También, la votación del 11 de marzo permitió ponerle números al ala izquierda disidente: es aproximadamente un tercio del total de los diputados del oficialismo. Dado que se trata de una coyuntura difícil, es meritorio que el oficialismo haya logrado que dos tercios de sus diputados apoyen el acuerdo. Allí están los gobernadores y los peronismos locales, la CGT, el Frente Renovador, y los peronistas kirchneristas “verticalistas”, quienes consideran que el alineamiento con el liderazgo va primero. El modelo de funcionamiento al interior del oficialismo también cambió: si en una primera etapa había una “mesa de unidad”, donde representantes del presidente, la vicepresidenta y Sergio Massa se sentaban para discutir decisiones y repartir cargos, ahora la decisión se concentró en la Casa Rosada y el protagonismo lo tienen los “gestores del consenso”, que garantizaron los dos tercios. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, el jefe del bloque de diputados, Germán Martínez, y el propio Sergio Massa están cumpliendo ese rol.
¿Cómo sigue? Dado que el acuerdo con el FMI va a ser un aspecto central de la gobernabilidad económica de lo que resta del mandato de Alberto Fernández, y también de quienes lo sucedan, es probable que ese tercio vuelva a votar en contra de otros proyectos que enviará el presidente -en especial, de aquellos con impacto socioeconómico-. El Ejecutivo dependerá más que antes de la negociación con la oposición, y el trabajo de los “gestores del consenso” será continuo. Sin embargo, también es posible que el ala izquierda del Frente de Todos acompañe al presidente en algunas oportunidades. Por eso, es clave establecer si estamos ante un caso de ruptura de la coalición o si solo se activó la democracia interna dentro del oficialismo.
Ruptura es cuando un sector, en desacuerdo con una línea política dominante, se autoexcluye del grupo y forma un nuevo espacio político. El que rompe pasa a ser un adversario u opositor del abandonado, ya que la nueva identidad política se tiene que construir a partir de la diferenciación respecto de la anterior. Asimismo, el dirigente que rompe tiene que lograr que sus votantes también rompan, y por eso su discurso político se vuelve cada vez más duro y confrontativo. El que rompe, va a fondo.
Democracia interna es un asunto distinto. Es cuando el sector que está en desacuerdo con la línea dominante pide un debate o compite por el liderazgo. No se autoexcluye del espacio: quiere cambiarlo desde adentro, se considera el mejor representante de su base, y puja por el poder.
Para que haya democracia interna, y no ruptura, son importantes los mecanismos institucionales. Los votos definen. Si Máximo Kirchner quiere ser candidato presidencial del Frente de Todos, o impulsar a alguien del nuevo tercio constituido, tiene a favor que las primarias están previstas por ley, y que el propio Alberto Fernández habló de la necesidad de hacerlas. A pesar de la regla no escrita del presidencialismo que dice que el gobernante en ejercicio es postulante “natural” a la reelección. Y en contra que ni el Frente de Todos ni su predecesor Frente para la Victoria hicieron nunca una interna presidencial, y que la cultura presidencialista argentina no está habituada a los “críticos por dentro”. Menos aún cuando el presidente debe administrar una realidad difícil hasta el final.
Al día de hoy, no está verdaderamente claro si estamos ante una situación de ruptura o de activación democrática interna. Ruptura parece no haber: los funcionarios de La Cámpora siguen en sus puestos y Cristina Kirchner, referente del tercio pero con influencia sobre muchos que siguen en los dos tercios, también. Sin embargo, dada la coyuntura que enfrenta el gobierno, es probable que una posición ambigua sostenida durante mucho tiempo sea entendida por los votantes como una ruptura. «
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