Dibujante y escritora, ilustró Bombay, un libro de Sandra Siemens de reciente aparición. Antes y bajo el mismo sello publicó La costura, una obra en la que reproduce una tela bordada a la que le agrega sus propios dibujos para narrar una historia.
Bombay (Fondo de Cultura Económica) de la escritora Sandra Siemens apareció recientemente con dibujos de Isol. Pero en muchas otras oportunidades es ella misma la que escribe y dibuja. Tal es el caso, por ejemplo, de La costura, un libro anterior publicado por el mismo sello. En Bombay una nena elige como interlocutor a su gato para hacerle profundas preguntas existenciales, dado que los chicos son filósofos espontáneos. En La costura, una chica no cesa de perder objetos que van a parar a ese lugar misterioso de las cosas perdidas, a la parte de atrás del mundo, al revés de la trama. Y aquí la palabra trama tiene un sentido literal porque en el dibujo se reproduce una tela bordada.
Lo que tienen en común ambos libros no son sólo los dibujos de Isol, sino también el asombro ante el misterio irreductible de la vida. Ninguno de los dos, además, da respuestas, sino que formula preguntas. En este sentido, ambos desmienten la conocida frase de Mario Benedetti que afirma que «cada pregunta tiene su respuesta».
–¿Cómo es escribir y dibujar para chicos?
–En lo que llamamos libro para chicos hay muchas cosas que me gustan, como la posibilidad de usar dos tipos de lenguaje que es la misma posibilidad que te dan la historieta y el cine. Es unir literatura con imagen y también con tiempo, porque hay una secuencia. A mí me gustan esas particularidades porque te dan mucha libertad, o por lo menos yo me la tomo. Hay, además, algo de los personajes del niño que a mí me enternece y me inspira. Se me ocurren entonces historias que creo que le podría contar a un chico y yo misma tengo una mirada más de niña cuando las pienso y entonces narro desde ese lugar, desde el narrador que no lo sabe todo y que por eso se pregunta cosas.
–Hay quien supone que a los chicos hay que darles respuestas. Un libro tuyo como Costuras, sin embargo, es hermoso no sólo por los dibujos y la historia, sino también por el misterio que permanece sin revelar. ¿Lo más interesante, a veces, es lo que no se puede comprender?
–Claro, porque es un misterio estar acá. Son un misterio la vida y la muerte. Es difícil vivir con esa incertidumbre, pero disfrutar e indagar un poco en eso también relaja. Hay algo del arte que lo que hace es precisamente liberar eso.
–¿Lo pedagógico atenta contra lo creativo?
–Es es que se supone que al niño hay que darle cosas que le hagan bien y lo nutran. Por eso ahora por ejemplo, se corrigen obras de Roald Dahl. La obra dirigida a un adulto, sin embargo, no se corrige. Se deja de imprimir o se confía en el criterio del lector. Pero, a veces, los adultos no sabemos qué es bueno para nosotros mismos. Y los miedos que tenemos como personas grandes empiezan a funcionar como tapones que buscan evitar o prevenir algunas situaciones a través de las historias para niños. Esto es lo que hicieron también los cuentos clásicos como Caperucita roja, prevenir. En definitiva, es querer que los chicos se asusten un poco. Muchas de estas cosas siguen funcionando porque hay algo de la fantasía en los chicos relacionado con los miedos y como, en general, los cuentos terminan bien, sienten que esos miedos se pueden superar. Eso pasa con muchas de esas historias que en realidad son horribles, pero que tienen algo que interpela a los chicos y también a los grandes. El tema es si son buenas obras literarias que tienen respeto por el lector o son panfletos malísimos. A veces, con tal de que un libro hable de determinados temas, se terminan empobreciendo sus posibilidades. Por suerte, ahora se busca mucho más que el libro tenga calidad literaria. Lo que yo trato de hacer es contar una historia que, seguramente, tendrá muchos reflejos de lo que me pasaba en el momento en que la conté. Por mis miedos, por mis angustias y por mis alegrías es que aparece esa historia y no otra, pero es muy importante no encerrar esa historia en una enseñanza. A veces hay una necesidad de que el libro sea un poco una guía, pero me parece que es una necesidad más de los grandes que de los chicos. (risas)
–El misterio como también está en Bombay.
–Sí, Bombay es un libro hermoso en el que se hacen un montón de preguntas que, por supuesto, un gato no va a contestar. El lugar de la pregunta es un lugar de vulnerabilidad para esta cultura. Se supone que uno debería saber todo. Por eso, cuando somos adultos, no nos animamos a preguntar porque parece que quedamos en desventaja.
–¿No hablamos a veces con una persona con el mismo resultado que si habláramos con un gato?
–Hay muy diferentes maneras de comunicarse o acercarse al otro. A veces, cuando una persona que no conozco me da un dibujo, la conozco más que si me hubiera dicho mil cosas. Lo mismo me pasa, a veces, con la obra de alguien que sí conozco. Esa obra establece una conexión a otro nivel y uno se asombra de que eso haya estado dentro de esa persona. Preguntarse es algo muy productivo y por eso está bueno escribir. Creo que los diarios íntimos cumplen ese rol. Uno va descubriéndose a sí mismo a través de las preguntas que se plantea
–¿Escribir un diario no es parecido a hablar con un gato?
–Sí, claro, se parece mucho. El diario íntimo no te va a contestar nunca (risas).
–¿Hoy se habla de «infancias», de diversidad. ¿Hay características, sin embargo, que son comunes? ¿A qué chico le escribís?
–No escribo para un chico, escribo una historia que me gusta. Creo que cuando las historias son buenas pueden llegar a mucha gente diferente. Todos compartimos el ansia de que nos cuenten algo que nos interese. Lo que sí puede pasar después es que esa historia no llegue tan rápido a un nene que no la puede comprar. Pero, afortunadamente, se están entregando mis libros en las escuelas y mi esperanza es que lleguen a todos los nenes a los que les interesen. No escribo ni dibujo para un target, nunca sé lo que va a pasar con mis libros. De hecho, a veces me dicen de un determinado libro mío que es más para los padres que para los chicos. Lo que hago es mirar desde los ojos que creo que son de un niño y eso me permite descubrir otras cosas, hacer posible un juego y una ilusión que tienen que ver con mi propia niña. Me resulta imposible tener una estrategia en ese aspecto. Sí pienso en que los dibujos tengan sentido artístico, que la historia tenga un nivel, pero sigo mis propios criterios.
–¿Qué diferencia hay entre ilustrar tu propio libro e ilustrar el de otro?
–Trabajar en el texto de otro es enriquecedor. Te lleva a otros personajes que quizá no son los tuyos, a otros mundos. Pero para hacerlo el texto me tiene que gustar. El texto de Sandra Siemens me encantó. Tiene tal potencia que creo que mis dibujos son pequeños detalles. A veces no se ven las caras o se ve sólo una parte. Es un libro muy íntimo que es algo que me gusta mucho.
–Tus dibujos tienen un lenguaje que se aparta de lo que tradicionalmente se entiende por ilustración infantil. Tienen un plano o dos de colores suaves que no coinciden con la línea del dibujo.
–Sí, tienen un tratamiento para mí muy clásico porque estudié Bellas Artes. Casi es algo de los ’60, cuando se usaban los colores separados como en las tapas de Losada. Era lo que veía en mi casa cuando era chica. Para los libros para chicos se usó otra estética, pero como yo le doy prioridad a la línea, cuando aplico color no quiero pegarlo a ella porque el dibujo se endurece. Los colores van por abajo, no molestan y uso pocos y livianos porque la línea negra tiene para mí un poder impresionante y si comienzo a ponerle texturas va a empezar a perder su potencia. Pero eso va cambiando. En La costura tenía esa tela tremenda que escaneé y a la que le agregué dibujos.
–Te apartás del dibujo realista y con mucho color.
–Sí y eso hace que para alguna gente no sean lindos. Son elecciones. A veces tengo que explicar que yo puedo dibujar con realismo, pero que me parece un plomazo. Eso habla de que nuestra educación plástica está bastante atrasada. Por un lado consumimos cosas que son re modernas, por ejemplo, en la ropa, pero en otros campos no hay mucho criterio. Lo que me gusta de mis dibujos es que a partir de ellos a veces hay nenes que se animan a dibujar. Son técnicas simples y cuanto más libre es el juego más plástico queda. Ponés un plano de color o dos y dibujás encima y ya se arma algo casi solo
–Bueno, solo, no. Tus dibujos no imitan el monigote del chico, tienen la simplicidad del que sabe, no son naturalmente simples.
–Te agradezco que lo digas porque hay gente que me dice que dibujo como los chicos y no es así. Y no es que no me encante lo que hacen los chicos, pero creo que no es lo que yo hago.
–En una entrevista leí que admirás mucho el dibujo de Ralph Steadman, que es extraordinario y su dibujo no es para nada simple.
–Sí, es genial. De hecho yo apliqué al Fondo de Cultura porque editó un libro de él que se llama Osito dónde estás que es alucinante. Se supone que es un libro para chicos o no sé para quién, como los míos. Se lo muestro a la gente y se queda pasmada, porque con muy poco te vuela la cabeza.
–Tus dibujos tienen también algo de lo que es el grabado.
–Sí, los planos de color son muy del grabado. Además, hice serigrafía y trabajaba con pocos colores porque no podía estar haciendo shablones para cada cosa. Terminé la escuela en el 89 y con la democracia había una gran movida con la impresión. Había que autoeditarse y para eso era necesario trabajar con limitaciones para tratar de hacer algo potente que llamara la atención y lo compraran. Creo que la restricción te da un marco, te ayuda a crear. «
–Además de ser escritora y dibujante en vos hay otra faceta que es la de cantante. ¿Es así?
–Sí, canto y también compongo.
–¿De forma profesional?
–No sé qué es ser profesional. Si es ganar plata, no lo soy (risas). Pero estuve en un montón de bandas, en muchísimos proyectos, estudio canto desde los 18 años con diferentes personas. Eso lo hago porque me hace feliz y, además, porque cuando llega el momento de un concierto, si llevo seis meses sin cantar, estoy en el horno.
–¿Cómo se relaciona el canto con la narración?
–Cantar tiene también algo de narrativo, de contar historias, de crear un clima con las personas que te escuchan. Además, ponerle música a un texto en un tiempo determinado tiene algo de la secuencia del dibujo, pero con otros materiales. No toco ningún instrumento, excepto la guitarra, pero toco horrible. Mi hermano sí se dedica a eso. En mi casa siempre hubo mucha música y así como de leer aprendés a escribir, también vas absorbiendo lo que el otro te ofrece con su música que es su propia investigación y sus propios descubrimientos. Con la banda que tengo hacemos canciones electrónicas y rockeras, pero yo también hago canto barroco. Dejo que todo se mezcle, porque eso soy yo.
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