Glaciares en Concierto: música e inclusión en un escenario único

Por: Pablo Taranto

Junto a la colosal pared de hielo del Glaciar Perito Moreno, 120 chicos de cinco orquestas infantiles y juveniles de la provincia de Santa Cruz animaron la primera edición de un festival organizado alrededor de una política pública que apuesta a la construcción colectiva.

“Otra vez, da capo, ¡ta-ta-ta-taaa!”, dice el maestro Gustavo Fontana. Pega un zarpazo en el aire y los 120 chicos de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Santa Cruz atacan las célebres cuatro notas iniciales de la Quinta Sinfonía. Fontana los detiene, pide más: “Vamos, el forte posible. Piensen en la gente que tuvo la fortuna de estar ahí la primera vez que este loco hizo esos seis primeros compases, aquello fue una revolución en la instrumentación, la tonalidad no se define hasta que entra el fagot. La música de Beethoven no crece, ¡explota!”.

Eso fue el domingo pasado, en el ensayo inaugural de lo que sería la primera edición del festival de orquestas infanto juveniles “Glaciares en Concierto”. Llegados desde distintos puntos de la provincia, jóvenes músicos de Río Gallegos, de Río Turbio, Puerto Deseado y Comandante Luis Piedrabuena se reunieron con sus compañeros de El Calafate para llevar adelante una experiencia pedagógica única de esfuerzo solidario y enriquecimiento mutuo que, al cabo de tres jornadas de talleres con 12 maestros internacionales especialmente convocados para el evento y de intervenciones públicas en calles, iglesias y hoteles de este pueblo a orillas del Lago Argentino, culminó el miércoles con un soberbio concierto frente al Glaciar Perito Moreno.

Tres maravillas, entonces, convergieron en el sur, como diría luego Fontana, el día del concierto: “La primera es obvia: este increíble escenario natural que nos alberga. La segunda es, claro, la música. La tercera son estos chicos, que con su pasión nos recuerdan, a los que somos profesionales de esto, por qué lo elegimos cuando teníamos su edad”.

En esa conjunción −la magia de la música y el prodigio de la naturaleza− estuvo la génesis de “Glaciares en Concierto”, realizado bajo la impronta del “Santa Cruz Nos Une”, la frase acuñada para celebrar los 60 años de vida institucional de la provincia. “Fue pensado como un evento en el que confluyeran una política pública de inclusión educativa y el principal atractivo turístico de la provincia, y que tuviera como protagonistas a los talentos santacruceños, que van creciendo. La idea es que este festival se instale como el corolario del trabajo y el esfuerzo en una disciplina artística tan transformadora para los chicos como es la música, agregando valor a nuestros magníficos escenarios naturales”, explica Valeria Pellizza, secretaria de Turismo de Santa Cruz, cuya cartera organizó el evento junto al Consejo Provincial de Educación, con el auspicio del Consejo Federal de Inversiones y la sustancial colaboración de la fundación Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Argentina (SOIJAR), que aportó las capacitaciones técnicas con profesores para cada instrumento y una particular pedagogía que ve en la música una poderosa herramienta de inclusión (ver recuadro).




Bienvenido el aplauso

Desde que el profesor Mariano Mosso armó en 2005 la primera orquesta infanto juvenil en Río Gallegos –hoy coordina las de toda la provincia de Santa Cruz−, más de mil niños, niñas, adolescentes y jóvenes pasaron por el programa “La Música, una Construcción Colectiva” del Consejo Provincial de Educación, recibiendo costosos instrumentos que difícilmente sus familias podrían adquirir y “entendiendo que el arte es un derecho para todos y todas, y que sin un Estado presente esto no es posible”, como dijo, al recibir a los maestros en el aeropuerto, la coordinadora del programa, Viviana García Pacheco.

Fueron, en efecto, cuatro días de construcción colectiva, en los que el Salón de Usos Múltiples de la Municipalidad de El Calafate se convirtió en un gran taller de música. En la sala principal, el profesor de violín 1, Pablo Labanda, pide repetir los pizzicatos de un pasaje de Mussorgsky. En el hall practican las violas; en un amplio vestíbulo lateral, los chelos. En una pequeña sala roncan diez contrabajos, ensayando la entrada de la Quinta. “Siempre tenemos que tocar más corto que los demás, muy poquito arco, dos centímetros como mucho”, dice la profesora Karina de la Canal. Lucy, de 9 años, nieta de un clarinetista de San Julián, con su vincha de orejitas de gato y un instrumento que la dobla en altura, asiente con la cabeza. En un gran foyer vidriado, el profesor de percusión pregunta: “¿Quién toca marimba 1? ¿Marimba 2? ¿Y los timbales?” Desde hace tres años, Ivana Bejar, que ya tiene 19, nacida en Corrientes y criada en Río Turbio, hace vibrar esos grandes calderos de cobre recubiertos de membranas, “pero hasta los 12 me dediqué al patín, y después quise tocar la batería, hasta que vi los timbales y aluciné”, cuenta antes de batir los parches para el tema principal de Piratas del Caribe.

Una calle más arriba, en la sala del Centro Cultural Municipal, una veintena de bronces soplan bajo la mirada del maestro venezolano Augusto Gelves, que hace el elogio de la relajación y sugiere comenzar a estudiar desde los pulmones, adaptar el cuerpo al instrumento. Invita a cantar un Si bemol para repetirlo en la boquilla y sólo después tocarlo en los instrumentos. El sonido brota redondo, compacto. “¿Ven? Para eso sirve cantar”. Carlos Céspedes, clarinetista de la Orquesta Estable del Teatro Colón, trabaja en un salón contiguo con los fagotes y flautas: “Venir aquí a hacer lo que amo es maravilloso, y la energía de los chicos hace todo posible –dice–. Están tocando piezas complejas. Lo que van a hacer es un acto heroico”.

Hubo intervenciones simultáneas en distintos puntos de El Calafate. En la iglesia de Santa Teresita, una orquesta de cámara tocaba el adagio del primer concierto brandeburgués, mientras en el lobby del hotel Kosten Aike, todas las cuerdas hacían sonar «Eleanor Rigby». De Bach a los Beatles, se llegó al ensayo general del martes, que sumó una sorpresa, en línea con el concepto de orquesta-escuela que impulsa SOIJAR. Miembros de la fundación fueron a dos escuelas públicas de El Calafate −la 9 y la 80− e invitaron a los alumnos a tocar. Pocas horas después, y con sus papás fascinados en la platea, dos decenas de niños que jamás habían tenido un violín en sus manos interpretaban “Puente Carretero”, una chacarera de Los Carabajal. Fue durante ese ensayo que los aplausos irrumpieron entre una pieza y la siguiente de “Cuadros de una Exposición”, de Modest Mussorgsky. Fontana, el director, agradeció y dio en la tecla con el espíritu de este festival, popular e inclusivo: “Si alguien aplaude fuera de lugar, es bienvenido. Eso quiere decir que en la sala hay gente nueva para la música”.




La edad de hielo

El miércoles, para buena parte de los jóvenes músicos santacruceños fue su primera vez frente al portento del Glaciar Perito Moreno. Hicieron el paseo fluvial para ver de cerca la colosal pared de hielo de más de 70 metros de altura y cinco kilómetros de largo, y después aparecieron con sus instrumentos en balcones y pasarelas, para ejecutar fragmentos de piezas clásicas ante la mirada arrobada de los turistas, en su mayoría extranjeros. Un pequeño grupo de vientos, bien abrigados y con crampones en las botas, se aventuró a tocar sobre la escarpada superficie del gigante de hielo. Para Candela Ulloa, 22 años, de Río Gallegos, que antes prefería el trombón pero terminó decidiéndose por el corno francés, “tocar acá es genial”.

El gran final, con el crujiente glaciar como testigo privilegiado, fue con los chicos de las cinco orquestas ensambladas en una sinfónica que entregó, por fin, la más popular composición de Beethoven, cuatro cuadros de la suite de Mussorgsky, el famoso «Bolero» de Ravel, una exquisita versión de “Por una cabeza”, de Gardel y Le Pera, y el fantástico «Danzón N° 2», del mexicano Arturo Márquez. Cuando terminaron, el blanco interminable del glaciar refulgía bajo el sol de la tarde, pero las sonrisas de todos ellos brillaban aún más. «

Orquestas escuela

“Vemos a los chicos comprometidos con ese tesoro que descubren en sí mismos a través de la música, y con la idea de que es un tesoro para compartir”, dice Valeria Atela, presidenta del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Argentina (SOIJAR), una fundación impulsada en la Argentina por el maestro venezolano José Antonio Abreu, creador en los años ’70 de un método de educación musical inclusiva que en su país ya involucró a un millón de jóvenes músicos, y fallecido en marzo último a los 78 años.

Cuando en 2004 conoció el trabajo que hacía Atela en la orquesta-escuela de Chascomús, un proyecto pionero que ya cumplió 20 años, Abreu decidió que en esa ciudad bonaerense plantaría la semilla de SOIJAR, que desde 2005 acompaña el desarrollo de este tipo de propuestas en todo el país: la fundación ya participó de 38 encuentros regionales, entre ellos el festival “Glaciares en Concierto”, y ofrece una diplomatura en convenio con la Universidad Nacional de San Martín.

“Nuestra metodología se basa en el concepto de orquesta-escuela como herramienta de integración, promoviendo el desarrollo personal y el desarrollo colectivo”, dice Atela, y habla de empoderamiento y de “la mirada que visibiliza” como un factor clave. En efecto, sobre el escenario llama a cada niño por su nombre, también a aquellos que acaba de incorporar al programa en su recorrida por escuelas de El Calafate. “Los mirás, los mirás, y entonces los chicos se preguntan: qué tengo yo, para mí mismo y para los demás. Todo adquiere sentido si crecemos entre todos, y así se potencia el aporte de cada uno”.

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