«Hay una incapacidad estética de definir al peronismo»

Por: Juan Pablo Cinelli

Daniel Santoro ha pensado al peronismo como pocos. Sostiene que definir al movimiento es una tarea titánica y que eso se traslada, en un ida y vuelta constante, al arte.

Daniel Santoro no es solamente un artista plástico que dedicó buena parte de su obra a reescribir desde la pintura buena parte de la potente simbología ideológica que conforma el imaginario del movimiento peronista. Es también un intelectual lúcido, capaz de leer como pocos el entrelíneas que se teje entre la realidad y los distintos procesos históricos a través de las expresiones del arte.

Conocedor no sólo de la materia artística, Santoro es uno de los intelectuales que más y mejor ha pensado al peronismo, atravesando las fronteras de su mero avatar político, extendiéndose hacia los amplios círculos de su influencia cultural. Se trata, por eso mismo, de una voz ineludible a la hora de pensar acerca de la existencia de una estética capaz de expresar el marco teórico del peronismo a través del arte, sus alcances, límites y condiciones. Tarea casi imposible de comenzar sin antes tratar de definir esa materia cada vez más inasible en que el peronismo se ha convertido tras sus primeros 71 años de existencia.

“Definir al peronismo es una tarea casi titánica”, previene el artista. “Fue una irrupción política, una invención política que insospechadamente tiene una vida muy prolongada, como muy pocas irrupciones políticas. Esa vitalidad es algo curioso que sigue permitiendo definir al peronismo como una novedad. La presencia del Papa Francisco de algún modo le aporta una nueva vida al peronismo. Cuando el Papa habla de poner el capital al servicio del hombre te está citando el corazón de la propuesta peronista. Uno se identifica con el peronismo cuando combate al capital, como dice la marcha, a esa idea inhumana del capital cuyo emblema actual es el neoliberalismo. A ese capital combate el peronismo, pero sin ser marxismo-leninismo. ¿Entonces qué es? Es ese campo en el medio, muy impreciso, que tratan de definir como populismo benéfico. Todo eso le da al peronismo una nueva vitalidad insospechada, porque uno pensaría que debería estar agotándose”, concluye Santoro.

-¿Esa vitalidad puede utilizarse como punto de partida para tratar de reconocer los patrones de un posible corpus estético peronista?

-Hay motivos para pensar que sí, porque hay ciertos elementos estéticos que podrían definir una pertenencia al peronismo. No sé si se trata de un corpus imaginario, no lo creo porque es muy disperso. La izquierda tiene un imaginario constituido, entonces uno sabe que hay un arte de izquierda, pero se trata de un imaginario que está nutrido por los artistas. Esa es la otra cuestión: no hay una estética que esté por fuera de la acción de los artistas.

-A pesar de eso hay una serie de artistas identificados con el peronismo y sin embargo definir lo que hacen como arte peronista es aventurado.

-Hay elementos de distintas estéticas que confluyen en algo que conforma un imaginario peronista. Estéticas que vienen de la izquierda, del fascismo, del nazismo, de distintas aportaciones. Las apropiaciones de esas estéticas las hacen los artistas. Si vamos a Ricardo Carpani, él se apropia de la estética de la izquierda y la sujeta a las razones del peronismo. Esos obreros de Carpani son traslaciones del mundo de la izquierda.

-Mucho del muralismo mexicano.

-Exacto. Son apropiaciones y elementos muy aislados. Yo mismo tomo cosas del fascismo, de los bolcheviques y los soviets, como cuando trabajo con la figura del descamisado, que a veces son citas y a veces apropiaciones. Esos préstamos nutren una estética peronista, que no es como la de la izquierda, que sí genera su propia iconografía, como el puño alzado, que es una invención soviética y a su vez es tomado por distintas corrientes de la izquierda. El peronismo es formalmente más blando. No termina de generar ese mundo que sí generaron ideologías la izquierda o el fascismo, que son estéticas políticas con propuestas muy concretas, incluso desde el punto de vista formal, como el cubismo, el suprematismo… O el realismo socialista, del cual es muy próximo Carpani. El peronismo realiza una mezcla de todo eso con los ideales del New Deal estadounidense, esa cosa del confort norteamericano de la pos guerra, las afueras de Los Ángeles con la imagen del chalecito californiano, que forman parte de la estética blanda de la propaganda del confort estadounidense. El peronismo también incorpora en su imaginario esa cosa del goce capitalista y la publicidad amable, porque el peronismo tolera cualquier torsión.

-Que es propia del peronismo, que no sólo soporta cualquier torsión estética sino cualquier torsión política.

-Y por eso la incapacidad de definirlo políticamente que se traslada a su estética. Porque también hay una incapacidad estética de definir al peronismo. Pero todos cuando vemos algo con ese sabor de los ’50 lo reconocemos como establecido en el peronismo. El kirchnerismo en cambio no maduró una nueva estética, ni sé si lo hará, por eso sigue siendo tributario de aquella idea de felicidad del pueblo de los ’50.

-¿De qué forma creés que los 18 años de proscripción aportaron a esa acumulación estética?

-Ahí es cuando se gestaron políticamente las organizaciones armadas y cuando se nutrió estéticamente de la izquierda. Todo ese sector del peronismo se convirtió en vicario de la izquierda. Un vicariato que prosperó en el mundo universitario y lo expresa bien Carpani, con esa Eva Perón combativa de los ’70. Ahí es donde el peronismo se recuesta en la izquierda y no en el primer gobierno, cuando era más del gusto estalinista y ligado al New Deal norteamericano. Los ’50 fueron la época del obrero feliz y toda su propaganda rondaba en torno de la felicidad y el sueño de la casita suburbana. El imaginario de izquierda se incorpora después, con la lucha armada, y el kirchnerismo vuelve a tomar algo de eso: la Eva combativa con el micrófono, ceñida con el rodete, la Eva de los ’70. Por eso para definir una posible estética peronista lo más oportuno es recurrir al barroco latinoamericano, una estética sucia en la que las filiaciones son difíciles de trazar, porque son acumulaciones en donde la imagen del obrero feliz de los ’50 convive con el obrero de Carpani, que es pura lucha de clases. Esa convivencia sería imposible en el marco del realismo socialista, pero en el peronismo se lo ve con tranquilidad porque la lucha de clases no es una pertenencia peronista: para el peronismo el obrero no se proletariza sino que se vuelve clase media. Y ahí tenemos los quilombos que tenemos ahora, porque esa estética preanuncia la encrucijada a la que se enfrenta el peronismo, que es la de generar clase media y no obreros combativos.

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