Hacer arte con las huellas de la profanación de la tumba de Perón

Por: Martina Delgado

El artista plástico Martín Weber fotografió los vidrios de seguridad violentados en 1987 que inútilmente trataban de proteger el féretro de quien presidiera tres veces Argentina. Con una técnica aplicada a esas fotografías hizo visibles sus quiebres e impactos convirtiendo las marcas de la violencia en piezas a las que llama "cielos peronistas". Estas obras singulares están expuestas en la galería Herlitzka+Faria.

Los impactos de la violencia política persisten a lo largo de décadas, dejan marcas materiales y simbólicas que atraviesan generaciones, y efectos de déjà vu en las vueltas de la historia. Anulados, silenciados y ultrajados, estos cuerpos se resignifican en el presente. La exposición Bajo el mismo cielo del artista plástico Martín Weber nos muestra que es posible reconstruir, a partir de las ruinas materiales de la violencia, un paisaje diferente, un nuevo día peronista.

Una serie de piezas rectangulares, apaisadas, con manchas irregulares y una gradación que va del azul al gris, evoca distintos cielos: desde los más nublados y brumosos, hasta los más saturados amaneceres, con la insinuación de un sol naciente en el centro del cuadro. A estas fotografías Weber las denominó “Día peronista #1”, “Día peronista #2” …y están hechas sobre la base de los vidrios rotos del féretro de Perón. El artista tardó más de 14 años en acceder al material, que se encuentra bajo la tutela del juez que lleva la causa del “caso Perón” desde 1987. A partir de la técnica de la cianotipia, pudo reconstruir los quiebres e impactos que realizaron en el vidrio los profanadores de la tumba de Perón. “Hay algo en estas piezas que refieren, como un anzuelo, a que existe un vínculo real con esa violencia. Te permite verla de otra manera y reflexionar, desde un cielo azul hasta un cielo brumoso, sobre nuestra historia”, explica el artista plástico en diálogo con Tiempo Argentino.

Foto: Gentileza Roberto Ferriello

Hijo de argentinos, pero nacido en Chile, la infancia de Weber está marcada por el exilio de sus padres durante la dictadura de Onganía. Cuando regresaron al país, en el 74, el choque de idiosincrasias le permitió mirar con ojos desnaturalizados la cultura argentina. “Siempre me llamó la atención que un movimiento político se haya apropiado de un cielo azul y lo haya resignificado o rebautizado como día peronista. De grande, cuando estudié arte contemporáneo, empecé a entender que la apropiación es una forma sumamente válida e interesante de hacer arte. La idea de trabajar con este procedimiento, el de la cianotipia, me daba la posibilidad de convertir estos vidrios rotos, marcados por un episodio muy grave de violencia en nuestro país, en un paisaje”, cuenta Weber.

En el Museo de la policía donde se encuentran los blíndex del féretro de Perón, el artista comenzó a desarrollar su trabajo. Desplegó sobre los vidrios rotos un papel para captar la forma y el impacto de los martillazos. En contacto directo con el material, extrajo piezas que luego iluminó con luz ultravioleta en diferentes tiempos de exposición, y después reveló, fijó y lavó con agua. “Todo ese procedimiento me parece que invita a un ejercicio de sanación. Estos cuerpos, como el cuerpo social de la Argentina, necesitan volver a reconstruirse”, dice el artista.

En el año 2004, Weber trabajaba y vivía en Estados Unidos cuando se encontró con un ejemplar de Santa Evita en la escalera de incendio de un típico edificio neoyorkino. A través de sus páginas, leyó: “El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. La muerte no significa el pasado, es el pasado congelado. No significa una resurrección de la memoria, representa sólo la veneración del cuerpo del muerto. La veneración de ese residuo es una especie de ancla. Y por eso los argentinos somos incapaces de construirnos un futuro, puesto que estamos anclados en un cuerpo. La memoria es leve, no pesa, pero el cuerpo sí. La argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado”.

En ese momento, experimentó las palabras en su propio cuerpo, conectó la historia del país con su trayectoria personal, el exilio de su familia y su recorrido como artista. “Es importante entender en dónde se ubica cada uno en relación a las violencias que se fueron generando, multiplicando y repitiendo a lo largo de la historia de nuestro país y en Latinoamérica. La violencia no es caprichosa, hay una serie de contextos, de preparaciones y situaciones que actúan como caldo de cultivo. A partir de la lectura de Santa Evita, empecé a preguntarme qué quedaba de esos personajes. Yo siempre trabajé en el límite entre lo documental y la puesta en escena, entre el documento y la ficción. Me interesaba ver qué rastros quedaban que te traían al plano de lo real, para después tratar de intervenirlos o resignificarlos. Me interesa llevarlos a otro plano, para que la lectura sea un poco más amplia y produzca distintas interpretaciones. Siempre me gusta crear obras que tengan distintas capas, que mis producciones no se cierren en sí mismas, sino que se puedan multiplicar y dar vuelta”, cuenta el artista.

Las imágenes abren paso a distintas lecturas en un presente que resignifica el pasado. “La pregunta es dónde estamos hoy y qué podemos hacer para desarmar esto, que ya dejó de actuar solo sobre esos cuerpos, para actuar sobre la sociedad en su conjunto”, cierra Weber.

La exposición puede visitarse en la galería Herlitzka+Faria (Calle Libertad 1630, Caba) hasta el 9 de noviembre.

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