El acontecimiento no se puede comprender en su real dimensión sin considerar la espiral de violencia que tomó impulso a partir del trumpismo, erosionando el propio corazón de la mentada democracia estadounidense. Este elemento de los tiempos actuales de una derecha que va mutando a la ultraderecha, con ideas y acciones de odio y violencia se viene manifestando en Europa con el advenimiento de núcleos político-electorales pro nazis y fascistas en varios países.
El viejo golpismo de nuestro continente mostró su rostro viscoso en Brasil. Ahora lo hace con el protagonismo agresivo en las calles de gente convencida que debe reponer por la violencia a un Gobierno de ultraderecha, que acaba de ser derrotado en una contienda electoral democrática. Las imágenes de una barbarie, ahora televisada, ocurrida en Brasilia, son de una elocuencia incontrastable. La agresividad expresada hacia las instituciones, particularmente al Parlamento y la sede del Gobierno democrático es manifiesta. Pero además se desnuda un acérrimo aventurerismo, sustentado en una sensación de impunidad, que deviene de la intuición de que sus conductas se compadecen con el deseo y los proyectos de grupos del poder económico, político y mediático, que aportan apoyo financiero para tales acciones. Pero hay más elementos: para que el discurso del odio prenda y se haya expandido tan viralmente, ha sido necesaria la acción de los medios hegemónicos de comunicación, que en todos los países vienen actuando desde su enorme poder para incitar a una parte de la sociedad a ese lugar del odio e irracionalidad, que los libera de la responsabilidad de asumir las complejidades y contradicciones propias de las disputas políticas e ideológicas. En realidad medran del genuino descontento que emana de un sistema que es por definición injusto, que no sólo no mejora la vida social, sino que es generador de penurias para las mayorías, y que una vez tras otra, no hacen más que exacerbar las injusticias, el odio y la discriminación social y cultural.
Las escenas de estos días en Brasil, el gravísimo intento de asesinato a Cristina, e incluso el reciente atentado a la vicepresidenta colombiana, también son hechos que emanan de un peligroso sustrato ideológico común, violento y antidemocrático; y ya resulta incontrastable que es parte de su arsenal proscribir y encarcelar a los/as principales referentes de los sectores populares.
Resulta obligado incluir en las consecuencias del aventurerismo de la derecha, el derrocamiento del presidente legítimo del país hermano del Perú y la represión a su pueblo, que a esta altura ya se transforma en masacre con cerca de 50 muertos. La respuesta de la elite y su presidenta títere es muy parecida a la de los fascistas bolivianos cuando asaltaron el poder. Lo cierto es que el pueblo humilde percibe que el actual sistema económico y político ha caducado en términos históricos y siente que el presidente es de su clase, comparte sus tradiciones culturales y étnicas, y expresa a los vilipendiados por las oligarquías neocoloniales y corruptas.
En la cocina de este caldo neofascista han participado líderes y organizaciones regionales que hoy se ven obligados a condenar el ataque a las instituciones en Brasilia. Luis Almagro, secretario general de la OEA y uno de los principales responsables políticos del golpe de Estado en Bolivia, que justificó y apoyó abiertamente, con aquiescencia de la embajada norteamericana en ese país, declaró: «se trata de una acción repudiable y un atentado directo a la democracia. Estas acciones son inexcusables y de naturaleza fascista».
En Brasil también se dirime la crucial cuestión ambiental, ya que el proyecto de destrucción de la Amazonia que aplicó Bolsonaro, en beneficio de intereses ganaderos, agrícolas, madereros y de explotación del oro, superó toda sensatez. Fue un golpe al corazón de la naturaleza con fuertes consecuencias humanas, en una demostración brutal de la ceguera destructiva y suicida de la actual derecha. Durante su gestión las tasas de deforestación anual se incrementaron en promedio un 60% respecto de los cuatro años anteriores. Ciertas partes de la selva ya emiten más dióxido de carbono del que pueden absorber. Revertir esta destrucción hasta niveles previos llevará años.
La manipulación mediática, incluyendo a las redes sociales, y la posverdad, o sea la falsedad con la que se incide en el imaginario colectivo para que los pueblos decidan en contra de sus propios intereses, no son una fatalidad históricamente inmutable. El ataque a la convivencia y a los más elementales valores democráticos, chocan más rápido de lo previsto con la materialidad; con la realidad. Es esperable que una parte importante de la sociedad rechace esa perspectiva para la vida, incluyendo a votantes opositores a Lula.
La decidida solidaridad de los sectores democráticos del mundo entero, y muy particularmente de nuestro continente, auguran también una nueva perspectiva de integración regional, no solo en defensa de la vida democrática, sino también de recuperación de las instancias americanistas como la Unión de Estados Suramericanos (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el MERCOSUR, con vistas a afirmar nuevamente una acción geopolítica autónoma de las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos y de cualquier otra potencia mundial. Brasil juega un papel clave para la región y con Lula como presidente se abre una gran oportunidad para incrementar la soberanía de nuestros pueblos.
Los vínculos con nuestro país son un ejemplo concreto de las potencialidades que se abren en un plano tan trascendente como el de la integración energética. Apenas asumió Lula se iniciaron conversaciones con el gobierno argentino para que el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) realice un aporte de U$S 689 millones para financiar la participación de empresas brasileñas en la construcción del segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner, con la intención de que esa etapa finalice en 2024. Ello mejorará drásticamente el aprovisionamiento de gas a Brasil y a nuestro país.
El presidente Alberto Fernández ha tenido una actitud determinante, solidaria con Lula da Silva, su Gobierno y con la democracia brasileña, rechazando el golpismo y expresando el respaldo de nuestro pueblo hacia el país hermano. Las fuerzas políticas y sociales manifestaron el fuerte rechazo al atentado ultraderechista y su apoyo al Gobierno recientemente electo. Ciertas manifestaciones aisladas que relativizaron la gravedad del intento de golpe e intentaron especular con situaciones de coyuntura de la Argentina, resultan irrelevantes. Lo esencial ha sido la voluntad de la gran mayoría de nuestro pueblo de apoyar al presidente Lula da Silva y la democracia en Brasil. «
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