A primera vista el levantamiento del fundador del grupo mercenario Wagner se pareció mucho a una “apretada” al presidente ruso para ponerlo en la disyuntiva de elegir entre esas tropas privadas que le vienen sirviendo a Rusia en conflictos exteriores -como los de Siria y algunos países de África- y la cúpula de las Fuerzas armadas que reporta al general Sergei Shoigú, un hombre que acompaña al primer mandatario desde hace más de 20 años, los últimos once en la cartera de Defensa.
La primera interpretación del mandatario ruso fue que se trató de una intentona golpista desatada por «las ambiciones exorbitantes e intereses personales” de una persona que “traicionó al país y al pueblo” ruso. Pero la promesa de castigar a los amotinados quedó en la nebulosa tras el acuerdo al que Prigozhin llegó con Alexander Lukashenko. El dueño de Wagner aceptó volver sobre sus pasos luego de haber prometido ir hasta las últimas consecuencias a cambio de inmunidad e impunidad.
A última hora de ayer el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, confirmó que se retirará la causa judicial contra el díscolo empresario. «Nadie juzgará a los combatientes, habida cuenta de sus méritos en el frente de Ucrania”, añadió.
Lo cierto que Prigozhin y el grupo Wagner tenían las horas contadas en el frente ruso luego de las últimas intervenciones en sus redes del propietario de la empresa contratista de servicios militares. Esta asonada al borde del abismo termina asestando el golpe de gracia al grupo.
El acuerdo con Lukashenko implica que Prigozhin se quedará en Bielorrusia, al igual que los milicianos que se sumaron a la revuelta. No hay papeles firmados, pero peskov dice que no hacen falta. “La palabra de Putin es suficiente”, alegó. Los Wagner que hayan permanecido fieles al gobierno central, en cambio, recibirán contratos del Ministerio de Defensa.
Peskov no lo dijo, aunque era una de las especulaciones, si habrá algún cambio en la estrategia militar rusa en Ucrania, que era una de las razones esgrimidas por Prigozhin para levantarse en armas. Georges Clemenceau, primer ministro durante la Tercera República Francesa (1917-1920) dijo alguna vez que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los militares. En el Kremlin entienden que quizás sería peor dejarla en manos de un panchero.
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