La cantante y compositora Eleonora Eubel lanzó T'on-yah, su sexto disco. El álbum se inspira en mitos y leyendas de la Argentina precolombina.
“En 2018 empecé a mechar algunos temas y en 2019 en Pista Urbana presentamos en un ciclo una suerte de adelanto del disco que nos permitió probar cosas en un horario más bien para amigos”, bromea un poco ella, que se considera una artesana (“artista me parece grande”, dice sin falsa modestia). Y sin duda lo es: escucharla denota su trabajo de orfebre, que se toma el tiempo que cree necesario para que la pieza suene en su máxima expresión.
“Hasta vino una antropóloga que, cuando me puse a contar sobre el kultrún salió del público y empezó a contar la historia de este instrumento y se puso interesantísimo, porque por supuesto sabía mucho más que yo. A mí me encanta hacer partícipe a la gente que está viendo el show y transmitirle que esa cultura existe. Que es nuestra historia y que está mucho más viva de lo que se cree”, subraya Eubel.
La cantante hace rato que se familiarizó con las músicas de los pueblos originarios, pese a que había empezado con el jazz: “Me fui a vivir a Bariloche con mi pareja, que había estado preso en la época de Onganía (Federico “Grillo” Frontini, militante del Ejército Guerrillero del Pueblo, una de las primeras organizaciones armadas guevaristas del país) y me impresionó el estado en el que estaba la comunidad mapuche. Por ejemplo: cuando fue la disputa del Beagle, el jardinero tenía un hijo en la colimba de Chile y el otro en la de Argentina. Si había guerra, se iban a enfrentar más allá de que como nación no reconocen las fronteras de ambos países”.
Pero después llegó el jazz, podría decirse. Y su voz brilló con la Fénix Jazz Band y la Creole Jazz Band, con las que atravesó la década del ’90 hasta que llegó “lo de las Torres Gemelas allá y la crisis acá”, dice Eubel, que por ese tiempo fue elegida como “la voz” por el sitio All About Jazz. “Me la creí un poquito”, ríe con el dejo de lamento que suelen provocar esas pifias tan comunes. “Después me agarró la chiripiorca y dije: ‘quiero cantar en inglés lo que está pasando acá’”.
Eso le duró hasta el siguiente disco: “En inglés no soy una poeta, ni siquiera menor”. Y entonces sintió que había llegado el momento de meterse con los sonidos autóctonos. “A partir de esos discos (Esthesia, Espejos de agua, Por el aire), hace dos o tres años mi hijo, que vive en París y hace tango, me dice: ‘¿Por qué no te metés con los mitos de los pueblos originarios?’”.
Y ahí, gustosa de la idea, se puso a investigar en libros e Internet sobre lo que sería T’on-yah. No encontró exactamente lo que buscaba, pero descubrió mitos, leyendas y voces inspiradoras que alimentaron canciones “de tono feminista y ambientalista”. Ahí están «El árbol de la sal», «Dueñas del viento», «Dos Señoritas» y «Canción del ángel caído», como algunos ejemplos que marcan la dirección del nuevo disco.
“Cuando una está en un proceso creativo tiene que escucharse. Parto de la certeza de que no es comercial lo que hago. Hay veces que se escucha: ‘¡Ya no hay más grupos como los de antes!’. ¡¡¡Pero carancho!!! Hay un montón de músicos que no son los que ganan premios, tienen gran talento y compromiso artístico, pero hay que buscarlos. Tengo la suerte de que no tengo una compañía que me está presionando o un público que me diga ‘tenés que hacer esto porque me gusta’. Muchas veces las mismas compañías piden: ‘Ponele más ketchup, ponele más ketchup’. Es una presión que yo no tengo porque hago discos independientes. Mi música es tracción a sangre, nadie la espera con un Grammy».
Eubel transita estos meses de presentaciones online con algo de desconcierto: «Me parece que puede distorsionarse un poco la idea de lo que es hacer música. Lo que a mí me mueve es que puedan pasar cosas inesperadas: pueden venir del público, pero sobre todo de los músicos. La música necesita comunicación y encuentro». «
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