A contramano del discurso de LLA, las científicas y científicos ajustados en el sistema público no encuentran lugar en el mercado, sino en otras naciones que invierten en desarrollo y se los llevan. Historias de un fenómeno que ya vivió la Argentina en dictadura y en los '90.
“La gente que queda tiene otros proyectos y no se pueden abarcar todos, tanto por una cuestión de recursos humanos como por falta de fondos. No alcanzan los subsidios para investigar todo, así que mi investigación va a continuar hasta donde yo la deje”, cuenta a Tiempo desde el Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos, en la Facultad de Medicina.
Lleva años trabajando sobre el tema: primero con beca de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, y luego de Conicet. Proyectaba continuar por ese camino, pero quedó afuera: en el área de ciencias médicas este año dieron 17 becas para todo el país. Ella quedó en la posición 22.
“El detonante para decidir irme del país fue no obtener la beca, por ende no tener un estipendio por mi investigación; y además el hecho de la paralización de los subsidios para investigación, sin los cuales no podemos llevar a cabo ningún proyecto”, lamenta. A partir de este año trabajará en el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos. Una entidad abocada a la investigación en salud pública en el país que tanto admira Milei.
El concepto “fuga de cerebros” fue acuñado por la prensa británica en la década de 1960. En Argentina no hace falta explicar de qué se trata. Ya desde la campaña electoral se advertía que volvería a pasar y hoy es un hecho: científicos y científicas que no tienen oportunidades de seguir sus investigaciones en territorio nacional, producto de la decisión política de desfinanciar al sector, buscan hacerlo en otros países. Se van con la formación de la ciencia argentina a cuestas, como Marvaldi.
Incluso hay quienes se vuelven a ir, tras haber sido repatriados por el Programa Raíces que se convirtió en política de Estado en 2008. Es el caso de Alejandro Díaz–Caro, matemático retornado en 2014 que ahora volverá a Francia. “Sin becas para formar doctorandos, sin financiamiento para mis proyectos de investigación en curso y con salarios cada vez más bajos, decido volver a Francia. Un país que me recibe con un contrato diseñado específicamente para atraer a investigadores senior de todo el mundo (…). Volví hace diez años con Raíces. Hoy me voy con el programa Motosierra”, graficó en sus redes.
Según un informe del Grupo EPC-CIICTI, durante los primeros ocho meses de gestión del gobierno el sector científico-tecnológico “sufrió una grave reducción de su planta de trabajadores, perdiendo 2448 puestos entre los distintos organismos y empresas estatales”. De acuerdo a ese relevamiento, “el Conicet es el ámbito más dañado”, con un recorte de 825 becas y 514 puestos entre administrativos e investigadores.
“Dentro de la Comisión de Arqueología dieron cinco becas a nivel nacional, y con el tercer lugar de orden de mérito quedé afuera. Mi proyección sigue siendo entrar, porque es para lo que me formé. Uno sabe que puede quedar afuera de las convocatorias, pero cuando sabés que hiciste lo que era necesario para entrar y lo que te hace no entrar son factores externos, uno queda tambaleando sin saber para dónde apuntar y requiere un poco de barajar y dar de nuevo”, enfatiza Matías Lepori, doctor en Arqueología por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, con formación de grado en Tucumán y beca doctoral de Conicet.
Su área de investigación es en los valles altos de Catamarca, analizando los cambios en la conformación de los paisajes prehispánicos a lo largo de la historia, con trabajos junto a las comunidades locales de Los Morteritos y Las Cuevas. “Es sumamente doloroso ver la saña con la que se habla de la ciencia y de quienes hacemos ciencia. Se dice que no trabajamos, que nos pagan por hacer nada. Por investigaciones que a nadie le importan. Y cuando uno va al territorio y se involucra, ahí se ven los impactos”, plantea.
Pedro Kozul es doctor en Historia por la Universidad Nacional de Rosario. Investiga el funcionamiento de gobiernos municipales y sus tipos de vínculos con los poderes centrales durante la segunda mitad del siglo XIX. Postuló para la beca posdoctoral de Conicet y quedó en el orden de mérito, pero afuera. Ahora espera los resultados de una convocatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Admite que no quisiera irse: “No me resulta atractivo este camino porque implicaría una adaptación y reconfiguración en la vida de mi familia (esposa e hijo de dos años). Me encantaría permanecer en mi país y contribuir a la comunidad con un conocimiento útil para entender, contextualizar y posiblemente resarcir diferentes demandas y problemas que afronta a diario la administración local”.
Mientras tanto, el Ejecutivo nacional admite que tiene 53 millones de dólares ya otorgados por organismos internacionales para ciencia, pero que decide no usar porque «fueron aprobadas con anterioridad a este gobierno».
Leonardo Venerus, es biólogo en el Centro Nacional Patagónico (Cenpat). Estuvo entre quienes recibieron en Puerto Madryn a Daniel Salamone, titular del Conicet, al grito de “¡la ciencia no se vende!”. Delegado de ATE, advierte que la ida de investigadores del país no es la única forma de fuga de cerebros.
“Hay un montón de actores del sistema científico y de lugares de trabajo que se están perdiendo. Tanto investigadores como administrativos y becarios cumplen roles fundamentales en la ciencia. No solamente se pierden cerebros cuando la gente se va al exterior. En ese caso, la gente es ‘aprovechada’ por países que en muchas oportunidades no han invertido en la formación de esa persona y reciben a alguien formado que puede llegar y empezar a producir en un laboratorio”, señala.
Y sigue: “pero hay otra gente que se cae del sistema y no tiene esa ‘suerte’, o su trabajo tiene un fuerte arraigo regional y conoce mucho una determinada situación y es un actor fundamental en el desarrollo de procesos de ordenamiento territorial, de cuestiones sociales, ambientales, que no fácilmente puede llevar su expertís afuera. Cuando alguien que tiene un doctorado se va a dar clases en un secundario, estamos perdiendo la oportunidad de que aporte desde otro lugar. No es que no aporte dando clases, pero se está perdiendo alguien que aporte al desarrollo científico-tecnológico del país. No se fue pero se está cayendo del sistema. Y es probablemente un número mucho mayor al que se va”. «
El gobierno de los alimentos retenidos en galpones es también el gobierno de los millones de dólares retenidos mientras proliferan los proyectos de investigación científica paralizados. Así quedó en evidencia luego de que trascendiera –a partir de una investigación de El Diario.Ar- que la Agencia I+D+I disponía de por lo menos 53 millones de dólares otorgados por organismos multilaterales específicamente para proyectos científicos y no utilizados.
Tras la circulación del dato presentó su renuncia la titular de la Agencia, Alicia Caballero. “Les aseguro que hice todo lo que estuvo a mi alcance, pero las decisiones se tomaban a otro nivel, y en términos prácticos nada podía resolver”, argumentó a través de una carta.
Las declaraciones del vocero presidencial, Manuel Adorni, admiten esa versión: la plata estaba y no se usó por decisión política. “Lo que no se ejecuta es porque fueron líneas solicitadas y aprobadas con anterioridad a este gobierno”, justificó el funcionario. “Nosotros ejecutamos todo lo que consideramos que es correcto”, agregó sin dar cuenta de criterio alguno en relación a la ciencia y la tecnología.
Los recortes y despidos en Conicet incluyeron a becarios y becarias posdoctorales que, por una resolución aún vigente, tenían prórroga de su sustento hasta la publicación de los resultados de las presentaciones para el ingreso al sistema como investigadores e investigadoras, último paso para quienes completaron y se destacaron en sus labores como becarios.
“Proyectaba que iba a mantener la beca hasta el año que viene, pero arbitrariamente en marzo nos avisaron que la cortaban en julio. Ahora solo tengo un cargo docente con dedicación simple, estoy sin trabajo prácticamente”, cuenta desde Chubut Carolina Reznik, doctora en Historia y Teoría de las Artes, especializada en estudio de la antigüedad.
Durante su formación tuvo una estadía en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, en el archivo más grande del mundo sobre cerámica antigua. Pero no quisiera volver a irse: “No es que no sea una opción, pero no es fácil. Elegí apostar y volver al país donde me formé”.
El caso de Reznik forma parte de un grupo de 250 investigadores e investigadoras que se quedaron sin su beca postdoctoral y sin saber aún si ingresarán a la carrera el año que viene. “Dicen que los resultados van a estar en julio, y además hay un proceso de alta que normalmente tarda un año. Por ende en caso de que entre no sé cuándo se va a concretar. Estoy buscando trabajo”.
Matías Lepori. “Sentimos que somos invisibles, una columna en un Excel, un gasto a recortar y fin. Y te ponen en una situación muy cruda, como si por reclamar fondos para ciencia no estuvieras reclamando también para jubilados, comedores. Es el gran sistema de ellos: poner a todos a pensar en una escala valorativa, qué sirve más. Cuando en realidad lo que nos hace un gran país es la suma de todas esas cosas.”
Carolina Reznik. “Los dichos de Milei contra la ciencia hablan de un profundo desconocimiento y de un desprecio total a la investigación y la ciencia, cuando no hay ningún aspecto del país que no esté vinculado a la ciencia y la técnica. Desdeñar eso habla de un odio irracional que llama la atención. Cuando este contexto termine va a haber que reconstruir un sistema científico hecho pedazos. Va a llevar mucho tiempo.”
Pedro Kozul. “No recuerdo algún otro mandatario que haya agraviado con tanta virulencia y de manera constante el trabajo realizado por los científicos. Es llamativo que, mientras proponen como modelo a los países más desarrollados, soslayan que parte de ese progreso socio-económico devino como consecuencia de la fuerte inversión pública en Ciencia y Tecnología.”
Hasta 2018, cuando se cumplía una década del Programa Raíces como política de Estado, habían sido repatriados 1.335 científicos y científicas. Tras la merma que tuvo el programa durante el macrismo, el relanzamiento en 2020 implicó el regreso de al menos 850 investigadores más. Raíces fue una herramienta para desandar un fenómeno que hoy se repite: la fuga de cerebros.
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