasando ahora. Hoy circula una serie de máximas del neoliberalismo que ya fracasaron y que van a fracasar una vez más. Y la idea de ser «alguien en la vida», de no conformarse sólo con vivir, de buscar algo más, está muy ligada al neoliberalismo, al consumismo salvaje, al hecho de buscar los 15 minutos de fama estando presentes en la redes sociales y poniéndose en venta ante los ojos de los demás. Todo lo que escribí hasta ahora voluntaria o involuntariamente trabaja con la época. En Electrónica quizá fue más voluntario, era más consciente de lo que había pasado: el cambio del mundo analógico al digital, del neoliberalismo menemista al gobierno nac and pop del kirchnerismo. En este caso no era tan consciente, pero creo que ya se olía el derrumbe de la propuesta anterior, de la idea de lo colectivo, de la inclusión de las minorías, del regionalismo, todo ese discurso que a mí me convocó, me interpeló y que abracé. Ahora estamos en la cara opuesta. El personaje de Hágase usted mismo sigue ese recorrido. Se va para cambiar su vida y reencontrase con su infancia, que se supone que es la edad donde todo es posible.
–El supuesto paraíso perdido.
–Sí, él quiere reencontrarlo.
–Pero ya no puede, porque ni siquiera tirando el celular en el agua salada puede despegarse del mundo del que huye.
–Creo que uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo es escapar de la tecnología, no por la tecnología en sí, que tiene cosas buenas y cosas malas. Muchas de las grandes movilizaciones que se están dando en este momento, como lo del aborto, el feminismo de masas está vehiculizado por las redes sociales. Nosotros estamos armando la Asociación de Escritoras y Escritores y eso es posible porque nos encontramos en Facebook, nos enteramos de lo que pensamos, de lo que escribimos. Esas son cosas muy positivas. Pero a veces nos olvidamos de que detrás de la tecnología está el mercado. O, mejor dicho, la tecnología es el mercado y nosotros estamos ahí sin darnos cuenta de que somos el combustible de un mercado que nos va a llevar puestos. El personaje de la novela trata de huir de la tecnología, del vínculo tóxico que tiene, de la locura de Buenos Aires, de la sensación de encierro, del discurso de la autoayuda, del relato psico-self, de la lógica de la empresa, de la tecnología. Intenta salirse de todo eso, pero uno lo tiene adentro.
–Quiere escribir un guión de cine, pero no puede no pensar en la consagración.
–Sí, y no sólo piensa en la consagración, no puede dejar de pensar ni un minuto qué va a decir el público, qué van a decir los críticos, a qué festivales internacionales va a ir. Está más ocupado en eso que en las etapas que debería seguir para lograr lo que quiere. Ser feliz, esforzarse para serlo y todas esas consignas del macrismo son vacías. No dicen cómo esforzarnos, qué significa ser feliz y si es posible ser feliz si uno está rodeado de infelices. Él no se cuestiona todo esto, va como un caballo porque es un empleado de las corporaciones sin saberlo.
–Por otra parte aparece la violencia. ¿No es violento rescatar un revólver escondido, lo que cuenta de su abuelo que mataba gatos, lo que él hacía de chico con los animales?
–Sí, el tema del sadismo con los animales es bastante común en la infancia. Los chicos experimentan con eso un tiempito y luego lo largan. Los que no lo largan terminan siendo el Petiso Orejudo. De eso fui consciente porque tiene que ver con mi propia historia de infancia. Pero la violencia subrepticia tiene que ver con el discurso de autoayuda. Creo que la autoayuda encierra una violencia muy fuerte y lo vemos ahora con el «salvemos las dos vidas», los «pro-vida». Recuerdo una señora que decía «si tiene que morir alguien, que muera la madre». Los que sostienen ese tipo de discurso son los mismos que dicen «hay que matar a todos esos negros». La autoayuda es profundamente individualista: sálvese usted y los demás que se jodan. De ahí a lastimar o matar a otro hay sólo un pasito. De eso fui consciente, quería trabajar con el discurso de la meritocracia que nos inoculan de chiquitos. La violencia vino detrás.
–¿Es un a priori la violencia de los chicos o actúan la violencia social que ya comienza en la escuela?
–Es posible que actúen la violencia social. La escuela es el primer encuentro con lo político. Cuestionan que se haga política en la escuela cuando la escuela es política. Yo fui a una escuela religiosa en la primaria y me pregunto cómo un chico no va a querer crucificar un sapo si todo el tiempo le tiene que rezar a un hombre crucificado y ensangrentado. Eso hay que procesarlo y algunos lo hacen emulándolo o poniéndose en el lugar de victimario y no de víctima.
–¿De qué partiste para escribir la novela?
–Salvo alguna que otra, siempre mis novelas son autobiográficas. No es que cuente mi vida, yo no hago literatura del yo, pero utilizo lo autobiográfico como disparador. Por eso en esta novela aparece tanto Fellini. Salvando las distancias, me siento muy emparentado con su forma de hacer arte a partir de los recuerdos, de la añoranza, de lo que quedó en el tintero, de lo no dicho. Parto de lo autobiográfico y luego la narración te va pidiendo cosas que uno no vivió e incluso cosas que uno no querría escribir. Casi siempre los personajes te van pidiendo cosas por su cuenta. Yo iba a San Benito todos los veranos de mi infancia. Como el personaje de mi novela, una vez me fui a terminar de escribir. En mi caso era mi novela anterior, Electrónica. La terminé y me quedaron libres como diez días y me puse a escribir otra cosa. Lo primero que se me ocurrió fue escribir qué me pasa cuando vuelvo a San Benito. Ahora me voy sólo unos días, según el trabajo que tenga entre manos. Cuando era chico, en cambio, me iba tres meses. En mi infancia también hubo, como en Hágase usted mismo, un vecino –una palabra muy macrista– que irrumpía y modificaba cosas de ese lugar que para mí era perfecto y del que no quería cambiar nada, el lugar que me permitía volver a foja cero. Un vecino que, a través de los cambios, da cuenta del paso del tiempo es alguien que no te permite ese regreso a foja cero. A partir de esto es que comenzó a construirse la novela. «
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