La fiscalía general rechazó la destitución del jefe del organismo de inteligencia interior de Israel. La sombra de Qatar y el ataque del '7O.
Durante la semana, Netanyau tuvo que declarar en una causa de soborno que implica a dos de sus asesores, que fueron detenidos por presuntamente haber recibido pagos del gobierno qatarí para que mejore su percepción pública sobre las negociaciones por la liberación de rehenes con representantes de Hamas. Sucede que el reino árabe no tiene relaciones diplomáticas con Israel y que financia parte del funcionamiento del gobierno gazatí. Y el contexto de esta investigación se enmarca en el reemplazo de Ronen Bar jefe del Shin Bet, el servicio de inteligencia interior israelí, por, dijo, falta de confianza.
La expulsión de Bar generó el rechazo de la Justicia –se trata de una institución independiente del Ejecutivo, al que eventualmente tiene que investigar– y de la sociedad civil, que entiende que es una maniobra del primer ministro para tapar los escándalos en los que están inmerso y los que le van a venir sin dudas en breve.
Bar ya dijo que “Bibi” le ordenó declarar ante los jueces que lleva adelante un proceso por corrupción “debido a razones de seguridad”. Obviamente, Netanyahu negó los hechos y nombró en su lugar a Eli Sharvit, un exalmirante de la Armada, que participó de marchas contra Netanyahu y, fundamentalmente, no estaría capacitado para el cargo, dicen los críticos, porque entre otras cosas, no habla árabe, algo imprescindible en ese escenario. Pero el “Qatargate” tiene otros aditamentos. Por un lado, Bar y Netanyahu se acusan mutuamente por la responsabilidad en el ataque de Hamas del 7-0. Por el otro, Yonatan Urich y Eli Feldstein, colaboradores del premier, quedaron detenidos por cargos de blanqueo de capitales y contacto con agentes extranjeros. Eran tan cercanos a Bibi que la Justicia lo indagó en carácter de testigo, pero no tanto.
Ahora, la fiscal general de Israel, Gali Baharav Miara, rechazó la destitución de Bar y acusó a Netanyahu de haber tomado una medida «manchada por un conflicto de intereses» y por el Qatargate. La pulseada parece bastante brava para el jefe de estado, que ya es responsable por la muerte de más de 50 mil palestinos en Gaza y está acusado de crímenes de lesa humanidad en el Tribunal Penal Internacional. Una acusación que obliga a detenerlo si sale de su país, pero que no le hizo mella a Viktor Orban ni le hará a Donald Trump para recibirlo. «
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