Pilar del movimiento de fábricas recuperadas, la planta metalúrgica de Almagro se convirtió en símbolo de lucha y una suerte de incubadora para muchos otros proyectos autogestionados.
De fondo, la banda de sonido es el ruido de máquinas que golpean, aplastan, escupen aire comprimido. Comen aluminio, devuelven tubitos y bandejas descartables. Todos juntos entonan un estribillo de metal pesado.
Esas son las escenas que regala IMPA una mañana de martes de la primavera naciente. La empresa recuperada por sus laburantes en 1998 hace rato que dejó de ser solamente un espacio dedicado a la metalurgia. En sus 22 mil metros cuadrados, una manzana entera del barrio de Almagro, se levanta una suerte de catedral proletaria consagrada a la autogestión. “Cultura, Trabajo, Resistencia, Educación”, dice el mural tatuado en el portón de acceso. Las cuatro palabras que resumen esta experiencia fabril única en su especie. Una fábrica de cooperativas.
Castillo el memorioso
Marcelo Castillo tiene una memoria grande como una fábrica. Puede relatar historias en serie sobre la recuperada. El presidente de la cooperativa es sanjuanino. Se vino a Buenos Aires de muy pibe, fuerte como el Zonda, a probar fortuna cuando arrancaban los ’80: “En el hotel donde paraba, había un muchacho que andaba con la camisa Grafa que decía IMPA. Me daba curiosidad y le pregunté qué significaban esas letras. Ahí nomás me habló de la Industria Metalúrgica y Plástica Argentina, me dijo que se laburaba lindo. Yo me tiré un lance a ver si me hacía entrar. Crucé los dedos. Un par de semanas después, justo un domingo, apareció con buenas noticias. Arranqué el lunes. Más de 38 años llevo en la fábrica. Siempre como maquinista en la imprenta de papel de aluminio. Tapas de yogures, envoltorios de alfajores y chocolates, de todo se hacía. También política. El recorrido de esa época hasta ahora fue puro aprendizaje. Todos los días llego y aprendo algo nuevo”.
Una breve genealogía de la planta enclavada en Querandíes y Rawson dice que fue fundada en la década del ’20, expropiada por el general Edelmiro Farrell, luego nacionalizada en el primer mandato de Perón y finalmente vuelta cooperativa en 1961, durante el gobierno de Frondizi.
IMPA llegó a tener tres plantas, donde trabajaban más de 3000 obreros. En sus talleres se fabricaron desde pomos hasta aviones, y sartenes, alfileres, hasta las afamadas bicicletas Ñandú. “Pero con los años se transformó en una cooperativa trucha. La manejaba un grupo de ‘compañeros’, ponelo entre comillas, desde esta oficina donde estamos charlando. Los obreros, que estábamos abajo, no teníamos ni voz ni voto. El presidente venía en un Mercedes Benz, nosotros a pata, porque no teníamos ni para el bondi. Gente con una ambición terrible, sin idea de lo que significa la dignidad del laburante”, dice Castillo, bien custodiado por un retrato de Santa Evita y el General que cuelga en una pared.
En los ’90, la mano se puso muy fulera. La miseria del menemato y el efecto tequila, los negocios espurios del Consejo Administrativo, el concurso de acreedores inflado y el fantasma del vaciamiento daban vueltas por IMPA. Había rumores de que querían transformarla en una sociedad anónima o vender el predio para construir un supermercado. La fábrica estuvo cerrada varios meses hasta que en mayo del ’98, los laburantes dijeron basta: “Estábamos con los bombos en la puerta. Los muchachos del frigorífico de enfrente nos donaron unos choris para aguantar –se enciende Castillo–. Llovía y entramos unos 60. Aguantamos como pudimos, durmiendo al lado de las máquinas, sobre cartones. Hicimos asamblea y arrancamos de cero. Se sumaron compañeros como el ‘Vasco’ Murúa y Guillermo Robledo, de los cuales aprendimos mucho para organizarnos como recuperada. Ya te dije, acá se aprende todos los días”.
Mientras capeaban la malaria de los primeros años, los obreros le abrieron el portón a la cultura: “Teatro, música, cine, gente de otros mundos. Era loco, la fábrica se transformaba de un turno al otro. De día se veían galpones desnudos, pero a la noche se llenaban de luces. La gente venía al Centro Cultural y a las peñas, se enamoraban de la fábrica. Pasó el tiempo y crecimos. Queremos que todos tengan un espacio en IMPA. Así devolvemos el apoyo que el pueblo nos dio siempre. Así se construye una cooperativa”.
Universidad obrera
“Aceiteros Cooperativos de La Matanza”, dice el barbijo que lo protege. Ni hace falta aclarar que el psicólogo social Julio Pomacusi es fiel militante del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas. Da una mano hace una década en el polo educativo IMPA: “Esto arrancó en 2009, con la fábrica bajo amenaza de desalojo. Hubo una huelga de hambre y un acampe, y en ese espacio de lucha nace la idea de una universidad de los trabajadores”. Se sumaron Vicente Zito Lema, varios docentes y psicólogos. La educación popular puso una semilla. Así crecieron un bachillerato, dos diplomaturas y seis profesorados.
Pedagogía del oprimido como bandera. Según Pomacusi, la clave es hacer foco en las necesidades de los sectores populares: “Buscamos articular el saber del pueblo con lo académico. Decimos que no alcanza solo con recuperar las fábricas, hay que dar herramientas, ayudar a los que menos tienen, a los que la pasan mal. Seguir construyendo”.
La Cooperativa de Diseño tiene su patria en el segundo piso. Emilia Pezzati egresó de la UBA en la rama industrial. Comparte proyecto con compañeras de la gráfica y el audiovisual: “Llegamos a IMPA con la idea de volcar el diseño a las luchas populares, a un proyecto justo y transformador. Acá estamos hace nueve años. Peleando”. Creativas y muy batalladoras, las diseñadoras dejaron su huella en el packaging de Durax y en los estampados de una línea de acolchados muy coqueta de Alcoyana. Ahora andan amasando un proyecto integral con 15 empresas recuperadas: “Entendemos el diseño no solo como algo creativo –cierra Pezzati–, sino también como una herramienta para cambiar la realidad”.
“Entro, escucho el ruido de las máquinas y ya me pongo en clima de laburo. Te lleva directo a los principios y valores de las recuperadas”, explica Luciana Lavila, la encargada de cranear la programación de Barricada TV, el canal que transmite desde IMPA. “Para nosotres es importante este espacio, porque los medios alternativos, populares, comunitarios y autogestionados, al igual que las recuperadas, siempre estuvimos marginados por el sistema, y con nuestro laburo colectivo pudimos demostrar que nos sostenemos, que hacemos un trabajo de calidad, profesional, sin dejar de lado los principios de transformación social”, dice Lavila, y da las últimas puntadas de edición sobre el noticiero. En cuarentena, Barricada adoptó protocolos, pero no cambió sus ideales: “Tenemos una mirada de la pandemia muy distinta a la de los grandes medios. Ellos cuentan muertos y contagiados, nosotres hacemos foco en las organizaciones sociales, en cómo colectivamente vamos a salir adelante”.
En la planta baja, don Carlos no afloja con la prensa. Desde 1979 le mete fichas al trabajo colectivo en IMPA: “Más de 41 años. Hoy ya terminó mi turno, pero me gusta quedarme un rato más”, saca pecho el obrero de porra canosa. Y sigue sacando pomitos de la máquina. “Esta es mi casa, mi familia, mi fábrica. Somos dueños de nuestro trabajo. ¿Qué era eso de tener patrón?”.
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