El extraordinario documental El imperio de la perfección, presentado durante el 33° Festival de Cine de Mar del Plata, toma al gran jugador de tenis como eje y utiliza al tenis para hablar sobre el movimiento y el cine.
Justamente sobre la persona de John McEnroe está basado el documental francés El imperio de la perfección, del director Julien Faraut, que comienza su recorrido con una frase sugerente y oportuna, atribuida al gran cineasta galo Jean-Luc Godard: “El cine miente, el deporte no”. Pero no se trata de un documental biográfico que recorre la historia de vida del personaje en cuestión, ni de uno en el que distintos expertos intentan diseccionar a la figura del rebelde jugador estadounidense, quien tuvo su gran momento deportivo entre finales de la década de 1970 y mediados de la siguiente. Se trata de un trabajo mucho más complejo en el que ni siquiera el tenis es lo más importante, sino el intento por comprender mejor el arte del movimiento.
La película está basada en material registrado durante los mismos años ’70 y ’80 por el cineasta Gil de Kermadec, quien durante cada edición del torneo de Roland Garros filmaba obsesivamente a los mejores jugadores del circuito, para luego analizar las imágenes en busca de descubrir qué era lo que hacía técnicamente único a cada uno de ellos. Es así que durante las primeras imágenes de El imperio de la perfección pueden verse algunas imágenes de Guillermo Vilas ejecutando su recordado revés zurdo. Sin embargo esa particularidad que buscaba Kermadec tampoco era tenística, sino que su trabajo se parecía más a un estudio kinético. Característica que Faraut retoma de manera extraordinaria para convertir al extraordinario archivo de su colega en un manifiesto cinematográfico.
El relato en off, interpretado por el actor francés Mathieu Amalric, afirma en algún momento que “el tenis es el más cinematográfico de los deportes” y no bien la cita es pronunciada ya dan ganas de ponerse a discutir. Sobre todo quienes sostienen que el deporte que mejores resultados ha dado en la gran pantalla es el boxeo y que, por el contrario, la dinámica del tenis en tanto juego es de difícil traducción a la gran pantalla. Pero a medida que la película de Faraut avanza es posible empezar a comprender que la frase no se refiere específicamente a esa instancia de narración cinematográfica del deporte mismo, sino a algo más profundo: que tal vez al tenis le quepan las mismas reglas críticas con las que es posible leer al cine. No es extraño entonces que en El imperio de la perfección se lo cite una y otra vez al reconocido crítico de cine francés Serge Daney, quien también se destacó como periodista deportivo, llegando a escribir un libro, El amante del tenis, considerado por muchos el mejor de los que tienen al deporte de la raqueta como objeto. Y eso es lo que la película se propone: tratar de reinterpretar al tenis desde una mirada cinéfila.
Y tal vez no haya personaje más cinematográfico en la historia del tenis que John McEnroe. Héroe y villano, genio, estratega y niño terrible del tenis, McEnroe es recordado por su enrome talento, pero también por su carácter iracundo y su mal humor. Los registros de Kermadec, a quien no le interesaban los partidos sino que utilizaba tres cámaras de cine para filmar solamente al jugador, lo muestran en todas sus facetas. Una de las grandes posibilidades que ofrece El imperio de la perfección es ver lo que hace un jugador de tenis cuando la pelota pasó al otro lado de la red. Y lo que se ve es maravilloso: las dudas ante lo que el jugador espera pero los espectadores esta vez no pueden ver (¿qué está haciendo el rival?); la ansiedad que esta situación de incertidumbre le plantea al protagonista y cómo se traduce todo eso en su lenguaje corporal; o la reacción en primer plano del momento en el que, ahora sí, se prepara para recibir la devolución de su adversario.
Pero también se lo ve desarrollar todo su arsenal de virulencia contra los árbitros, contra el público o contra las cámaras, incluidas las de Kermadec. Las imágenes revelan además que se trata de un extraño caso de desborde controlado, que le permitía a McEnroe estallar de furia, tal vez en el camino desconcentrar a sus adversarios, pero sin que su cabeza se saliera nunca del partido. Característica que lo convertía además en una extraña clase de actor que solo podía poner en escena aquellas emociones que se le volvían inevitables. Volviendo la frase de Godard, así como puede decirse que el cine miente en tanto representa a la realidad pero nunca lo es, en cambio McEnroe estaba condenado a representar eternamente su propio y auténtico drama, una y otra vez.
Respecto del carácter cinematográfico del jugador, la película incluye un fragmento extraordinario. Un montaje en el que puede verse una de las rabietas del tenista neoyorquino, pero a la que Faraut le superpone unas líneas de diálogo extraídas de una escena de Toro Salvaje, en la que el personaje de Robert De Niro acusa a su propio hermano, interpretado por Joe Pesci, de haberse acostado con su esposa. El resultado es fascinante.
La película termina con un resumen de la final del gran torneo parisino que McEnroe jugó con el checo Iván Lendl en 1984. Un partido que fue en sí mismo una obra maestra del suspenso, que comenzó ganando el estadounidense por paliza, poniéndose dos sets arriba, pero que el checo se terminó llevando por 3 a2. El imperio de la perfección acaba con un número proyectado a pantalla completa, el número que le dio origen al título de la película. El director dice, a través de la voz de Amalric, que en 1984 McEnroe fue el jugador de tenis que más se acercó a la perfección, utilizando como prueba el porcentaje de victorias conseguido por él durante esa temporada, récord que nadie ha superado aún (y que difícilmente alguien supere): 96,5%.
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