Fundamentalismos religiosos, narcos y paramilitares: la secuela de Bolsonaro en las favelas de Río

Por: Andrés Gaudin

Cinco son lideradas por Álvaro Rosa, quien logró unir a los rivales históricos en la lucha por el control del territorio. La conexión con el Estado de Israel. La caída del catolicismo brasileño.

Al grito de “aquí no queremos macumba ni curas”, comandos de fanáticos neopentecostales –soldados de Jesús, se autoproclaman–, que actúan amparados por paramilitares y narcotraficantes recorrieron las calles de varias favelas de Río de Janeiro anunciándoles a mães, paes y sacerdotes que el dolor de esa miseria es para que lo exploten sólo ellos, y que todos los otros cultos tenían día y hora para cerrar sus templos. Niños apedreados, viejas ultrajadas y jóvenes desaparecidos para siempre confirmaron que estaban dispuestos a cumplir a como fuere con aquella sentencia. En el marco de esa extraña triple alianza instalaron el fundamentalismo en hasta ahora cinco favelas –Cidade Alta, Vigário Geral, Parada de Lucas, Cinco Bocas y Pica Pau–, y al conjunto lo llamaron Complejo de Israel.

El fundamentalismo religioso que reconfiguró el mapa espiritual brasileño y se convirtió en uno de los pilares del fundamentalismo político del presidente Jair Bolsonaro, le dio letra a la fuerza bruta para que le rinda tributo al Estado de Israel, “clave y necesario para lograr el regreso de Jesús”, al decir de los pastores encumbrados en esas comunidades. De ahí que la bandera azul y blanca, la Estrella de David, la Torá (el libro de la ley) y la mezuzá (el rollo que se fija a la derecha de la puerta de ingreso a los hogares judíos) se exhiban en las cinco favelas que rinden culto al jefe narco Álvaro Rosa, Aarón, nombre de guerra adoptado en homenaje al hermano mayor de Moisés, el profeta emisario de dios en la tierra donde se hallen los judíos.

Rivales históricos en la lucha por el control del territorio, narcos y paramilitares se unieron para impulsar sus negocios bajo la bendición del pentecostalismo que se desarrolla a costa de la caída del catolicismo brasileño. La preeminencia de los pastores nació en las cárceles, cuando en el marco de su “guerra contra el mal” enviaron brigadas de voluntarios fanáticos para hacer proselitismo en esa población de desarrapados que al salir al mundo real sólo tienen en su futuro una favela donde dormir y un jefe narco que los sacara de la miseria económica extrema. Los pastores manejan 81 de las casi 100 entidades religiosas instaladas en las cárceles, “reclutando almas para el bien”.

Ante la sempiterna ausencia del Estado en las áreas periféricas de Río, desde los años de la dictadura (1964-1985) los escuadrones paramilitares/policiales tomaron el control de barrios enteros y, llevados por la necesidad, debieron negociar con los narcos la gestión de la violencia. Desde el pago de altas tarifas de protección para las personas, sus casas o sus negocios, hasta la distribución de gas en garrafas, la televisión por cable y el transporte colectivo alternativo. Para legalizar el producido de la droga y los servicios y canalizar esas sumas incuantificables faltaba una pata: el lavado del dinero. Eso es lo que aportaron los pastores. No pagan impuestos y es difícil rastrear el origen de sus fondos.

La triple alianza funciona bien, cada uno saca lo suyo. La creación del Complejo de Israel con tal nombre fue un genial golpe de marketing. El embajador de Tel Aviv en Brasil, Yossi Shelly, un buen amigo de Bolsonaro, y los habituales voceros de la Federación Israelita den Río y otras entidades de la comunidad judía, no se han manifestado, casi como si avalaran esa entente. Según The Washington Post, en enero pasado el complejo extendió su territorio a otras dos barriadas del norte carioca, donde oferta departamentos “en selectos barrios cerrados”.

Con la alianza que generó el Complejo de Israel todos ganaron. Los narcos se aseguraron el monopolio en la venta de drogas. Los paramilitares, la impunidad: consolidaron su dominio sobre el 57% del territorio de 1.255.000 kilómetros cuadrados que ocupa Río de Janeiro. Los pentecostales eliminaron la competencia de los rituales afrobrasileños. Álvaro Rosa, Aarón, se encargó de “organizar” el día a día de los cultores del Umbanda y el Candomblé. Mientras los pastores evangélicos tienen plena libertad para recibir el diezmo mañana, tarde y noche, los afro tienen horarios, cupos de creyentes por templo (desde antes de la pandemia), días de funcionamiento y muy precisas áreas territoriales autorizadas.

No son pocos los sacerdotes de los rituales afro que hablan de una clara convivencia de las principales figuras del gobierno, Bolsonaro el primero, con los aliancistas del Complejo de Israel. Jorge Duarte, el viejo pae del más antiguo templo Umbanda del territorio (ahora clausurado), sólo ve que “están amasando un futuro teocrático para Brasil”, es decir, un porvenir en el que los pastores, en su calidad de ministros de dios, ejerzan el poder político. «

La triple alianza y las formas de las dictaduras

Narcos y paramilitares siempre aparecen juntos, ensamblados. En México, Colombia o Brasil, para que sus negocios cierren y se instalen como amos absolutos en el territorio, es necesario imponer el miedo. Matar, mutilar, decapitar, descuartizar, dejando los restos a la vista, hace a su esencia desde que son parte necesaria del engranaje neoliberal, del terrorismo de Estado. Con esta triple alianza, traficantes, comandos paramilitares/policiales e iglesias pentecostales incorporaron a sus prácticas, formas heredadas de dictaduras, cuando sus oficiales eran instruidos por maestros estadounidenses, franceses o israelíes en el arte de matar.

Apareció así la desaparición de personas como forma de la asfixiante violencia. Las víctimas ya no son expuestas, se las oculta tirándolas a las aguas de la bahía de Guanabara o sellándolas con cemento en barriles de petróleo. Y a la pobreza que en Brasil llevó a la formación de las favelas, se agregó en los últimos años la militarización de la vida diaria. Gizele Martins, autora de “Militarización y censura”, una investigación auspiciada por la Universidad de Río, sostiene que lo que padecen los vecinos de esas barriadas “no es muy diferente a lo que viven hoy los palestinos. Allí son los aviones caza los que atraviesan la vida de la gente, aquí son los caverões” (helicópteros blindados).

Martins traza un paralelo entre estos días y lo vivido por los vecinos del Complejo A Maré cuando comenzaron las obras del Mundial de Fútbol 2014. Sostiene que hay una íntima relación entre Israel y Brasil. “El Batallón de Operaciones Policiales Especiales entrena en Israel. Brasil es el quinto comprador de armas israelíes. Los blindados que aterrorizan a las favelas son de esa procedencia.

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