Las hijas de René Ruiz, la víctima 120 del Pozo de Vargas, denuncian que también fueron secuestradas

Por: Martín Bosch

Irene y Norma tenían 9 y 7 años cuando su papá fue desaparecido en Caspinchango, Tucumán, en 1976. “Estábamos todos los chicos del barrio sentaditos ahí contra la pared. Nos tenían tirados en una galería, con frío, con las manos para atrás”, señalaron las hermanas.

René Salustiano Ruiz tenía 39 años cuando lo secuestraron por tercera y última vez el 2 de junio de 1976. Casi 49 años después, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó sus restos entre las personas arrojadas al Pozo de Vargas, la mayor fosa común del terrorismo de Estado. Ruiz vivía con su esposa y cuatro hijas e hijo en Caspinchango, una pequeña localidad del departamento de Montero, en Tucumán, rodeado por campos de caña de azúcar y de ingenios. Vivían en una finca de la empresa Nougués Hermanos y René trabajaba en el lugar de la carga de la caña, donde se encargaba de pesar los cargamentos. La zona fue el epicentro de la represión ilegal desde el Operativo Independencia y, con el argumento de combatir a la guerrilla, persiguió a los trabajadores y referentes sindicales del azúcar. Se montaron bases militares y centros clandestinos de detención por todos esos campos, incluido un galpón que pertenecía a Nougués en Caspinchango y la base militar de Santa Lucía, a pocos kilómetros. 

“Caspinchango era un pueblo muy pequeño que estaba al lado del ingenio y al lado del monte, donde supuestamente estaban los guerrilleros, por eso se llevaban a la gente de ahí como para que no tengan  proveedores, algo así decían. La gente tenía terror. Mi papá tenía 39 años. No tenía militancia sindical, ni política. Tenía un autito y un almacencito en la casa. Se llevaron a la mayoría de los hombres de ahí para que después los otros también tuvieran miedo. Calculo que por eso cayó él también”, cuenta Irene Ruiz, hija de René. 

Irene tenía 9 años cuando lo desaparecieron a su papá, a quien le decían el “Chala”. Era la mayor de sus hermanos, que tenían entre 7 años y 18 meses. A pesar de la corta edad, tiene el recuerdo muy vívido de cómo se lo llevaron:  “Nosotros lo vimos. Cuando lo llevaron definitivamente el 2 de junio, agarraron ropa nueva que había dejado mi hermano para ir a la escuela y la rasgaron, lo vendaron, lo ataron…”, agrega la mujer en una comunicación telefónica con Tiempo de la que también participa su hermana menor, Norma.

Antes de eso, durante mayo de 1976, a Ruiz lo habían secuestrado dos veces, una vez fue sólo por un día y otra estuvo cuatro días en una comisaría. “Cuando lo llevaron, mamá nos cargó en el auto y siguió el camión porque lo llevaron de día y lo tuvieron en una comisaría un par de días. Todos los días estábamos ahí pidiendo hasta que lo tiraron cerca de casa”, contaron. 

En la otra oportunidad, junto a Ruiz detuvieron también a casi todo el pueblo y lo llevaron a la base militar que funcionaba en el ingenio Santa Lucía. La excusa fue que unos días antes, una bomba colocada en un puente cerca de Caspinchango detonó cuando pasaba una ambulancia militar. El Ejército responsabilizó a la guerrilla aunque el testimonio de un ex conscripto señaló que fue un montaje de la inteligencia militar. 

Junto a los adultos, se llevaron también a los niños y niñas. “A nosotras también nos secuestraron. Se llevaron a todo el pueblo e indagaron a nuestros padres y a nosotros nos tenían tirados ahí en una galería, con frío porque era mayo. Nos sentaron a todos ahí con las manos para atrás: estábamos todos los chicos del barrio sentaditos ahí contra la pared”, señalaron las hermanas.

A los chicos los liberaron a la madrugada, para que volvieran caminando a su casa, a 9 kilómetros de distancia, por entre cañaverales, con frío y lluvia. Allí, otra vez se encontraron con militares, que los demoraron y amenazaron con matarlos. 

Según relatos de sobrevivientes, René fue visto en el centro clandestino de detención Arsenal Miguel de Azcuénaga, a cargo del Ejército. En el juicio que se desarrolló por los crímenes cometidos en ese centro clandestino, Juan Manuel Quinteros, también oriundo de Caspinchango, recordó haberlo cruzado y que le pidió que le diga a su mujer dónde estaba para que ponga un abogado y lo saque. 

Su desaparición fue un golpazo para la familia, que salió a buscarlo y denunciar su secuestro. Su esposa tuvo que salir a trabajar y los chicos se quedaron bajo el cuidado de Irene, la mayor. “Yo era la más grande y cuando veía algún militar le preguntaba con inocencia si sabían dónde estaba mi papá. Pero ellos lo negaban. El teniente Valdiviezo (militar a cargo de la base militar de Caspinchango), que lo vi un montón de veces, cuando yo le preguntaba me decía que a mi papá lo habían buscado los subversivos, no ellos”, señaló Irene, quien contó que se quedaron sin nada, no pudieron estudiar y se tuvieron que ir a vivir con diferentes familiares, algunos en Tucumán y otros en Buenos Aires.

Casi 50 años después, a partir de la sangre aportada por la familia en 2006, el EAAF logró identificarlo entre las 150 personas arrojadas al Pozo de Vargas. Luego de varios días de buscar a la familia, en diciembre del año pasado, cerca de navidad, el delegado del EAAF en Tucumán, Diego Aragañara, logró ubicar a una de las hijas de René. 

“Fue muy, muy doloroso porque pasaron tantos años y pensábamos que ya no lo iban a encontrar. Por un lado, estamos satisfechas de tener sus restos y por otro lado, bueno, el dolor de saber que fue torturado, asesinado y tirado por ahí como si fuera basura”, dice Irene. Con la recuperación de sus restos, la familia ahora espera recibirlos para enterrarlo en General Pacheco. “Tenemos una iglesia acá, donde está su mamá y algunas hermanas de él. Lo vamos a poner ahí con ellos porque mi abuela lo buscó tanto, se murió buscando”, señalaron las hermanas. 

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