Los 50 años de la muerte del expresidente que formateó a la Nación encuentran al peronismo a la intemperie. Con pocas excepciones, la economía sigue estancada desde aquel 1974 cuando la actividad industrial dejó de tener valor estratégico. El desafío del Movimiento.
El aniversario por el medio siglo del fallecimiento, que se cumplirá el 1° de julio de 2024, será motivo para homenajes y reflexiones, desde la entrevista por streaming que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner grabó con el periodista y animador Pedro Rosenblat para Gelatina hasta la presentación que el gobernador bonaerense Axel Kicillof hará en la quinta de San Vicente. No serán las únicas actividades de ese tipo. Pero los 50 años de la desaparición física de Perón reflejarán también, con drama y crudeza, la declinación estructural de la Argentina desde aquel 1974.
La decadencia tuvo breves interrupciones, producto de ese sesgo pendular bautizado empate hegemónico, pero los números son incontrastables. El historiador económico e investigador del Conicet Marcelo Rougier, en diálogo con Tiempo, lo resumió de este modo: “Los 50 años de la muerte de Perón son muy fuertes en este sentido. La economía argentina no crece desde 1974 para acá. Está prácticamente estancada. Esa es la realidad. Más allá de ciertas fluctuaciones, en producto bruto per cápita estamos en los niveles de 1974 mientras que la participación del sector industrial sobre el total de la producción es menor a la de 1974”.
Titular de la cátedra de Historia Económica y Social Argentina en la facultad de Ciencias Económicas de la UBA, Rougier mencionó las consecuencias sociales de un estancamiento que lleva ya cinco décadas: “Desde la muerte de Perón, aunque uno puede poner también desde el ’75 o el ’76, lo que se ha generado en la Argentina es una sociedad mucho más desigual, mucho más inequitativa. Lo único que crece, concretamente, es la pobreza, con millones y millones de pobres”.
Las responsabilidades en la administración del país durante los últimos 50 años incluyen a gobiernos peronistas y radicales, coaliciones de centroizquierda y administraciones asumidas como neoliberales, pero en el freno al desarrollo tuvo una injerencia determinante la dictadura, que produjo un cambio drástico en el modelo de acumulación, con la valorización financiera como principio ordenador. Rougier, autor de libros como La economía del peronismo, Perón y la burguesía argentina y El enigma del desarrollo argentino, destacó del período kirchnerista la “recuperación relativa de la actividad industrial como valor estratégico de la concepción económica”, aunque condicionada por las transformaciones posteriores al ’76 y de los años ’90.
Pero el recorrido a través de la historia económica de las últimas décadas concluye en un presente que tiene, también, pesadas cifras simbólicas. Si el 1 de julio se cumplen 50 años de la muerte de Perón, el mismo número -50- cuantifica el porcentaje de pobres que hay en el país. De acuerdo a estudios de la Universidad Di Tella y del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica (datos que el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, intentó desacreditar hace veinte días en una entrevista con el diario español El País), alrededor del 50% de la población vive en condiciones de pobreza. La mitad de la Argentina.
“Que hoy tengamos al 50% de la población en niveles de pobreza refleja que la economía argentina no ha permitido incorporar a las nuevas generaciones a la estructura productiva”, advirtió en ese punto Rougier. Este panorama propio de una catástrofe tiene su correlato en materia de condiciones laborales, con una fragmentación abismal de la población económicamente activa.
Así, la masa laboral se distribuye a trazo grueso entre trabajadores asalariados privados o estatales con cobertura sindical; participantes de cooperativas agrupados a través de movimientos sociales, entidades religiosas u organizaciones políticas; y emprendedores informales que obtienen su sustento en condición de monotributistas, como repartidores o choferes que prestan servicios a través del algoritmo geolocalizado de las apps digitales.
Uno de los nudos de la encrucijada a la que se asoma el peronismo se explica, justamente, por la nueva realidad del empleo en la Argentina. Resultado de una reforma laboral de hecho que se extendió a escala exponencial a partir de la pandemia, esa fragmentación puede ser leída como una de las claves que explican el triunfo del out-sider ultraliberal.
Lo entienden de ese modo académicos, investigadores y analistas en opinión pública, entre ellos el consultor cordobés Federico Zapata, director de la consultora Escenarios y editor de la revista digital Panamá. “El peronismo hoy se encuentra ante una crisis estructural, como la del ’83 (por la derrota de Ítalo Luder y el surgimiento posterior de la Renovación): es una crisis de morfología, de liderazgo y de marco de ideas”, opinó en diálogo con este diario.
Para Zapata, “el peronismo de los últimos veinte años (en referencia a los tres mandatos kirchneristas y la gestión del Frente de Todos) se desacopló de dos mundos que siempre fueron muy importantes para su conformación: el de las nuevas fuerzas laborales y el de las nuevas fuerzas económicas”.
Y amplió: “La columna vertebral (del peronismo, en otra época la clase obrera), según aquel criterio fordista de la organización de la fuerza del trabajo, hoy está mucho más complejizada, porque tenemos desde programadores hasta trabajadores de plataforma, pasando por científicos que tienen una start-up (empresa emergente creada por un emprendedor, usualmente de base tecnológica) en el marco de una economía mucho más precarizada, con el peso de los trabajadores informales”.
Con afinidades hacia las figuras partidarias que se mantienen alejadas de cualquier matiz kirchnerista, Zapata planteó que la discusión más importante para el peronismo del futuro es “intentar volver a ser sociedad”.
Mencionó, entonces, un decálogo de propuestas como “dejar de recostarse en la geografía del AMBA como núcleo dirigencial”, “reconstruir una elite federal” e “impulsar un modelo que no se limite a la estabilización sino que reforme la estructura productiva”. Además, llamó a asumir que en los próximos años “se va a gobernar con restricciones fiscales porque la sociedad así lo demanda, ya que quiere un Estado que sea muy responsable de los recursos públicos”.
“El desafío de la época es cómo la Argentina puede dar avance con mucha más firmeza hacia una sociedad de la economía del conocimiento”, añadió.
En su revisión de la etapa reciente, Zapata vinculó el triunfo de Milei con las disparidades en las condiciones de vida intra clase trabajadora.
“Los estatizados (sic), que de alguna manera tenían alguna relación con el sistema institucional formal, estaban insertos en una dinámica que se volvió muy visible y radicalmente diferente de la de aquellos a quienes les costaba insertarse en una matriz institucional. Hay que resetear la forma en la que el peronismo abordó el Estado en los últimos veinte años: la idea de que el Estado tenía que ocuparse prácticamente de todos y donde jóvenes de clase media profesional llegaban al Estado y podían, desde el Estado, tener una especie de emprendedurismo público sobre los recursos públicos”, dijo.
En relación a eventuales cambios o rediseños de la estructura productiva que se intenten en los próximos años, el historiador Rougier hizo una advertencia que el peronismo fundacional tuvo siempre presente: la necesidad de incluir a toda la población.
“Si desarrollás una estrategia que se asiente solo en las actividades agropecuarias o mineras dejás a una gran parte de la población afuera. Y no hay ningún país que se haya desarrollado sin impulsar a la vez las exportaciones y el mercado interno. El proceso de industrialización y la generación de divisas tienen que combinarse”, remarcó.
Hacerse eco de esa advertencia implica, según Rougier, acordar una estrategia de desarrollo, encontrar el modo más conveniente de insertarse en el contexto internacional, asumir los condicionantes locales de la estructura económica y construir “las coaliciones sociales y políticas que lo permitan”: esto último permitiría generar estabilidad a través del tiempo.
Intentar esa perdurabilidad es clave: como recordó a Tiempo el artista plástico Daniel Santoro, al movimiento creado por Perón “le suele pasar lo mismo cada ocho años, más o menos”, en razón de la llamada restricción externa, rasgo estructural de la economía argentina. Ocurre cíclicamente, cuando las divisas no alcanzan para continuar la industrialización y al mismo tiempo pagar deuda, sostener el turismo emisivo y asumir otros gastos del Estado.
“Hasta los ocho años el peronismo está rozagante y funciona más o menos, después empieza a tener quilombos. Por eso, yo creo que el peronismo debería combinar ocho años de misericordia y cuatro de severidad”, resumió el pintor quien, además de retratar luces y sombras del movimiento surgido el 17 de octubre de 1945, escribió junto a Julián Fava Peronismo: entre la severidad y la misericordia, en donde profundiza sobre esas paradojas y sus sentidos.
A 50 años de la muerte de su fundador, el movimiento que se define humanista, nacional y que abrevó en la Doctrina Social de la Iglesia para definir su propio ideario llega al aniversario en un momento opaco, de ensimismamiento y redefiniciones. Quienes lo han estudiado, como el abogado laboralista y magister en Relaciones Internacionales Damián Descalzo (autor de ¿Cómo se gestó el peronismo? Iglesia, Ejército y sindicatos en la génesis del peronismo), plantean que el peronismo no debe ser “limitado a un modelo económico ni ser reducido a una mirada economicista”.
“Los grandes principios de las doctrinas son eternos; en cambio, a los aspectos instrumentales, los medios, es necesario ir adaptándolos a lo que plantean los nuevos escenarios. En cuanto a lo económico, la Argentina tiene enormes riquezas que podrían servir a una nueva industrialización pero para eso hay que contrarrestar el factor divisionista de la provincialización de los recursos naturales”, reflexionó ante una consulta de este medio.
Sobre las tesis del individualismo radical, Descalzo comparó la noción de “libertad individual, cerrada y egoísta” que se le atribuye a Javier Milei frente la concepción de libertad postulada por el peronismo, “de apertura y solidaridad con la comunidad”. “Con la Escuela Austríaca tenemos concepciones filosóficas y políticas diametralmente opuestas”, insistió finalmente, en un mensaje acaso dirigido a quienes cambiaron el escudo justicialista del gorro frigio y el apretón de manos por el color violeta de los libertarios.
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Muy buen analisis