Las imágenes, igual que las palabras, remueven la memoria. A veces el recuerdo que despiertan es más importante que el hecho en sí mismo. Ocurre con las vivencias que impactan en algún núcleo particular del inconsciente. Alguien comienza a llorar y no sabe por qué. Lo disparó una frase, un gesto, un aroma.
Estas imágenes, las de este miércoles, traen consigo el fantasma del asalto violento al gobierno para imponer por la fuerza un orden que aplaste la voluntad popular. Es Bolivia en noviembre de 2019. Es Santiago de Chile el 11 de septiembre del 1973. Es el humo del bombardeo sobre la Casa de Moneda subiendo hacia el cielo. Son los tanques puestos uno al lado del otro frente a la Casa Rosada el 24 de marzo de 1976.
El pasado y el presente se mezclan de un modo muy especial cuando una escena activa los recuerdos. Las fronteras se borran. La memoria emocional viaja a través del tiempo y en un segundo cruza meses, años, décadas.
Muchas personas suman indicios: la famosa frase de Duhalde hace dos semanas en televisión. La dijo en una noche en la que ni siquiera se había tomado un vino. Anunció un supuesto alzamiento militar. La declaración de la nieta Mirtha Legrand, la bella Juana Viale, que se preguntó al aire sobre Alberto Fernández: “¿Termina el mandato?”.
Todo se suma y se junta. De pronto un grupo de policías mal pagos rodea la quinta de Olivos. Llegó el día. El golpe. El pasado ha vuelto.
Al tratar de despegar el presente de la emocionalidad del recuerdo aparecen dos elementos: el reclamo policial tiene una forma caótica y brutal, pero no es el inicio de una acción que tiene planificados otros pasos para seguir escalando, como sí ocurre en los golpes. Es centralmente un reclamo gremial.
Sin embargo, hay sectores que despliegan una estrategia de escalada. Son los medios del establishment. Suman imágenes, información cruzada, confusión. Parecen desearlo. ¡Qué ganas tienen de que esto crezca! De que se levanten otras departamentales de la Bonaerense. Que se sume la policía de Santa Fe, la de Córdoba, Mendoza. Y para rematar la crisis y se sacudan los cimientos del Estado de derecho que arranque la Gendarmería, conducida por esa chica de la academia que maneja una fuerza con miles de hombres y mujeres armados.
Pero no es así. La política toma las riendas y pone las cosas en orden. Algunos repudios son tibios y llegan tarde, pero aparecen. Y a los tumbos, llena de luces y sombras, llena de cosas pendientes, la democracia argentina sigue su curso.
Hay que acostumbrarse, sin subestimarlos, a estos golpes virtuales.
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