Desde su adolescencia se lanzó en una audaz investigación para recuperar los secretos perdidos del tango. Guía telefónica en mano, encontró a grandes maestros olvidados y generó enriquecedores puentes. Con El Arranque desplegó gran parte de aquella magia, con un sello propio reconocible.
Pero sobre todo Varchausky es reconocido por ser uno de los artífices de El Arranque, una de las orquestas insignia que hizo resurgir el amor por la música porteña a oídos y cuerpos jóvenes allá por inicios de los ‘90, cuando muchos creían que ese enorme legado musical se estaba apagando.
Aquella broma de su padre desató la curiosidad y audacia que Varchausky ya desplegaba a los once años y todavía marcan su forma de vida. “Agarré la guía telefónica y empecé a llamar a los coleccionistas. Ya un poco más grande me comunicaba directamente con los maestros. ‘Buenas tardes, ¿usted es el Hugo Baralis que tocaba en la orquesta de Aníbal Troilo? Lo quiero conocer’, me mandaba así, sin dudarlo”.
-¿Y qué te decían los maestros? ¿Eras bienvenido?
-Recontra bienvenido. Yo creo que primero les generaba sorpresa que alguien joven los contacte, y que además más o menos supiera de lo que estaba hablando. Los tipos veían que yo sabía de grabaciones, orquestas, estilos, que tenía un entusiasmo alucinante y se prendían.
-Poco después surgió El Arranque.
-Con El Arranque rápidamente hicimos un camino y empezamos a grabar discos y hacer giras, a tener algo de exposición en los medios y, bueno, yo iba ganando pequeños pergaminos, entonces los maestros me reconocían como el pibe de El Arranque, o venían a la presentación de los discos. Los viejos estaban orgullosos porque pensaban que el tango se moría y de repente había unos pibes que tocaban bien. Se fue produciendo un intercambio, un pasar la llama de manera muy natural, muy orgánica, porque los tipos no sabían enseñar, pero te enseñaban siendo ellos. Yo iba a ver siempre a la orquesta de Leopoldo Federico y por ahí me subían al micro, me iba a Zárate con ellos y charlábamos y estábamos en la prueba de sonido, siempre absorbiendo y absorbiendo.
-Te ibas de gira con tu banda favorita, ¡el sueño del pibe!
-¡Sí! En 1999/2000 yo laburaba todas las noches con un sexteto en Señor Tango, un boliche que hacía shows para turistas. Pero estaba la orquesta de Ernesto Franco, bandoneonista, solista de D’Arienzo durante más de 20 años y además bandoneonista de la orquesta de Osmar Maderna, de Albino Vargas… Este Ernesto Franco tenía una orquesta de toda gente grande, algunos bastante viejitos. Yo iba temprano y me la pasaba en los camarines charlando con, no sé, Nicolás Parasino, que había sido el bandoneonista ladero de Armando Pontier y en la orquesta de Pontier estaba Emilio González, un violinista que había tocado con Gobi, estaba Roberto Cicaré… Con esos viejos para mí era navidad todos los días y para ellos yo era un purrete de 22 años al que podían enseñarle y darles cátedra de vida.
-¿De ahí surgió la idea de crear la Orquesta Escuela?
-La idea tuvo que ver en su momento con una necesidad de cómo restablecer los puentes entre generaciones. Yo era un pibe, me copaba el tango, quería tocar, quería aprender, ya venía tocando hace un par de años con El Arranque y teníamos esa necesidad: ¿dónde hay un lugar que vengan los maestros y nos enseñen cómo se toca, un lugar donde los viejos maestros y los jóvenes como nosotros podamos coincidir para que nos pasen la llama? Y sobre esa idea armé un proyecto y lo llevé a distintos lugares. Fui rebotando por varios lados hasta que di con la gente que organizaba el primer festival de tango, con Carlos Villalba, que por fin se interesaron. De hecho con uno de los primeros con los que hablé de este proyecto fue con Leopoldo Federico, que me apoyó muchísimo, pero me dijo que no le daba la vida para ser director y dio el visto bueno con Emilio Balcarce.
-Con casi 25 años de existencia la Emilio Balcarce formó centenares de músicos de distintas partes del mundo.
-Y muchos de ellos, a su vez, abrieron sus propias escuelas en otros países. Y tenemos la dirección musical de Víctor Lavallén que está enterísimo a sus 89 años y tiene la libertad de ser un inimputable, que te canta la justa. Es un tipo muy claro, muy directo, muy amoroso, es el menos y a la vez el más pedagogo del mundo, depende de cómo lo mires. Es de estos tipos que enseñan siendo.
-¿Sigue existiendo aquel casette de Corsini?
-¡Sí! Lo tengo guardado en casa. Una vez se me rompió la cinta pero por suerte la pude arreglar. «
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