Hijo de la revolución democrático-popular

Por: Norberto Galasso

Columna de opinión de Norberto Galasso.

Esta semana, el jueves 17, se cumplen 167 años de la muerte del general José de San Martín. A propósito, Bartolomé Mitre, expresión de la oligarquía porteña, se apropió de la imagen del general, para tergiversarla. 

Así nos dio un general argentino, odiador de todo lo español, de rostro «tostado por el sol» apto para ser insertado en los panteones de los héroes liberales junto a un Moreno probritánico y representante de los ganaderos y a un Rivadavia que quería hacer Europa en América, medio filósofo pues no quería matar una mosca pues el mundo «era demasiado grande para los dos». Al mismo tiempo, medio simpatizante de los unitarios y capaz de regalarles las medallas de sus batallas a sus nietas para que dejen de llorar.

Es decir, el padre de la patria… pero de la patria oligárquica, probritánica que aspiraba a convertir a la Argentina en semicolonia, ajena al resto de Latinoamérica y un buen padre de familia que dejó máximas para su hija.

Para ello fabricó varias fábulas y ocultó muchos hechos verídicos.

Sin embargo, la mentira se desmorona paso a paso por las verdades que han ido surgiendo al repensar los argentinos su propia Historia. San Martín vivió en Yapeyú dos años y cuatro en Buenos Aires pero a los 6 lo llevaron a España, donde creció y se hizo hombre hasta que regresó al Río de la Plata tres décadas después. No estudió en el Seminario de nobles de Madrid sino en una escuela común de Málaga. Aprendió a escribir, a leer y a sumar y restar en España, donde se informó de la Geografía y la Historia españolas, y se hizo soldado español a los 11 años. Participó luego en 30 batallas defendiendo la bandera española, hasta que ya teniente de caballería regresó al Río de la Plata convencido de los valores del «Evangelio de los Derechos del Hombre», según él designaba a los principios de la Revolución Francesa de 1789 y de la revolución de 1808 en España. Luego ya en América se lanzó a la campaña por la libertad y la unificación de la Patria Grande, hasta que entendiendo que era hostigado en su país de nacimiento, volvió a Europa en 1824 para intentar solo una vez el regreso –frustrado por el fusilamiento de Dorrego– y se fue para no volver aunque permaneciendo allá lejos siempre preocupado por la suerte de Hispanoamérica.

¿Cómo hizo Don Bartolo tamaña proeza de deformación?

En realidad ocultó el odio de San Martín a Rivadavia («una innoble persona, que puso un espía en mi casa» y a quien quiso retar a duelo en Londres). Ocultó la correspondencia de O’Higgins a San Martín donde le decía que Rivadavia «era el más grande criminal nacido en Sudamérica»; por supuesto, no por razones personales sino por proyectos antagónicos. Ocultó la correspondencia con Rosas y su ofrecimiento para venir a pelear contra la invasión extranjera. Ocultó la dura discusión con Sarmiento en Europa. Hizo creer que cruzó la Cordillera con la bandera argentina («la cima de los Andes escaló») cuando se trataba de bandera argentino-chilena que era propia de un ejército argentino-chileno.

San Martín era proteccionista en lo económico, como lo reveló en Mendoza y en Perú en funciones oficiales. Era amigo de los pueblos originarios: «Andaremos en pelota como nuestros hermanos los indios», así como su confianza en los indios pehuenches. Quizás su rostro moreno se deba a que era hijo de india, la india Rosa Guarú, hipótesis que no ha sido probada, pero es factible… Y muchas cosas más.

Por eso de Mitre en adelante los gobiernos tardaron 30 años en traer a Buenos Aires sus restos mortales, mientras difundía falsamente que tenía rencor por Bolívar porque este le había robado la gloria de terminar la campaña. 

Los tres retratos de Bolívar que San Martín tenía en Europa, uno frente a su cama, en su dormitorio, indican lo contrario.

La verdadera Historia lo debe entender como un hijo de la revolución democrático-popular cuyos esfuerzos fueron todos para liberar y unificar América Latina. <

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