Es una de las cantoras populares de mayor crecimiento durante los últimos años. Es fanática de sus perros, los jardines y tiene debilidad por los altares.
Este miércoles comienza su ciclo en vivo La visitación, en el que se presenta junto a su cuarteto e importantes invitados, desde las 20 en Rondeman Abasto, Lavalle 3177. El 16/10 se sumará Liliana Herrero; el 23, Daniel Melingo; el 6/11, Lidia Borda y el lunes 11, Maxi Prietto.
–¿Qué deporte te gusta?
–El fútbol, pero un poco. No soy una tipa deportista para nada.
–Si tuvieras que armar un equipo de artistas mujeres, ¿cómo lo armarías?
–¿Pibas cantantes?
–Cualquier cosa: músicas, artistas visuales, actrices, directoras.
–Me gusta la Mariana Carrizo, Lidia Borda, Victoria Morán, Camila Sosa Villada, ¿cuántas tienen que ser?
–El fútbol es generoso: se puede jugar de cinco, siete, ocho, once.
–¡Y Lucrecia Martel!
–¿Tenés alguna actividad lúdica preferida?
–Me gusta trabajar con las plantas.
–¿Cuidarlas?
-Sí, sacarle yuyos, plantar, regar.
–¿Lo hacés metódicamente o como una especie de terapia?
–Metódicamente, tengo mi propio jardincito.
–¿Tenés una rutina?
-Sí, a la tarde, cuando baja el sol, riego y desyuyo para que todo se mantenga bien. Y después planto, en distintas épocas del año. Durante la pandemia tuve maíz, zapallo, pero ahora con la vida de “bataclana” que llevo de irme a cantar y qué sé yo, simplemente algunas aromáticas, lechuga, tomate, nada más que eso.
–¿Cuál es tu planta favorita?
–Me gustan mucho los cactus y tengo como una especie de colección.
–¿Tenés un ritual con las plantas?
–No, pero tengo una fascinación con los altares. Y eso que no soy creyente, pero me fascinan los altares de todo tipo, y tengo mi pequeño altar.
–¿A quién tenés en el tuyo?
–Un ekeko, está la Virgen de Urkupiña (virgen que apareció en el cerro del pueblo de Quillacollo, Cochabamba, Bolivia, ante una niña pastora de ovejas, reza la tradición), una foto de una curandera salteña muy famosa y algunas fotos de algunas personas. Soy de prender velas y esas cosas. Me gustan mucho los altares coloridos que hay aquí en el norte. Al ekeko le doy de fumar los viernes y le echo coca, así que son bien viciosos (risas).
–¿Lo hacés para que mantenga “tus vicios” o es una ofrenda?
–(Risas) No, no. Es una ofrenda. Hay que tenerlos contentos. Cada tanto le echo unos dólares.
–¿La ofrenda es para que te retribuya algo a vos, a algún ser querido o para pedir un deseo?
–Generalmente le pido protección, salud y le prendo una vela cuando quiero mandarle fuerza a alguien. Pero, la verdad, es una cosa a la que no le encuentro mucho la lógica.
–Está tu jardín, tus altares…
–¡Y mis perros! Que son muy importantes. Tengo cuatro perros pila. Son perros sin pelo, prehispánicos, los únicos que había en América antes de que lleguen los españoles. Están los Xoloitzcuintles en México, el perro sin pelo del Perú y el perro pila del norte argentino.
–¿Todos son más o menos de la misma edad?
–Tenía dos, pero soy muy fanática de estos perros entonces hice que tuvieran cría y ahora son cuatro. Ya con cuatro tengo que parar porque llevan mucho trabajo y también plata. Son perros que necesitan mucho cuidado porque al no tener pelo tienen problemas de piel, hay que ponerles protector solar a veces, tienen una dentadura más rudimentaria que los otros perros. Los cuido mucho. Son mi locura.
–¿Cuál es el barrio de Buenos Aires que más te gusta caminar?
–Me gustan mucho La Boca y Barracas.
–Y ahora que vivís en La Calderiila, Salta. ¿Cuál es tu lugar favorito de la provincia?
–Amo Salta. Me gusta todo Salta. Cuando estoy acá ando mucho en el campo, pero hace poco fui a una milonga extraordinaria, en la zona de La Tavella, que me gusta mucho. Salta está llena de lugares preciosos, es una locura. Ojalá más gente los conozca.
–¿Creés en la suerte?
–Sí, pero más creo que en la constancia y en el trabajo. En la intención desarrollada en el tiempo.
–¿Te acordás de algún momento decisivo en tu vida artística?
–Sí, cantaba con un trío de guitarras, que es donde canto ahora también, pero no me conocía nadie, estaba recién empezando, y vivía en un departamento en Parque Chacabuco, de un ambiente, con un patiecito muy chiquito que lindaba a un pasillo. Todos departamentos chiquitos con patio a cielo abierto, medio un conventillo. Y yo cantaba en el baño de mi casa, que daba al patio, y al lado vivía quien en ese entonces era la pareja del director de la Fernández Fierro, la escritora Carolina Bertalini, que me escuchaba mientras cantaba en el baño. Y cuando necesitaron una cantante me llamó porque me había escuchado cantar en la casa de Carolina. Me llevaron a Australia (estuvimos tres meses sin parar de tocar) y a partir de ahí fui la cantante de la Fernández Fierro y eso me cambió claramente la vida. El casting fue como en el baño (risas).
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