Julio Chávez: «Hoy el mundo sufre la enfermedad de la falta de conciencia»

Por: Adrián Melo

El reconocido artista asume el triple rol de guionista, director y protagonista en Lo sagrado. La obra propone debatir los límites en la vida y el arte, y las consecuencias cuando estos se transgreden.

En La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), Manuel Puig hizo del chisme una obra de arte al convertir amoríos adúlteros, deseos prohibidos y crímenes ocultos de los pobladores de General Villegas (degradado a Coronel Vallejos en las novelas) en materiales de sus ficciones. En la inconclusa Plegarias atendidas, Truman Capote reveló secretos inconfesables que sus célebres amigas de la élite neoyorquina le habían contado en calidad de confidencias. (El affaire fue llevado recientemente al streaming en el serial Feud: Capote versus Los Cisnes). Ambos pagaron sus precios: los vecinos de Villegas no le perdonaron jamás la traición a Puig y lo condenaron al exilio permanente del pueblo donde había transcurrido su infancia. El escándalo de los escritos de Capote fue tan mayúsculo como el de su predecesor argento y le valieron el ostracismo social hasta su muerte.

¿Qué es lo íntimo, lo público y lo privado? ¿Cuáles son los límites de las ficciones, las biografías o autobiografías que interpelan a otras personas? ¿Qué cuestiones son tan sagradas que ni siquiera el arte puede transgredir? Esas son algunas de las preguntas que formula Lo sagrado, la obra de teatro con la cual Julio Chávez vuelve a escena en el triple rol de director, co-guionista e intérprete. Lo hace a partir de la historia de Rafael (Chávez), un escritor y filósofo consagrado algo despótico y plagado de sí mismo que vive en un pueblo alejado junto al mar y que acaba de terminar una novela autobiográfica. La tensión principal del drama comienza con la visita de Gael (Rafael Federman), un joven a quien no ve desde hace años y a quien le hizo una promesa cuando convivía con su madre y oficiaba de su padrastro. 

Chávez en Lo sagrado.


–Desde tu punto de vista de director y dramaturgo, ¿qué significaciones querías transmitir y qué temas querías abordar en la obra?

–El cuentito que se pone en escena es claro. No es cerrado, sino que pretende hacer una pregunta y no dar una respuesta. Ya que el título es Lo sagrado no es nuestra intención decir qué es lo sagrado, sino poner el tema sobre el tapete. Primero, hacernos la pregunta respecto de si hay cosas sagradas y segundo, qué es sagrado para cada espectador. Traer un relato que ponga esa pregunta en escena y que no haya una respuesta unívoca. La obra es una invitación a pensar a partir de un cuento simple y por momentos entretenido. El teatro puede invitar a pensar sin ser solemne, aburrido o pretencioso. Creemos en ese camino. De cierta teatralidad que no sea ni un ensayo filosófico, ni periodístico. Es la manera en que Camila Mansilla y yo tenemos de entender el teatro. Si cruzás a la sala de enfrente o te quedás a ver lo que sigue, pues, vas a ver otra manera de decir «esto es el teatro». Cada espectáculo es la posibilidad que tiene un intérprete, un grupo, un director o un autor de decir «esto para mí es el teatro».

–Una de las cuestiones que aparecen en la obra es la relación entre el arte y los límites éticos ¿Cuáles son para vos los límites del arte?

–El límite en el arte no es algo que yo pueda señalar y decir «es este». Yo entiendo que las experiencias te van preguntando constantemente cuál es el límite. Porque lo que en una experiencia para vos es un límite el año que viene, la experiencia que tenés te determina que el límite es otro. El movimiento es constante. Hace poco tiempo, una artista plástica, Nicola Costantino, presentó en la Bienal de Venecia jabones hechos con piel humana. Se armó un quilombo enorme y la censuraron con el argumento de que había cruzado un límite. La artista afirmaba que el arte no tenía límite. Justamente el arte es un espacio donde la pregunta sobre el límite es una pregunta viva.  Yo creo que el arte tiene límites y creo en la autonomía de cada artista de establecer cuáles son los límites y que cada sociedad tiene también los mecanismos para frenar o no de acuerdo con sus límites sociales. Suele haber una puja entre artista y sociedad en relación con los límites. En términos personales creo que el arte tiene límites. En mi estudio donde entreno gente, yo establezco y fijo los límites. Y es distinto al límite que plantean otros estudios. No está ni bien, ni mal. Lo que puedo señalar es que el ejercicio del límite es un derecho que se usa y se paga. Hay un precio por pagar cuando se cruzan límites que tienen ver con lo ético. Eso lo queríamos plantear en la obra.

Foto: Diego Martínez

–Otro tema de la obra y que está en boga en los últimos tiempos es el develamiento de las intimidades en nombre del arte y que tienen ecos en el develamiento de intimidades en los noticieros o los programas chimenteros.

–Algunos humanos plantean que el límite lo fija la verdad. Es decir, hay personas que dicen que, como es verdad, tengo derecho de decirlo y yo me la hago la pregunta: ¿es así? ¿Ese es el límite, o sea tú legitimidad? Si ves que la esposa de tu amigo sale de un hotel alojamiento con otro flaco. Como es verdad ¿hay qué decirlo? No te planteás nada porque tus límites te señalan que en tanto es verdad las cosas que son verdaderas se dicen. Yo te diría, bueno ¡qué interesante! (risas). Porque Ibsen tiene dos obras de teatro que plantean el problema de la verdad. En El enemigo del pueblo expresa que la verdad hay que decirla y en El pato salvaje dice que la verdad si es dañina, no hay que decirla. Con Camila hacemos Lo sagrado porque creemos que hoy el ser humano está deprimido para establecer límites y hacerse planteos éticos. Ciertos discursos nos dicen que ya se terminaron las épocas en que un ser humano puede decir «esto no».  Hay como un movimiento que se presenta inevitable y que parece que arrastra. Entonces, queremos contar un cuentito en el cual se diga que realmente hay actos que son autónomos y que dependen de la conciencia. En nuestra obra lo que toca a la puerta a este escritor es la conciencia que le viene a preguntar, ¿vos te creés que conmigo vas a hacer cualquier cosa? Por más que los motivos sean buenos, que no tengan intención de maldad. O sea ¿uno está autorizado a decir lo que quiera si no tiene intención de maldad? No lo sé. Si algo le pertenece al ser humano es la conciencia. Todavía tenemos algo que se llama conciencia y no creo que ninguna inteligencia artificial tenga aquello a lo que nosotros llamamos conciencia, conciencia del acto, conciencia de las consecuencias, etcétera. Nosotros elaboramos un material donde ponemos en escena una de estas situaciones que ponen en juego la conciencia y sus consecuencias. Tal como le dice Adela (Eugenia Alonso), el personaje femenino, a Rafael: «Algún día alguien va a tocar tu puerta y te va a hacer pagar». Estamos muy descreídos de que la conciencia pueda tocar la puerta. Y como estamos seguros de que eso no va a suceder ya nadie le abre, ya no tiene valor. Pero nosotros no creemos eso.

–¿Cuáles te parecen que son las consecuencias de ese no ejercicio de la conciencia?

–Estamos de pronto liberados de un ejercicio que hay que hacer como humanos. Y al no hacerlo parecería ser que no pasa nada. Nosotros creemos que sí pasa, que la conciencia cuando no se ejercita se enferma. En el mundo hay una enfermedad grande en relación con eso. Nosotros no creemos, como afirman ciertos discursos, que son problemas viejos superados por la tecnología o la globalización, sino que son problemas bien actuales.

-¿Por eso tomaste la decisión también de que la obra sea anterior a la tecnología, es decir, al uso de celulares, computadoras o internet?

-Creo que actualmente a la tecnología se la usa como excusa para no dar cuenta de nuestros actos y para no ejercitar nuestra conciencia. Aparece una tecnología como el celular que se presenta como en beneficio de toda la humanidad y se obvia que el celular también ha producido algunas «cositas» no tan buenas. Porque parece que el celular es más importante que mirarnos a los ojos. La relación cara a cara hoy parece un hecho secundario, es como una vacación de estar todo el tiempo mirando el celular. Nosotros quisimos alejarnos de esta excusa e ir a un tiempo histórico en el que todavía la comunicación era estar en el mundo. No en el mundo virtual. En donde la única manera de estar en lo que llamamos el mundo era estar con otro. Porque te informabas, porque discutías, porque te encontrabas o desencontrabas.

–En tiempos en que gran parte de la política pasa por las redes sociales, ¿en qué medida la obra puede pensarse como una reflexión política?

–Puede tomarlo una persona, un pensador de la política y lo puede tranquilamente usar en tanto hay un problema ético. Los espacios de pensamiento tienen el derecho de tomarlo y aplicarlo a su lugar. Llevarlo al arte, al amor, a la política, a la ciencia. Pueden tomar algunas de las preguntas de la obra, llevarlas a su espacio y hacer un ejercicio. Por ejemplo, ¿las promesas son sagradas?

–La filósofa alemana Hannah Arendt afirmaba que el perdón y las promesas eran las condiciones de perdurabilidad de las relaciones humanas. ¿Las promesas son sagradas?

–Quizás aún cuando no sean explícitas. Recuerdo una película, donde el protagonista masculino establece una relación sexual casual, de una noche con una chica. Al día siguiente la chica lo cita, le insiste para verse y él se hace el desentendido. Ella lo interpela con una frase «vos ayer estuviste dentro mío. ¿Podés pensar que eso no tiene valor?” Nosotros no somos animales y no vamos a zafar por ahí, ni diciendo que cada vez nos parecemos más a los animales. Cada acto -sexual, afectivo, político- genera consecuencias. Como en Atracción fatal. Cada cosa que nos permitimos genera consecuencias y riesgos. Vivir es un riesgo ético y estético.


Lo sagrado

Escrita por Camila Mansilla y Julio Chávez. Dirección: Julio Chávez. Con Julio Chávez, Rafael Federman, Eugenia Alonso y Claudio Medina. Sala Picasso del Paseo La Plaza, Corrientes 1660. Funciones: viernes, a las 19:45; sábados, a las 19:30; y domingos, a las 19.

Julio Chávez.
Foto: Diego Martínez

Chávez, director, coescritor e intérprete

-¿Qué temas o tópicos comunes aparecen entre Lo sagrado y la película Cuando la miro siendo? Ambas las dirigiste, coescribiste con Camila Mansilla y oficias de actor protagónico.

Cuando la miro trata sobre dos seres humanos que se miran, que intentan comunicarse, que intentan comprenderse a pesar de las diferencias, de viejos rencores, incluso. Eran una madre y un hijo artista. Acá se trata de alguien que es artista y que en un tiempo fue un padre para otro. Entre mis personajes no hay celulares. Existe todavía la posibilidad de la comunicación, de mirarse y de recibir. En una escena de Lo sagrado Gael le hace una pregunta terrible a Rafael: “Vos ¿quién te creés que sos?» Hoy es una pregunta que ha perdido valor. Nosotros queríamos hacer un material donde tenía importancia la respuesta. Donde todavía alguien te puede interpelar y preguntarte «¿por qué haces eso? ¿Quién te creés que sos?» Yo he contado esto muchas veces. Cuando yo era muy chico tenías que tener cuidado de hablar mal de alguien porque te tocaban el timbre hasta la mamá del nene y te decía “¿qué dijiste de mi hijo?”. Y ahí preparate porque tu vieja te cagaba bollos o te hacía confesar. Y antes tenías que dar la cara roja de vergüenza frente a la vecina. Hoy no existe, primero el tocar el timbre a nadie y segundo, la respuesta sería “hice lo que veo, que hacen todo el tiempo en la televisión, es decir, hablar mal de los otros”, Yo me inicié como ser humano, me sigo formando como ser humano, pero en mis inicios, las cosas que decías, los chismes tenían consecuencias que se enfrentaban cara a cara. “¿Eso dijiste? ¿vos estás loco? ¿Cómo dijiste una cosa así?» O sea, todavía uno se cuidaba, aunque sea careteando, pero te cuidabas. Había un límite del chisme. Todavía la interpelación de un ser humano tenía valor. Yo nunca voy a programas del tipo «vidas de alguien» porque no quiero decir algo que sería mi versión y que podría ocasionar que una sobrina de ese alguien se me acerque y me diga: “Oiga, las cosas no fueron así”. 

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