Columna de opinión.
No es ninguna novedad decir que el kirchnerismo no está en su momento de esplendor. El llano es un desierto a ser atravesado con una anchoa por todo alimento. Después de tres gobiernos consecutivos, el espacio que lidera la ex presidenta no tiene viento a favor. Casi nada a favor, podría decirse, salvo un enorme cantidad de votos. Es maltratada por los diarios del establishment que procuran aislarla de su masa de votantes, sacudida por el partido judicial como rutina, y cierto peronismo canibalizado encabeza cotidianamente putchs para jubilarla, asunto donde ponen una energía que no aplican a criticar, por ejemplo, a Macri y sus políticas.
Pero no deja de ser, el del kirchnerismo, un fenómeno político vivo. Único armado en condiciones de pelear una elección con Cambiemos. Contribuyen a su llamativa supervivencia varios factores: Macri no tiene otra oposición competitiva que no sea UC, las otras se desgastan y se desdibujan siendo primero que nada opositoras a CFK que al modelo vigente y los que disputan el liderazgo de la expresidenta no concitan la adhesión del voto antimacrista.
La astucia también juega un papel en todo esto. Ella lidera una campaña alejada de los estereotipos kirchneristas demonizados por el gobierno y la comunicación oficial. Su nuevo frente electoral se construyó, además, bajo una premisa que no es peronismo o antiperonismo, ni kirchnerismo o antikirchnerismo, sino una opción que se saltea esas antinomias, enmarcada en la existencia de un bloque de derecha conservadora en el poder y la necesidad de construir otro alternativo con cariz de centroizquierda popular.
La controversia está planteada en términos de una dinámica que excede el duro posicionamiento de las identidades ya asumidas. Aunque válidas y vigorosas, macrismo y kirchnerismo no representan al conjunto de la sociedad. Hay un tercio volátil que salvo en el voto galvanizado de la izquierda engorda con porcentajes diversos los caudales de los bloques capaces de antagonizar, debilitando las terceras opciones. O reduciéndolas al protagonismo mediático, de tono testimonial, sin anclaje potente en lo electoral.
Cuando no se comprende el juego de los actores con mayor peso y cómo influyen sobre la voluntad del electorado, la lectura sobre lo que sucede se reduce a las interpretaciones amañadas de los diarios que ya sabemos. Para ser más claros: si una parte importante de la sociedad no creyera que UC le resulta útil para oponerse a Cambiemos y sus políticas, el kirchnerismo hoy estaría jibarizado al punto de convertirse en una corriente religiosa diminuta y esclarecida inhábil para convocar mayorías sociales a su proyecto.
No es lo que pasa. La paridad en el mayor distrito dice otra cosa. El rating de la entrevista de Novaresio a CFK dice otra cosa. La desesperación de Clarín, dice otra cosa. Hay una propuesta, la de Cambiemos, que cosecha un tercio de los votos. Como contraparte, hay otro tercio que eligió a Unidad Ciudadana como oposición. Para una elección de medio término es muy poco para el oficialismo (que tiene poder del Estado, control del escrutinio, presupuestos más importantes, medios a su favor y la necesidad de ganar) y es mucho, muchísimo, para la principal fuerza opositora que no tiene nada de eso y juega solamente con los errores u horrores del adversario en su favor.
Unidad Ciudadana es una creación kirchnerista pero representa más que el voto duro, identitario, de los partidos que acompañan a la expresidenta. No es el 54% del 2011, claro está. Tampoco Cambiemos, el 51% del 2015. El macrismo obtuvo una considerable cantidad de votos en las PASO. Eso es indudable. Pero en 20 meses de gobierno no logró generar el aval social irreprochable que en las primeras elecciones de medio término consiguieron en el pasado Alfonsín, Menem y Kirchner. No va a tener mayorías parlamentarias propias, aunque mejoró su performance. Si repite en octubre, quizá hasta deba alquilar menos legisladores no propios. Un avance. Creció deglutiéndose a sus aliados en este tiempo (el peronismo cordobés, el salteño o el entrerriano).
Este es otro tema insuficientemente tratado por los analistas oficiales. Es imposible pensar hoy en un peronismo totalizador, de estructura nacional: ese peronismo no existe. Lo articuló el kirchnerismo mientras fue gobierno y, cuando dejó de serlo, el peronismo entró en diáspora de supervivencia. Ese es su estado actual. El de la necesidad del kirchnerisno para tallar en la pelea. Cuando Pichetto habla, habla un perdedor en su provincia. Cuando lo hace Urtubey, lo hace un gobernador que en el 2019 sólo podrá retener su provincia en alianza con el kirchnerismo. Cuando habla Uñac, habla desde San Juan, pensando más en la coparticipación federal que en conducir el peronismo.
No hay liderazgo allí, no hay proyecto político alternativo al macrismo, apenas un grupo rumiante que reniega de CFK, porque cuanto más lo hacen mejor trato presupuestario reciben sus provincias y más espacio ganan en los medios: su papel es el de predicadores del desaliento opositor y en eso chocan contra un altísimo porcentaje de argentinos que necesitan urgente una oposición ahora, no cuando ellos salden sus cuentas con la expresidenta.
Si el kirchnerismo está mal, el peronismo no K está peor. Es hablado por Julio Bárbaro. Actúa como comentarista de la realidad, no como actor de ninguna innovación en materia política. ¿Alguien cree que el modelo macrista pueda desarrollarse sin resistencia social? ¿Y quién va a representar esa oposición? ¿Los que avalan con su voto las leyes que lo hacen posible? ¿Los que se dedican a ser opositores a CFK antes que a Macri? La sociedad no come vidrio: cuando cierto peronismo despierte de su letargo, resuelva su crisis de conducción, se una a cantar la Marcha y decida plantarse como proyecto alternativo al de Cambiemos, la desocupación estará arriba de los dos dígitos; el déficit fiscal será inmanejable; los intereses del endeudamiento, irremontables y los índices sociales reflejarán otra Argentina, menos desarrollada, más empobrecida. Hasta Gioja, el presidente del PJ, lo comprende.
Esta es la dinámica de los acontecimientos sobre los que CFK lanzó Unidad Ciudadana. No hay magia, sólo habilidad política para anticipar los escenarios. Como la que también exhibió en la carta dirigida a los otros espacios opositores. Rápidos para responder, aunque mucho más lentos para comprender, salieron prestos Massa y Randazzo a rechazar el llamado a la unidad. Lo que la expresidenta sabía que iban a hacer. Los conoce bien, los dejó en evidencia y del lado del gobierno.
Hay una sector importante de la sociedad, más importante numéricamente que el que votó a Cambiemos, que quiere que haya una oposición firme, que represente lo contrario, al gobierno de Macri. Ni destituyente, ni golpista, ni alocada: firme. La mayoría de ese voto opositor eligió el armado de CFK como estandarte de una necesidad real, no conjetural: 34, 5% es más que 16% y más que 5,9 por ciento. Habrá peronistas que votarán a Gladys González. También Menem fue elegido dos veces con votos peronistas. Ahora, la contracara es Taiana. ¿Por qué motivos Solá, el propio Randazzo, o los peronistas incómodos con el macrismo, harán de puente de plata electoral para que sea González la senadora y no Taiana? ¿Estarán dispuestos a pagar ese costo político? Quizá. Pero hay que decir que la carta cristinista no estaba dirigida a los dirigentes, sino a sus votantes. Caló, Daer, Argumedo, Gioja, no serán los únicos en dar el paso hacia Taiana, aunque sea a regañadientes. Porque el voto no se explica sólo por afinidades electivas, sino también por necesidades concretas. Es la misma razón por la cual el kirchnerismo, que podría ser la «secta fanática y violenta» que denuncia el gobierno, camina a ser, en cambio, y por el voto de la gente gane o pierda en octubre la única oposición mayoritaria e institucionalmente gravitante en el mapa político argentino.
Que siga ocupando las páginas policiales de los diarios se explica, exactamente, por la misma razón. «
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