Graciela Borges: «El cine es un amor para toda la vida»

Por: Adrián Melo

La reconocida actriz repasa una trayectoria repleta de momentos memorables en "Graciela Borges: Mi vida en el cine", un ciclo de 40 podcast producidos por Film & Arts. La historia detrás de su nombre artístico, los desayunos con Jean Cocteau y el día que se desmayó en los brazos de Atahualpa Yupanqui.

Su recorrido fue, es y será cautivante. Graciela Borges filmó más de 50 películas y en su extraordinaria carrera trabajó con Leopoldo Torre Nilsson, Fernando Ayala, Raúl de la Torre, Manuel Antín, Leonardo Favio, Alejandro Doria, Daniel Burman, Lucrecia Martel y Pablo Trapero, entre muchísimos otros. No se trata de una acumulación de números ni de nombres. Su talento y personalidad son parte del corazón de la producción cinematográfica argentina.

Pero sigue sorprendiendo. Su más reciente proyecto es Graciela Borges. Mi vida en el cine, un ciclo de podcast producidos por Films & Arts en los que la actriz parece haber encontrado un formato exacto para repasar su historia profesional y algo más. En 40 breves capítulos –que van de seis a 12 minutos cada uno– despliega un anecdotario vital que inexorablemente transporta al escucha a los sets de filmación y, al mismo tiempo, ofrece documentos históricos invalorables para cinéfilos y cientistas sociales. Escucharlos es casi como ver una atrapante película sobre Graciela Borges.

Antes comenzar la entrevista y sin mediar ninguna consulta al respecto, Graciela Borges destaca: «Quiero mandar un cariñoso saludo para las compañeras y compañeros, para las y los trabajadores de Tiempo Argentino. Quiero abrazar al diario porque es muy  importante para estos tiempos y para mí que la gente resista. El de ustedes es un diario que resurgió de las cenizas y sostienen con tanto amor que es imposible que yo no esté. ¿Podrás ponerlo en la nota?». A pocos días del quinto aniversario del diario, la sensibilidad de la actriz conmueve todavía más. 

–¿Cómo surgió la idea del podcast?

–En estos tiempos de pandemia, yo veía mucho Films & Arts y me gustaban mucho los reportajes a personalidades y artistas que se hacían en el programa Master Class. Un día me llamó Patricio Orozco desde Londres, a quién le tengo mucho cariño, y me dijo: «¿Qué te parece si hacemos algo con tu cine?». Me propuso que hagamos programas de una hora y media sobre mis películas o 40 podcast. Yo no tenía la menor idea de lo que era un podcast (risas). Entonces le pedí que me contara de qué se trataba. E inmediatamente me respondió que iban a mandarme a casa un micrófono especial, que es muy bueno, y «si tenés ganas, vamos charlando de cada unode tus films». Indudablemente, con cada uno de los films venía un poco de mi historia porque, por lo menos para mí, una película también es lo que ocurre mientras se filma.

–¿Qué virtudes le encontrás a este formato?

–Creo que es un buen formato para este momento. Puede llegar a mucho público y se pueden hacer cosas que tienen emoción y gracia, dos condimentos tan necesarios para la gente en estos tiempos difíciles. Me gustaría que quienes los escuchen se diviertan, quizás sean chicos que estudian o siguen el cine. Cuando se podía, yo daba charlitas, muchas veces en el interior, y vi que los
estudiantes tienen avidez de información. Una siempre se juzga penosamente. Siempre pienso “no les va a interesar”. Pero interesa. Es lindo hablar de cine: el cine es un amor para toda la vida. Aunque deje de hacer, siempre va a estar en mi ADN.

–Quizás sos pionera e inauguraste un nuevo formato para contar las memorias.

–Tenés razón. Desde hace muchos años, de distintos lugares, me vienen reclamando mis memorias. «¿Por qué no escribís tus recuerdos con cosas simpáticas o emocionantes que te hayan pasado?». Yo siempre respondí negativamente. En realidad, lo único que podría hacer el día de mañana es buscar fotografías con gente que me haya gustado, emocionado o me haya decepcionado, para narrar
historias pequeñas sobre eso. Pero al final terminé haciendo los podcast como una especie de libro.

–¿Cómo fue que Jorge Luis Borges te «prestó su nombre» y años después te preguntó si lo habías honrando? ¿Lo volviste a ver y hablaron sobre ello?

–Lo vi muchas veces, pero menos de las que me hubiera gustado. Un día estaba en la casa de una amiga, muy angustiada porque mi padre no quería que usara su apellido si iba a dedicarme a ser actriz. Borges me vio triste y me dijo: «No se preocupe, le presto el mío». Parece que funcionó (risas). Una no toma dimensión en el momento, pero tener anécdotas con Borges, Picasso o Jean Cocteau es muy lindo. Aunque no sé a quiénes les interesarán. La otra vez le conté a una chica muy joven que cuando yo tenía 16 años y estaba en el Festival de Cannes desayunaba con Jean Cocteau, y en ese momento me di cuenta de que la chica no tenía la menor idea de quién era Jean Cocteau. Ahí pensé: «Estoy pasada de moda». No quiero ser pesada .

–Ya sea por emoción, por las dificultades o por otros sentimientos, ¿qué película o recuerdo de tu paso por el cine te costó más evocar?

–Yo soy muy tranquila para esto. Hablo mucho de emoción porque hay una frase que me define: “Solo recuerdo la emoción de las cosas”. Algunas fueron muy sacrificadas. Cuando hice Zafra, con Lucas Demare, me enfermé de tuberculosis, cosa que parece romántica pero es horrible (risas). Recuerdo que estaba con Alfredo (Alcón), Atahualpa Yupanqui y unos amigos coyas maravillosos. Me habían llevado al ingenio La Esperanza a hachar caña. Y en uno de esos días terribles por el calor que hacía, me corté la rodilla con un machete. Estábamos muy lejos de cualquier lado para que me cosieran y me desmayé en brazos de Atahualpa con una fiebre altísima.



–¿Qué película recordás de un modo particular?

–Una película que amo mucho y me emocionó de un modo especial cuando lo llevamos a Cannes fue Pobre mariposa (De la Torre, 1986). Me interesó mucho la relación entre los judíos y los cristianos. Me emocionó ese lío entrañable por la manera en que estaba escrito el guión, que era de Aída Bortnik. Mi personaje era una locutora de los ’40. Las verdaderas estrellas de esa época eran las
locutoras que hablaban en los anfiteatros de las radios. La veo y tiene un plano final que es el plano que más he amado en mi vida. En ese momento el personaje dice: “Y, como siempre, le deseamos un mañana feliz”. La recuerdo con muchísimo amor.

–¿Y una en la que te hayas divertido mucho?

–En Funes, un gran amor (Raúl de la Torre, 1993), porque me gustaba ser música. Nos retaba Raúl porque hablábamos mucho en el set. Y yo decía cosas como: “Siempre a los músicos nos dicen algo”. ¿Qué era yo? ¿Música? (risas). Raúl decía “Silencio los músicos”. Y yo le decía “otra vez con nosotros” (risas). Agradezco mucho esos momentos. Valen mucho más que los premios y las críticas.

–¿Cuál es el personaje con que te sentís más cercana?

–En Heroína (De la Torre, 1972) interpreté al personaje más parecido a mí. Cuando se estrenó Crónica de una señora (De la Torre, 1971), una película  que tuvo más de dos millones de espectadores, la gente creía que yo me parecía a Fina, pero nada que ver. Yo trabajo desde los 14 años.

–¿Cómo fue tu experiencia con Lucrecia Martel en La ciénaga?

–La ciénaga es una película mágica, maravillosa, con decirte que vino un periodista del Corriere della Sera a hacer un reportaje para la tapa del diario y pusieron como título “Una película para la eternidad, tan difícil de ver como de hacer”. Me acuerdo que fue muy difícil hacerla. Pero los resultados fueron asombrosos. Fue una maestría compartir la filmación con Lucrecia, Mercedes Morán (en un rol maravilloso), mi hijo Juan Cruz y a las chicas que también estaban en la película.

–De entre tantas villanas que interpretaste, ¿cuál te costó más?

–Esmeralda, de La quietud, fue terrible. No me gusta hablar de mis trabajos, algunos me gustan más que otros, pero honestamente creo que en este caso el personaje quedó como terminado a mano. No es sencillo, pero es un lujo trabajar con Trapero y su equipo. Yo siempre digo que cuando uno hace un personaje, no actúa: es el personaje. Con Esmeralda había que tener mucha actitud para poder quererla, soportarla. Era una mujer horrible. Pero hacia el final pesqué que ella también había sido muy maltratada por el marido.

–¿Mirás series? ¿Crees que el streaming puede terminar con el cine?

–No lo sé. A mí no me gustaban mucho las series. Últimamente he visto algunas muy bien hechas. Pero el cine no va a terminar nunca. No se va a olvidar nunca a Fellini, Bergman y tantos otros. Siempre van a estar los que valoran al cine. «


Graciela Borges. Mi vida en el cine
Podcast de 40 episodios. Disponibles en filmtv.la/ GracielaBorges y plataformas digitales: Spotify, Google Podcasts, Apple Podcasts y YouTube. 



Una vida de películas

-El 10 de junio de 1942 nace Graciela Noemí Zavala. A los 15 años, debuta en la película Una cita con la vida.

-En 1958 interpreta a una adolescente en la película protagonizada por Alberto de Mendoza El jefe (Fernando Ayala), sobre un relato de David Viñas que fue leído como metáfora del peronismo.

-En 1959 ya protagoniza Zafra, de Lucas Demare, donde Alfredo Alcón y Atahualpa Yupanqui se disputan su amor en el contexto de la lucha de clases y de la explotación de trabajadores en los ingenios azucareros en Tucumán.

-En 1960 comienza a filmar con Leopoldo Torre Nilsson, quien la convocará en forma recurrente para películas como Fin de fiesta (sobre la novela de Beatriz Guido), Piel de verano (1961) y La terraza (1963), entre otras.

-En 1964 interpreta a Delia en Circe (Manuel Antín), sobre el cuento de Julio Cortázar de la joven feminista avant la lettre que asesinaba a sus novios con bombones.

-Con Raúl de la Torre como director, interpreta un sinfín de caracteres femeninos que van desde la burguesa aburrida Fina de Crónica de una señora (1970) hasta Peny de Heroína (1972), pasando por la vulnerable Ana de Pubis angelical (1982).

-En sus últimas interpretaciones descolló con directora/ es del llamado Nuevo Cine Argentino: La ciénaga (Martel, 2001), Dos hermanos (Burman, 2010) y La quietud (Trapero, 2017).

-Su última interpretación cinematográfica hasta la fecha es El cuento de las comadrejas.












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