Juan Leyrado: «Lo único que nos puede salvar es la inteligencia»

Por: Sebastián Feijoo

El actor se sube por primera vez solo a un escenario en El elogio de la risa, donde interpreta a un hombre de 80 años que reflexiona sobre cuestiones universales atravesado por su propia angustia.

Se corre el telón de la sala dos del Multiteatro y Antonio está solo. Completamente solo. Sentado, con 80 años a cuestas y esperando. Sostiene un ramo de flores y una caja con una torta. El cuadro parece adelantar que toda acción o reflexión pertenece al pasado. Fue a ver a su mujer, esa que le cambió la vida con una y mil risas. ¿Lo logrará? Mientras tanto encarnará y evocará decenas de recuerdos, pensamientos y obsesiones. El elogio de la risa es el primer unipersonal de Juan Leyrado. O, como él prefiere decir, «mi primera obra de teatro de un solo actor». 

Leyrado (64) no llegó a El elogio de la risa por casualidad. No estamos frente a una de esas historias donde un feliz accidente hizo que un libreto cayera en las manos de un actor y colmó todas sus expectativas. Esta primera obra en la que Leyrado se presenta solo sobre el escenario es el fruto de su deseo y voluntad por hacerla realidad. El guión que imaginaba no aparecía y nunca apareció. Hasta que se juntó con el director Gastón Marioni, intercambiaron ideas, las nutrieron de anécdotas, compartieron y nació el texto de El elogio de la risa. A partir de ahí, llegaría el momento para que Leyrado saque provecho de sus décadas de experiencia en teatro, cine y televisión.

–Hacer este tipo de obra fue una decisión totalmente personal que necesitó su tiempo. Yo vengo de una generación donde se trabaja en grupo. Con ida y vuelta, retroalimentándose a partir del aporte de todos. Detesto el stand-up y eso de hablarle al público. Yo caí en el teatro por la necesidad de seguir jugando como cuando era niño y sobre todo porque podía hacerlo con personas que tenían una sensibilidad parecida a la mía. Hace poco se me despertó el deseo de ponerle el cuerpo solo a una obra. En su momento hablé con Darío Grandinetti, que es un gran amigo y hace poco había hecho un unipersonal, y me recomendó que le diera para adelante. Que no dudara. Hasta me dio un gran consejo: que 30 minutos antes de que empiece la obra me encierre solo en el camarín para concentrarme. Lo sigo al pie de la letra y me da muchos resultados. Esta experiencia de El elogio de la risa me permitió darme cuenta de que es una forma de conectarme con mis comienzos.

–¿Por qué?

–Por un lado, aunque quizás esto sea muy psicoanalítico, porque de chico me gustaba jugar solo. ¡Y me veía jugando como si estuviera fuera de mi cuerpo! Por supuesto que trataba de no pensar demasiado en eso y mucho menos de contárselo a mi familia: no me hubiera gustado que me internaran en un loquero a tan temprana edad. Pero hacer esta obra, de alguna manera, es volver a jugar solo. Por otro lado, este formato me retrotrae a mis primeras clases con Agustín Alezzo. En ese entonces, sólo me interesaba hacer lo mejor posible los ejercicios que me pedían. Con el tiempo uno quiere demostrar todo lo que sabe, sorprender, que lo quieran… En esta obra trabajé mucho para despojarme de todo lo que no fuera sustancial. Me propuse llegar a la verdad absoluta. Por eso la disfruto tanto. Lo que me sigue pareciendo un poco raro es que después nos vamos a cenar y soy el único actor. ¡Nunca me había pasado en la vida!

–Tu trabajo es detallado, pero nada ampuloso. ¿Cómo venciste la tentación de tirar todos tus recursos técnicos sobre el escenario?

–Fue lo primero que trabajé. Me hubiera pegado un tiro si salía algo sobrecargado. Creo que un papel de este tipo recién lo puedo hacer de la mejor manera a esta altura de mi vida. Le pedí a Gastón (Marioni, el director): «decime al instante si ves que me paso, que intento seducir o que saco demasiadas cosas del bolsillo». Esa fue la premisa y no la abandonamos nunca.

Los grandes temas

Los hijos, la religión, la ciencia, la industria farmacéutica, Google, los libros de autoayuda, la lotería, el sexo solo o acompañado. Nada alcanza para ahuyentar del todo las angustias que atraviesan al ser humano. Mucho menos permiten entender los grandes temas: el amor, la muerte, y su parada previa, la vejez. El arte fue solidario en este fracaso generalizado. Pero insiste y –en algunas oportunidades– puede generar la empatía necesaria que permite patear para adelante estos asuntos tan escabrosos.

–El tema central de la obra es cómo envejecer y vos participaste de la gestación del guión. ¿Desde cuándo te preocupa el tema y cómo lo llevás?

–Prácticamente desde ahora. Surgió el tema cuando empezamos a armar el ida y vuelta con Gastón. Pero más que nada porque me parecía algo interesante para desarrollar en una obra. Un material rico, que más temprano que tarde llama a todos y que nos permitía armar una estructura atractiva. No era una cuestión personal. Pero después de tanto hacer a Antonio empiezan a aparecer algunas preguntas. Lo que uno lleva como personaje se te empieza a colar en tu vida. ¿Cómo seré a los 80? ¿Qué me dolerá? ¿Cómo la llevaré? Y no hay respuestas claras, obvio. Lo único que se me ocurre es que hay que cagarse de risa.

–En breve vas a volver a la televisión.

–Sí. No te puedo adelantar mucho todavía. El programa se va a llamar El maestro, lo hace Pol-ka y sería como una serie de unitarios. El protagonista va a ser Julio Chávez. Mi personaje es muy lindo y las historias también. Juntos tenemos una academia de baile. También participa Inés Estévez. Estoy contento porque los tiempos se acomodaron. Mientras preparo una obra de teatro no puedo meterme con la tele. Soy muy obsesivo y necesito exclusividad para concentrarme.

–¿Cómo vivís este momento de la Argentina?

–Con mucha tristeza. Soy un actor, no manejo todos los temas ni tengo que tener todas las respuestas. Pero me preocupa y mucho. Creo que hay un gran problema cultural y esa es la base de todo. Creo que lo único que nos puede salvar es la inteligencia. Me veo como un ciudadano en construcción constante de su pensamiento, aunque sin renunciar a sus valores históricos. Trato de no dejarme llevar sólo por la crítica. No le di mi voto al presidente, así que no me puedo sentir engañado por sus promesas electorales. No sé hasta qué punto justifica reclamarle a alguien que va a seguir gobernando según sus propias creencias. A mí me enoja mucho más la oposición. ¿Dónde están los peronistas, los radicales, los socialistas? Los votamos para que representen determinadas ideas y ahora miran para otro lado. Es como si yo anunciara la obra Romeo y Julieta y cuando la gente viene al teatro soy Don Mateo. No da. Le tenemos que exigir mucho más a nuestros representantes en el Congreso. Costó mucho que estén esas bancas y su deber es respetarlas. «

Ensayo sobre la vejez

Las asociaciones pueden ser libres, pero no siempre son exactas. Para despejar dudas: El elogio de la risa no es una comedia. Puede ser, en todo caso, una comedia dramática –con menos risas de lo imaginable– o un ensayo sobre la vejez sazonado con humor y trabajado desde el lenguaje teatral.

Leyrado es el único actor en escena y asume la responsabilidad con carácter y solvencia. De la vereda de enfrente de la caricatura y el histrionismo, construye a su Antonio de 80 años con una voz desgastada, gestos módicos, el cuerpo algo vencido y olvidos calculados. En este caso, el menos es más se cumple a la perfección. El recorrido de la obra casi siempre es hacia atrás y Leyrado resuelve con gran criterio los diversos desafíos que le exige Antonio.

El guión no luce tan sólido ni bien plantado. Es al menos una señal de alerta cuando a una obra se le pegan expresiones como «entrañable» o se la publicita como «la comedia más tierna”». Tampoco pareciera saludable que una interpretación posible del texto sea que la risa alcanza para atravesar todas las imposiciones de la vejez.

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