El investigador, periodista y especialista en comunicación italobrasileño advierte sobre el avance de la extrema derecha y explica en esta charla los puntos en común de todos estos grupos que pululan en los países occidentales.
-¿Cómo cuáles?
-Hay una explotación del miedo, que es un sentimiento muy fuerte, mucho más que la categoría de la esperanza, que es normalmente con la que trabaja la izquierda: la esperanza de un mundo mejor. El miedo es muy fuerte porque para nuestro cerebelo es algo primitivo de cuando estábamos combatiendo en la sabana como humanos para poder vivir. El miedo es esencial al neoliberalismo en un mundo de precariedad laboral, incertidumbre por el futuro, por si tendremos trabajo, si vamos a comer. Ante esta incertidumbre existencial una reacción es encontrar culpables de la situación. En América Latina es muy fuerte el miedo por razones de seguridad. En Europa, por los migrantes, los extranjeros, en su mayoría africanos. Otro punto es el de la comunidad homogénea. La idea de la nación o la patria como unidad en la cual unos son los verdaderos autorizados a definirse como los patriotas porque pertenecen a determinados grupos étnicos o tienen una determinada religión o piel. Es una visión del mundo también patriarcal, heterosexual.
–¿No existía eso con el nacionalismo del siglo XX?
–Eso era parcialmente verdadero en la época de la derecha tradicional, cuando el mundo era mucho menos globalizado. Hoy hay gente de todo el mundo que está en todo el mundo y en las últimas décadas hubo un muy fuerte cambio social con el feminismo y la reivindicación de los derechos LGBT. Eso pone en discusión el modelo tradicional de sociedad. Hay una reacción a todo eso.
–Lo que está en juego también es el rol del varón blanco y europeo.
–Eso es algo que percibes en Argentina, en Brasil tenemos una sociedad mucho más mestiza.
–Eso llama la atención, porque hay afrodescendientes que apoyan a Jair Bolsonaro.
–Porque no se sienten un grupo minoritario. Su principal representación no es como afrodescendientes sino como hombres, o los que trabajan para los pobres que viven de subsidios sociales. Hay una serie de categorías que se están superponiendo que no tienen que ver con la visión de clases sociales con las que nosotros trabajábamos. Hay otros niveles de percepción relacionados con cambios sociales, que son algo planetario, de desindustrialización. Si hablamos de la región, ¿dónde están las industrias? No hay más, es algo marginal. Entonces no hay más sindicatos como había, no hay más lugar donde hombres y mujeres socializaban con compañeros.
–¿No pasó en Europa?
–Es una de las razones es la crisis de la izquierda en Europa. En América Latina teníamos que ocuparnos de otras cosas como la democratización, como los golpes militares hasta antes de ayer. Ellos tienen 15 años de delantera, pero llegamos a eso: sociedades desindustrializadas donde las agrupaciones sindicales no tienen ni la sombra del poder de negociación, de representación, de construcción de una visión del mundo. Esos son elementos centrales: un lugar homogéneo, la familia en crisis, la tradición de un pasado como lugar donde las cosas eran buenas y las relaciones sociales eran distintas.
–Donde las mujeres eran mujeres y el hombre era hombre, dirían.
–Y los países de Europa tenían su papel superior y los países del sur del mundo sabían cuál era su lugar. O como pasa en Argentina, esa cosa orgullosa de decir «nosotros venimos de Europa».
–Todas estas derechas son más radicalmente neoliberales que quienes se reivindican como tales.
–Por eso es una nueva derecha, donde hay un conservadurismo social muy agresivo, una visión nacionalista xenófoba, un rechazo racista. Las derechas tradicionales tenían una visión nacionalista pero con un papel del Estado muy importante en la mantención de sus privilegios. Esta derecha es contraria a los derechos individuales. El único derecho que reivindican es el de propiedad y la única que importa es la libertad económica. Yo analicé 30 mil tuits de (Javier) Milei, que es un ejemplo de manual, y las palabras que más presentes son «libertad carajo». ¿Pero qué libertad? La de hacer cualquier cosa sin control del Estado.
–Como vender a un hijo.
–O un riñón, sin control, sin reglas. La libertad es sólo la de emprender, el único papel que reconocen al Estado es el de arbitraje de contratos y de policía, para reprimir cualquier tipo de oposición social.
–¿Por qué no hay una nueva izquierda?
–Tenemos 40 años de la descomposición social que provocó el neoliberalismo. Es la maduración de los cambios sociales que ocurrieron debido al cambio de sistema económico global. El sistema no se estableció de la misma forma en el mundo y entonces es un fenómeno de las Américas y Europa. Y después está Internet, por lo bueno pero también por lo malo, por la aceleración de la discusión de determinadas ideas. Por nuestro lado, el de la izquierda, todavía nadie supo inventar nada nuevo después de la caída del muro de Berlín. Eso fue en 1989, y en América Latina casi no nos dimos cuenta porque se estaba celebrando la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, cuando Lula casi ganó. Cuando la izquierda mundial decía «¿y ahora qué hacemos?» acá se decía «mira, acá la izquierda ganó las elecciones, no es problema nuestro». Después descubrimos que ahora la izquierda tiene los votos pero no tiene las ideas. ¿Cuál es el modelo que la izquierda supo proponer luego de la represión, las dictaduras, la recuperación de la democracia? Esencialmente es el mismo modelo económico un poco más civilizado. Porque no queremos que nadie se muera de hambre, y entonces tenemos algunos programas sociales.
–Un capitalismo amable.
–Funcionó en Europa, en años mejores. Los gloriosos años del 45 al 75, de la reconstrucción, pero 40 años más tarde hacemos sólo la defensa de lo que quedó. La izquierda más de izquierda desapareció de Europa. En Brasil se reeligió Lula pero por muy poco: podría haber ganado Bolsonaro. ¿Qué proponen los gobiernos progresistas? En Francia, donde la economía no está tan mal –casi pleno empleo– las fuerzas que crecen son de derecha y hay convulsión social no organizada, que no se refleja en las elecciones. Y en América Latina, luego del ciclo de dictaduras, creció la desigualdad, la desindustrialización y reprimarización de la economía.
–¿De qué manera influyen los medios?
–Desapareció la importancia de los medios en general para fijar la agenda. Trabajan para inflamar el discurso, con amarillismo, simplificando la información. Y las redes sociales son tierra de nadie, no hay regulación y son manejadas por multinacionales, los gobiernos no se animan a darles pelea. Hay una aceleración de la circulación de ideas extremas, que siempre existieron pero antes no había tecnología para difundirlas. No defiendo ni un poco que la izquierda tenga que trabajar de la misma forma sino que el camino sea justo, ético y aceptable.
–Pareciera que es para cortarse las venas.
–Para nada. El partido con la extrema derecha en América Latina aún lo estamos jugando. En nuestra región están, hoy, los partidos de izquierda y movimientos sociales más fuertes y organizados en el mundo, y la nueva derecha radical aún se está articulando. Hay espacio para resistir y hasta avanzar. Pero la izquierda y los progresistas necesitan tener respuestas a las cuestiones económicas para impulsar un cambio del modelo, salir del neoliberalismo, reducir la desigualdad y proteger el medio ambiente. Y hay que tener respuestas de verdad frente a la campaña del miedo de la derecha. ¿Qué pasó en España? Que la derecha del PPO y Vox no tuvo la afirmación aplastadora que todas las encuestas sugerían. Es cierto que el país se fue a la derecha, pero no como se temía y hubo mayor participación electoral, quizás porque los españoles democráticos, progresistas, fueron a votar a los socialistas para evitar una victoria arrolladora de la derecha dura. Quién sabe esta sea una lección importante para Argentina en octubre.
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