El precio del insumo básica para cualquier medio gráfico aumenta por encima de la inflación. Las consecuencias y el peligro para la actividad.
Los aumentos impuestos por Papel Prensa SA, empresa controlada en forma mayoritaria por Clarín y La Nación, son una constante. Actúan como una censura silenciosa –y sin pausa– para cientos de medios gráficos de todo el país cuyo insumo principal es el papel de diarios. Los incrementos no son estacionales ni responden a las diversas crisis o las coyunturas. Tampoco a un fenómeno propio de la actividad. Los dos principales periódicos del país se adueñaron de la empresa durante la última dictadura y crecieron sobre la base de la apropiación ilegal de la compañía. Si el actual mapa de medios –cada vez más concentrado– tiene al Grupo Clarín en lo más alto del podio como el mayor conglomerado de la Argentina, se debe en gran parte a esa maniobra ejecutada por los altos mandos militares en complicidad con un sector empresario. Tiempo lo denunció en una investigación especial en 2010.
El sector autogestivo lleva años señalando la gravedad de la situación, que no solo responde a una cuestión de precios: también afecta a la pluralidad de voces porque, sin papel, no hay medios gráficos. Su valor condiciona la actividad por completo. Al igual que ocurre en Tiempo, para todas esas experiencias este insumo fundamental representa el gasto más grande en la estructura de costos y cada aumento pone en riesgo la propia existencia. Y también cercena el derecho a la información de las audiencias.
Desde sus inicios como cooperativa, Tiempo absorbe buena parte del aumento del papel por una razón fundacional: cuidar la asociación que fortalecimos con las lectoras y los lectores, los principales destinatarios de nuestra tarea periodística y quienes nos sostuvieron en los momentos más críticos.
El precio de tapa del diario dominical aumentó apenas tres veces en los últimos 18 meses. Desde junio, cada ejemplar valdrá 190 pesos. En cambio, Papel Prensa suele decretar incrementos casi todos los meses del año. La corporación inventó sus propias reglas para, entre otros beneficios, ganarle siempre a la inflación sin importar el contexto.
Las consecuencias, sin embargo, son a largo plazo y más graves que el impacto concreto en los costos de producción de un periódico. De manera silenciosa, constante y casi sin oposición, dañan la libertad de expresión en un sistema de medios cada vez más desigual, concentrado en unas pocas manos y dominado por las corporaciones.
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Y faltó la cantidad de imprentas y editoriales que cierran y los editores, correctores, periodistas, diseñadores freelance que vieron como su trabajo se diluyó en la nada. Y la verdad es que por complicidad o desinterés, ningún gobierno hizo nada para frenar esto. La industria gráfica está agonizando y es culpa de uno de sus propios actores.