El escritor es autor de tres libros sobre el lugar en que nació y vivió Kafka. Los dos primeros son poemas y el último es una novela, Síndrome Praga, en la que lo cotidiano se mezcla con lo fantástico. Un diario de viaje que registra un hecho inquietante.
La historia que despliega la novela tiene que ver con un absurdo muy argentino: un joven animador de eventos, Rodrigo, viaja a Praga para trabajar como guía de turismo de una ciudad que no conoce. Pero sobre el mundo ordinario del turismo comienza a surgir una realidad inquietante. Algunas personas muestran sobre su frente un número de cuatro cifras que indica la fecha precisa de su muerte. Hasta ese hecho es capitalizable como leyenda turística por Iván, el dueño de Dee Prague, la empresa para la que trabaja Rodrigo. En esa ciudad literaria Rodrigo vive, además, una historia de amor.
–¿Cuál fue la idea con la que te sentaste a escribir esta novela sobre Praga?
–La idea que más me atraía era la de los números. Fue una imagen que surgió una vez caminando por la calle Humberto Primo, cerca de donde trabajo. Me pregunté qué pasaría si supiéramos la fecha de la muerte de la gente que queremos.
–Y la nuestra.
–Sí, también la nuestra. Creo que uno terminaría acostumbrándose como se acostumbra a todo, pero sería raro. Ahora se dice que las relaciones cambiaron mucho a partir de las redes sociales y estoy de acuerdo. La presencia de amigos en Facebook o en Instagram es muy importante. Aunque parezca superficial, muchas amistades se ponen en juego en esas presencias. Uno pasa mucho tiempo en las redes y es lógico que las relaciones comiencen a recorrer otros caminos y ni hablar de los cambios en las relaciones de amor. Justo había ganado la beca Praga Ciudad Literaria para escribir allá durante dos meses y recordé que en Praga los guías de turismo son muchísimos y no necesitan licencia para trabajar. Entonces se me ocurrió cruzar las dos ideas. Por un lado, algo tan abstracto como los números y, por otro, algo bien concreto como las condiciones de trabajo en esos guías, cómo van haciendo los tours, las cosas que les van pasando. El trabajo de guía de turismo es algo un poco viejo y romántico. Mucha gente hoy viaja con aplicaciones que te dicen a dónde ir y qué mirar. Cuando gané la beca ya había estado en Praga dos o tres días, que es el tiempo que uno le dedica cuando viaja por Europa. Por los costos, es imposible estar más tiempo aunque yo tenía muchas ganas de hacerlo.
–La novela también se plantea el tema de la extranjería. Uno es extranjero respecto de su propia muerte porque sabe que es inexorable, pero no la puede entender.
–Nunca lo había pensado así, pero me gusta esa idea. Claro, la muerte te pone en un lugar de extranjero. También la muerte de los otros te pone ese lugar, por el desconocimiento, por el gran misterio. Sí pensé mucho en el trabajo de guía de turismo. Me invitaron a dar una conferencia en la Feria del Libro de Praga y lo que dije es que el trabajo de guía de turismo era un trabajo en vías de extinción, por el tema de la tecnología. Hoy mucha gente viaja con aplicaciones que te dicen qué recorrido hacer, dónde mirar. Por eso, el trabajo de guía de turismo tiene un costado medio romántico, anacrónico, obsoleto. Me pareció que despertaba cierto interés el planteo.
–Supongo que Kafka habrá sido una presencia en tu viaje por Praga, porque las personas lectoras viajan más que para conocer, para corroborar que lo que leyeron realmente existe.
–En realidad, lo que uno hace es «volver» a una ciudad que ya conocía sin haber estado. Como tantos latinoamericanos entré a Praga por Kafka. En el primer viaje que hice a esa ciudad recorrí el lugar en que nació, en los que vivió, que fueron varias casas cercanas al centro. También vivió unos días en lo que se llama «El callejón dorado» que está dentro del complejo del castillo donde estaba la casa de su hermana, donde escribió «Un médico rural». Kafka es Praga, aunque pocas veces la menciona de manera directa, excepto en los diarios o en un cuento que se llama «Descripción de una lucha», que es excepcional y muy raro. Sin embargo, vi los textos de Kafka en Praga a través de la omnipresencia del Castillo. Esa imagen fue la que me sirvió para corroborar que existía lo que decía Kafka. Desde todos lados se ve el Castillo, igual que sucede en la novela El castillo, donde el castillo es un personaje más. Además, Praga es una ciudad donde pasan cosas raras. Eso te hace pensar que lo que escribía Kafka no es tan absurdo, sino que lo absurdo es más bien el lugar en que lo escribía. Por eso, creo que es mucho más realista de lo que parece.
–¿Puede pensarse Praga como una especie de texto que genera otros textos? En tu novela el turismo genera siempre nuevas leyendas.
–Sí, Praga es una especie de escritura y también una invención, un relato en el mejor sentido de la palabra. Noto que los lectores en general se quedan con la crítica de lo que significa el turismo y las formas que fue tomando en la actualidad, algo muy superficial y muy vacío, pero en algún punto yo quise hacer un homenaje a los guías de turismo serios, que los hay. Iván, a pesar de ser chanta, conoce mucho la ciudad. Se dedica a contar historias que logran captar la atención de mucha gente en un momento que se caracteriza por la dispersión que producen los celulares, las aplicaciones.
–¿Lo que el guía de turismo logra es transformar la realidad en un relato?
–Claro, integra la historia con el presente, lo que ves con lo que está escrito. Yo hice muchos tours para conocer el Castillo que no es un solo lugar. Lo que se llama el Castillo es la catedral gótica de San Vito. Yo noté que los guías, además de captar la atención, no estaban chamuyando, sino que estaban haciendo una relación artística y cultural en torno de la catedral, estaban hablando del gótico y de lo que significa la palabra. Describían con precisión un vitral de Mufa que me encanta y también el reloj astronómico que es el más emblemático de Praga. Los describían con precisión sin mirarlos, mirando al público de espaldas a los objetos. De algún modo trabajan como un escritor, cuentan una historia, y algunos la cuentan muy bien. Hay quienes conocen bien la ciudad y transforman el hecho de mostrarla en un arte. Por otro lado, creo que la crónica, que es un género que me encanta, en los últimos tiempos fue tomando espacios y avanzó sobre muchas cosas como, por ejemplo, el turismo que quedó en un lugar muy relegado, como de gente tonta. Hoy nadie quiere parecer un turista, salir con la cámara, porque está mal visto. Pero creo que es absurdo viajar por dos o tres días a un lugar del que no conocés siquiera el idioma y pretender que no sos turista. ¿Qué otra cosas podés ser, sino turista? Estuve pensando en eso cuando escribía la novela. Me interesaba mostrar esa sobreactuación de que uno no es turista cuando en realidad lo es. Claro que también veo la invasión turística. Tengo un amigo checo que me dijo: «Aquí la gente viene a tachar lugares». El lector se parece al turista: corrobora que el lugar que ya conocía realmente existe.
–¿Cómo hiciste para comenzar a escribir la novela en medio de una ciudad que demanda tanto la atención como Praga?
–Viajaba por la ciudad de día y escribía de noche. Me ayudó mucho seguir el formato de diario, aunque luego edité esas acciones y les cambié el orden. El formato me gusta aunque tiene el riesgo de que te lleva a algo muy cotidiano como el lenguaje de Facebook: «Hoy comí…». Uno se olvida de que Frankenstein, por ejemplo, tiene el formato de un diario. Pensé que eso que era tan cotidiano podía convivir muy bien con algo demencial como los números que indican la fecha de la muerte. Creo que logró verosimilitud.
–Beatriz Sarlo mencionó mucho tu novela.
–Sí, la mencionó en varios programas y la señaló como una novela en la que se puede leer la continuidad de la literatura argentina. Con los libros a veces pasan cosas increíbles. «
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